Han transcurrido cinco
años desde el estallido de las hipotecas subprime y el hundimiento del sistema
financiero estadounidense y europeo. En este periodo el sistema capitalista ha
sufrido un trastorno generalizado, solamente comparable al que desembocó en el
crack de 1929 y el auge revolucionario de los años treinta, o con los grandes
movimientos de la clase obrera en la década de los setenta del siglo XX. En
estas circunstancias se hace necesario analizar si la economía internacional
vivirá una pronta recuperación, como aventura la avalancha de propaganda
burguesa, o si por el contrario el estancamiento y la recesión se prolongarán
más tiempo.
Mentiras, grandes mentiras
y estadísticas
A pesar de todos los
desmentidos oficiales, los países capitalistas avanzados siguen atravesando por
grandes dificultades. EEUU, con una tasa de crecimiento del 1,6% en 2013,
mantiene en encefalograma plano el consumo doméstico y la inversión productiva.
El nivel del PIB europeo está todavía un 3% por debajo de 2008, y la producción
total de la UE es también un 10% inferior. Las perspectivas para 2014 no
suponen un cambio fundamental. El Banco Mundial en su último documento habla de
un crecimiento global del 3,2% este año, ¡¡ocho décimas más que en 2013!! Por
su parte, el FMI pronostica para los países del euro un “tirón” del PIB del 1%
en 2014 y del 1,4% en 2015, y respecto a EEUU las expectativas a duras penas
superan el 2,5%. A estos datos hay que sumar otras noticias realmente
preocupantes: la desaceleración pronunciada de China y del resto de los países
“emergentes”.
La realidad es tozuda: la recesión y el estancamiento dominan las economías de la zona euro, de EEUU y de Japón —lastradas por montañas de deuda pública—, pero nuevas y poderosas turbulencias se dibujan ya en el horizonte. Si estalla la burbuja financiera que planea sobre la economía de China1, podría arrastrar al mundo a una nueva fase de depresión. Por tanto, más allá de las mentiras que escupen los órganos de propaganda de la burguesía, la perspectiva de un renacimiento parecido al que se vivió en los años noventa y en la primera mitad de la década de 2000 está descartado a corto y medio plazo.
La intervención del Estado
no logra reactivar la economía
Tras un lustro de
caída ininterrumpida, la clase dominante no ha logrado romper con la dinámica
descendente y recuperar el equilibrio; no ha conseguido propiciar una recuperación
sólida en ningún país decisivo. En todo caso, su mayor logro es haber evitado
un colapso generalizado gracias al estímulo monetario más grande de la
historia. La Reserva Federal de EEUU cifra en 12,6 billones de dólares la
cantidad que movilizó para reflotar el sector financiero, lo que equivale a más
del 80% del PIB de 2007, y con el resultado de crear una montaña de deudas
crónicas inasumibles. Según datos oficiales, la deuda pública estadounidense
ronda actualmente el 73% del PIB, casi 17 billones de dólares. En Europa, la
dinámica es similar; según Eurostat, la deuda pública en la zona euro ya ha
alcanzado los 8,65 billones de euros, el 93,4% del PIB.
¿Qué demuestran estos
resultados? Que a pesar de todo el galimatías teórico de los reformistas de
izquierda, la intervención del Estado no altera las leyes básicas ni las
contradicciones en que se mueve el capitalismo. Durante las décadas posteriores
a la Segunda Guerra Mundial, cuando existía la amenaza de la revolución europea
y se consolidaron regímenes estalinistas en la URSS, Europa del este y China,
en países como Francia o Gran Bretaña el Estado se hizo con el control de ramas
productivas que el capital privado consideraba poco rentables. Estos sectores
estatalizados (minas, acero, ferrocarriles, construcción, etc.) favorecieron y
robustecieron la recuperación suministrando materias primas y transporte a
precios baratos; pero el factor clave del auge de posguerra no fue este, sino
el aumento de la inversión de capital, el desarrollo de numerosas ramas
productivas, la expansión del comercio mundial y una nueva división
internacional del trabajo.
