Una limitada concentración en la plaza
Taksim de Estambul, el martes 28 de febrero, ha sido la mecha para una
impresionante explosión social. El Gobierno pretende usurpar una de las
pocas zonas verdes que quedan en el barrio histórico de la capital
histórica, económica y cultural de Turquía. Pero la protesta no sólo era
para exigir una mejora en las condiciones de vida urbanas,
sacrificadas, para la gran mayoría, a mayor gloria de especuladores,
propietarios de constructoras, inmobiliarias y bancos. Además, el
islamista Recep Tayip Erdogan, primer ministro desde hace diez años,
pretendía acabar, en un momento en que se sentía fuerte, con un punto de
referencia importante para la izquierda: la plaza Taksim es recordada
como el escenario de la masacre del Primero de Mayo de 1977, en que 34
manifestantes fueron asesinados por pistoleros fascistas. Desde entonces
todas las manifestaciones del Día Internacional de los Trabajadores han
empezado allí (de forma ilegal hasta hace dos años).
La
agresiva respuesta policial a la ocupación de Taksim con tiendas de
campaña –emulando la de la plaza cairota de Tahrir- creó una bola de
nieve. Lejos de amedrentar el movimiento, lo ha estimulado. El miércoles
29 ya eran mil los manifestantes; un día después, decenas de miles; el
viernes, cien mil, sólo alrededor de la plaza (la lucha se extendía a
los barrios populares de Estambul, que eran considerados feudos del
partido del Gobierno, y al resto de Turquía). El sábado la policía fue
expulsada de la plaza Taksim. Cerrando la semana, el domingo 2 de junio
una inmensa masa de un millón de personas se echaba a la calle en esta
megalópolis de 13 millones, y cientos de miles salían también a la
lucha, en Ankara –la capital oficial- y en 67 ciudades. El lunes 3,
miles de manifestantes intentaron asaltar las oficinas de Erdogan,
incluso con una excavadora.
El Gobierno intenta evitar por todos los
medios la extensión de la lucha. A la extrema represión con porras,
mangueras de agua, pelotas de goma, botes de humo y gas pimienta se ha
añadido, en algún caso, el fuego real. Las cifras más extendidas hablan
de dos muertos –uno por un disparo en la cabeza- y dos desaparecidos;
otras fuentes elevan las víctimas mortales incluso a doce. 1.700
manifestantes han sido detenidos y 1.500 han recibido asistencia
hospitalaria. Las sedes de sindicatos y organizaciones sociales y de
izquierda han sido atacadas por la policía. Si bien Erdogan mantiene una
actitud despreciativa hacia las masas, ya hay sectores de su entorno
–como el presidente Abdulá Gul, también islamista- que le han pedido
contención, coincidiendo así con el imperialismo estadounidense. Es la
misma tensión interna –tratar de aplastar el movimiento, o aplacarlo con
algunas reformas- que corroe a la clase dominante, allá donde el
movimiento de los oprimidos se pone en marcha con fuerza.
Huelga general de 72 horas
Muy
rápidamente, la lucha ha orientado sus objetivos hacia el cese de la
represión, “contra el fascismo” (como expresan muchas consignas), por la
retirada de las medidas antipopulares tomadas y por la dimisión del
Gobierno islamista. La movilización ha conseguido superar las divisiones
entre los oprimidos que desde el Estado y desde el islamismo se han
estimulado. La participación de turcos y kurdos, de suníes y alevines,
es extremadamente beneficiosa para el futuro de la lucha. Los jóvenes
están jugando un papel destacado (como no puede ser de otra forma en un
país donde una cuarta parte tiene menos de 15 años), especialmente las
jóvenes, que no están dispuestas a soportar los graves ataques a los
derechos de la mujer por parte del islamismo.
La determinación de las masas es
impresionante. Las manifestaciones se han dirigido hacia la residencia
de Erdogan (en Estambul), hacia el Parlamento (en Ankara) y hacia las
sedes del AKP, el partido gubernamental (algunas de ellas han sido
incendiadas). Los casos que demuestran la simpatía hacia ellas, por
parte del resto de la población, son constantes: bocinazos, caceroladas,
apertura de viviendas, colegios, restaurantes (¡incluso locales
militares!!) para acoger a manifestantes perseguidos o intoxicados por
los gases, levantamiento de barricadas en los puntos más dispersos…
Médicos voluntarios han organizado hospitales de campaña para atender a
los heridos. Un conductor de autobús municipal interpuso el suyo entre
la gente y un vehículo policial, para impedirle pasar. Y 150 policías
han desobedecido órdenes de represión, pasándose a las manifestaciones.