En la actual fase de
declive del capitalismo, el Estado también está siendo utilizado como una
poderosa palanca. Los programas de salvamento del sistema financiero a costa
del crecimiento de la deuda pública, recortes sociales salvajes y reformas
laborales; los descuentos fiscales a los grandes empresarios y las
privatizaciones de los servicios públicos con la consiguiente destrucción de empleo,
también representan una descarada intervención estatal en el “libre mercado”.
Pero, a pesar de todo este derroche de recursos públicos, una “injerencia” que
los “liberales” nunca quieren reconocer, la clase dominante no ha sido capaz de
revertir de manera sustancial la dinámica descendente del ciclo económico: nada
puede suplir la inversión de capital privado, absolutamente imprescindible para
la recuperación capitalista. Cinco años después, lejos de conjurarse las
tendencias especulativas, las burbujas y el capital ficticio vuelven por sus
fueros. Los activos financieros acumulados mundialmente equivalen a 198
billones de dólares, alimentados por el chorro de deuda pública inyectada en
los últimos años, y que no tiene precedentes en la historia moderna.
Esta dinámica
descendente del capitalismo fue planteada por Trotsky de la siguiente manera:
“(…) El capitalismo no se caracteriza sólo por la periódica recurrencia de los
ciclos, de otra manera la historia sería una repetición compleja y no un desarrollo
dinámico. Los ciclos comerciales e industriales son de diferente carácter en
diferentes períodos. La principal diferencia entre ellos está determinada por
las interrelaciones cuantitativas entre el período de crisis y el de auge de
cada ciclo considerado (…) Épocas enteras de desarrollo capitalista existen
cuando un cierto número de ciclos están caracterizados por auges agudamente
delineados y crisis débiles y de corta vida. Como resultado, obtenemos un agudo
movimiento ascendente de la curva básica del desarrollo capitalista. Obtenemos
épocas de estancamiento cuando esta curva, aunque pasando a través de parciales
oscilaciones cíclicas, permanece aproximadamente en el mismo nivel durante
décadas. Y finalmente, durante ciertos períodos históricos, la curva básica,
aunque pasando como siempre a través de oscilaciones cíclicas, se inclina hacia
abajo en su conjunto, señalando la declinación de las fuerzas productivas…”. La
naturaleza de la época actual corresponde a ese último periodo de decadencia
general del modo de producción capitalista, donde las recuperaciones son
débiles, cortas en el tiempo y no restauran el nivel de fuerzas productivas
destruidas en el periodo de contracción; por el contrario, las fases de
recesión se prolongan y se hacen muy profundas.
Concentración de capital y
desigualdad mundial
La mayor concentración
del capital financiero, y por tanto del dominio monopolista del mercado, es
otro signo destacado de la actual crisis. A pesar de toda la charlatanería
sobre el “control” y la “regulación” del sector bancario, las cuatro mayores
entidades financieras de EEUU son hoy un 30% más grandes que hace cinco años.
Según un estudio de la Universidad de Zurich3, un pequeño grupo de tan sólo 147
grandes corporaciones trasnacionales, controlan en la práctica la economía
global.
Otra de las
consecuencias más llamativas del auxilio prestado por el Estado capitalista en
la recuperación de la tasa de ganancias global, es el crecimiento exponencial
de la desigualdad. El informe Gobernar para las élites. Secuestro democrático y
desigualdad económica, publicado por la ONG Oxfam Intermón, afirma que 85
individuos acumulan tanta riqueza como los 3.570 millones de personas que
forman la mitad más pobre de la población mundial. Esta polarización de la
riqueza esconde el hundimiento de países enteros en la ciénaga de la miseria,
la marginalidad y el desempleo de masas. Según el informe Tendencias Mundiales
del Empleo 2014 publicado por la Organización Internacional del Trabajo, el
número de desempleados en el mundo aumentó en 2013 en cinco millones de
personas, hasta alcanzar los 202 millones. El desempleo juvenil afecta a 74,5
millones de menores de 24 años, y hay que tener en cuenta que estas cifras sólo
registran los datos oficiales proporcionados por los gobiernos. La distribución
desigual de la riqueza también se acentúa entre naciones. El Instituto de
Investigación de Credit Suisse ha desarrollado una estadística bastante
completa de 174 países (Global Wealth Report), según la cual EEUU y la Unión
Europea, donde vive el 13,2% de la población mundial, concentran el 59,3% de la
riqueza, mientras que el otro extremo, el continente africano, la India, el
resto de Europa, América Latina y China, reúnen al 63,1% de la población pero
sólo alcanzan el 17,8% de la riqueza global.
La esperanza de los
emergentes se desvanece
Muchos analistas
burgueses centraron sus esperanzas en los llamados países emergentes. Junto a
China se incluyeron también en esta categoría a Brasil, India, Rusia e incluso
Turquía y Sudáfrica, países cuyas tasas de crecimiento superaban ampliamente
las de Europa y EEUU. Durante los primeros años de la gran recesión estas
economías parecían resistirse a la crisis pero, en 2013, esta ilusión también
se ha esfumado. La lira turca, el peso argentino y el real brasileño están en
caída; las bolsas china, india y rusa despidieron el año con balances
negativos; el crecimiento del PIB de los “emergentes”, y sobre todo de China,
se ralentiza y empieza a retroceder de forma preocupante.
Vivimos en la época
del dominio aplastante del mercado mundial, y los vasos comunicantes en la
esfera financiera, productiva y comercial son demasiado poderosos para que los
países emergentes, incluido el gigante chino, puedan desacoplarse y escapar a
la crisis de sobreproducción. La gran demanda de materias primas en China, que
ha actuado como motor decisivo del crecimiento económico en América Latina,
África y Asia, se agota; paralelamente, una gran cantidad de capitales
especulativos que recalaron en los emergentes, empiezan a repatriarse a EEUU y
Europa en busca de más seguridad.
EEUU, un gigante herido de
gravedad
Todas las miradas
parecen centrarse ahora en la economía más poderosa del planeta, EEUU, que se
ha convertido en objeto de múltiples y optimistas previsiones En realidad, las
debilidades orgánicas de la economía estadounidense han sido paliadas
parcialmente por el gigantesco programa de estímulos monetarios que la
administración Obama puso en marcha hace dos años: 85.000 millones de dólares
gastados por la FED todos los meses para compra de bonos de deuda pública. Con
esta cantidad ingente de dinero en circulación, que ha permitido mantener las
tasas de interés rondando el 0%, se pretendía facilitar el aprovisionamiento de
crédito a las empresas y relanzar la inversión productiva, estimular el consumo
y la creación de empleo. ¿Qué ha ocurrido realmente? Como en Europa, las
cuentas y los balances de los grandes bancos se han saneado gracias a estas
inyecciones monetarias; por otra parte, las grandes empresas se han hecho con
grandes cantidades de efectivo a un coste muy pequeño, pero lejos de emplearlas
para la inversión, estos recursos se han destinado en gran medida a la
especulación bursátil.
Los capitales públicos
no han servido para revertir sustancialmente el estancamiento, pero han
ayudado, y mucho, a restaurar la tasa de ganancias. El índice S&P 500, que
incluye a las compañías más grandes de Wall Street, ha logrado el mejor retorno
anual (de beneficios) desde 1997, apreciándose un 31%. En el caso del Dow
Jones, la remontada fue del 27%, la mejor desde 1995. Aunque el mejor
rendimiento fue del Nasdaq, con un alza del 40%. Mientras, el consumo doméstico
sigue deprimido y el empleo creado es precario, con bajos salarios y sin
derechos. Aunque en EEUU la gran recesión acabó oficialmente en junio de 2009,
la situación para millones de estadounidenses es completamente desfavorable. En
poco más de dos años (2007-2008) se destruyeron 8,7 millones de empleos y el
total de parados se disparó a 14,7 millones. Cinco años después, hay 10,9
millones de parados y 10,6 millones de personas subempleadas. En las
estadísticas oficiales, la economía norteamericana redujo su tasa de paro hasta
el 7,3% en noviembre de 2013, lo que supone el nivel más bajo de estos cinco
años. En teoría, el sector privado ha creado 8,1 millones de puestos de
trabajo, 2,3 millones de ellos en los últimos doce meses, pero una alta proporción
de esos empleos son de tiempo parcial, sin seguro médico, sin pago de horas
extra, empleos precarios que para muchas personas no compensan los gastos
derivados de aceptarlos. Hay un dato muy elocuente que subraya el auténtico
nivel de estancamiento de la economía estadounidense: la tasa de ocupación
laboral está en el 63%, su nivel más bajo en tres décadas y media.