La incorporación de la clase obrera
organizada a la lucha es determinante, y está siendo tremenda, según
llegan los datos. Tres sindicatos han convocado el paro, en principio en
solidaridad con los trabajadores de la empresa de distribución de
tabaco y alcohol Tekel (empresa en proceso de privatización desde 2008 y
en donde la conflictividad laboral es constante), pero en el actual
contexto es un enorme espaldarazo al movimiento contra Erdogan.
Una ‘década prodigiosa’… para los capitalistas.-
Los analistas superficiales a los que
estamos acostumbrados no dan un gran porvenir a estas movilizaciones.
Remarcan una y otra vez la diferencia entre Turquía y los países árabes…
En el país euroasiático –dicen- existe bienestar, más allá de
diferencias puntuales con “el estilo” de Erdogan. La “década prodigiosa”
del Gobierno islamista ha supuesto un crecimiento anual del 5%. Lo que
no dicen es cómo se reparten los beneficios de ese crecimiento, ni a
costa de qué es. La dependencia turca de la inversión extranjera revela
el efecto llamada que ha tenido, para el capital mundial sediento de
oportunidades, una oleada de privatizaciones y liberalizaciones llevada
adelante en connivencia con el FMI, que está reduciendo drásticamente el
grosor del Estado turco. Los datos de crecimiento económico han de
relativizarse, como en cualquier otro país de alta natalidad, ya que
poder cubrir la demanda de puestos de trabajo implica no bajar de ese
5%. Pese al desarrollo industrial de las últimas décadas (alrededor de
una cuarta parte de los trabajadores son del sector industrial, que
participa en la misma proporción del PIB; y el 76% de la población es
urbana), Turquía ocupa el puesto 63 del Índice de Desarrollo Humano de
la ONU, contrastando con su posición 17ª en la lista de países por PIB.
El país otomano es superado en desarrollo social por Mongolia, Jordania,
Jamaica… Cuanto más crece la economía, más evidente e insoportable se
hace esta desigualdad. Pero no todo es economía; la política islamista
ha significado un constante retroceso en los derechos de los
trabajadores, la criminalización de las mujeres acosadas, maltratadas y
violadas, la utilización masiva de las leyes antiterroristas (se
calculan en diez mil los presos políticos, entre ellos 500 periodistas y
100 abogados), una presión constante hacia la islamización del Estado,
la continuación de la histórica represión hacia la minoría kurda (bajo
la estrategia del palo y la zanahoria), la creciente defensa de
posiciones imperialistas en la zona (utilizando el conflicto sirio), una
cada vez mayor discriminación de la minoría musulmana alevina, etc.
Los
acontecimientos en Turquía son claves. Ocurren en una zona estratégica,
en una potencia regional decisiva para la defensa de los intereses
imperialistas. El país es, junto a Israel, la base para el despliegue de
la intervención estadounidense en Oriente Próximo y Medio. Más allá de
la retórica anti-islámica de la Prensa burguesa europea, el Gobierno de
Erdogan se ha mostrado como el más fiel aliado de los capitalistas
norteamericanos y de la UE (su primer socio comercial es Alemania).
Ahora los cimientos se tambalean, haciendo peligrar la cúpula.
ULISES BENITO.-
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6 de junio de 2013
TURQUÍA: EXPLOSIÓN SOCIAL. ¡¡ABAJO EL GOBIERNO DE ERDOGAN ¡¡
Una
pequeña, aparentemente y anecdótica movilización en Estambul ha
transformado radicalmente el panorama social y político en Turquía. El
malestar acumulado durante años y la represión contra unas decenas de
manifestantes han echado a la calle a millones de jóvenes y trabajadores
turcos. Hoy, martes 4 de junio, es el primero de una huelga general de
tres días que está paralizando gran parte del país. El movimiento con
epicentro en Estambul se ha extendido a todas las ciudades, una enorme
ola de participación y simpatía supera prejuicios nacionales,
religiosos, y une en la calle a todos los oprimidos, en un movimiento
que está dando sus primeros pasos.
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