EEUU es también el
epicentro de la desigualdad social. En la actualidad, tras 45 meses de “crear”
empleo, existen casi 50 millones de personas atenazadas por la pobreza,
incluyendo 13,4 millones de niños. La figura del trabajador pobre, que depende
de los subsidios públicos para sobrevivir, es una imagen que define
perfectamente la “recuperación” norteamericana. En 2007, 26 millones de
estadounidenses recibían bonos de alimentos; hoy el número es casi de 48
millones, y cerca del 11% de todos los gastos para “comida en casa” de las
familias se efectúa con estos bonos. A los socialdemócratas les gusta alabar el
modelo Obama, pero la administración demócrata ha capitulado igualmente. Sólo
un ejemplo para ilustrar esta idea: en medio de las frenéticas negociaciones
con los republicanos sobre el presupuesto, y que motivó el cierre temporal del
congreso, los dos partidos aprobaron un recorte salvaje de 40.000 millones de
dólares para los próximos diez años en el programa de cupones de comida, al
mismo tiempo que decidían incrementar las gigantescas subvenciones que reciben
las grandes empresas agroalimentarias y confirmaban las vacaciones fiscales
para los más ricos.
Los ejemplos de la
podredumbre del sistema americano se multiplican. Detroit, la ciudad estandarte
de la fortaleza automovilística americana se hunde. Con la mitad de la población
que hace seis décadas, unos 700.000 habitantes, sufre una tasa de paro superior
al 18% y acaba de declarar la bancarrota de sus cuentas. Un reciente informe
sobre Los Ángeles, titulado A Time for truth (La hora de la verdad) elaborado
por una comisión independiente, afirma que el 40% de la población de la ciudad
vive en la pobreza y que “un 28% de los trabajadores no reciben una paga
suficiente para vivir”. En la capital económica del país, Nueva York, la crisis
capitalista ha llevado a un número récord de familias a albergues para
indigentes: 52.000 personas (22.000 niños) viven en ellos, según registros
oficiales, aunque otros miles viven en túneles, estaciones de trenes y bajo los
puentes.
Estas circunstancias
explican el desgaste tan fuerte del gobierno Obama y el auge de la lucha de
clases. El movimiento Ocupa Wall Street o las luchas obreras de Wisconsin y
Seattle, al calor de la primavera árabe, han dejado paso en 2013 a una oleada
de huelgas protagonizada por los trabajadores más oprimidos y en peores
condiciones laborales en demanda de mejoras salariales: los del sector de la
comida rápida y del gigante del comercio minorista Walmart. Es un secreto a
voces que la “prosperidad” de grandes superficies como Walmart se basa en que
decenas de miles de sus trabajadores viven por debajo de la línea de pobreza y
para subsistir dependen de los programas de ayuda estatal como los cupones de
comida.
Estancamiento y recesión
en Europa
La crisis económica
mundial se manifestó primero en EEUU, pero ha sido Europa y, particularmente la
zona euro, el epicentro de la misma. Uno tras otro, los eslabones más débiles
(Grecia, Irlanda, España, Portugal…) se han ido rompiendo, llegando en varios
casos a situaciones de bancarrota parecidas a las que padecieron los países
latinoamericanos en los años 90 del siglo XX.
Las contradicciones
generadas por la existencia de una moneda única para economías y estados
nacionales con dinámicas e intereses distintos (muchas veces opuestos) se
mantienen. Más aún que en EEUU, la inyección de ingentes cantidades de liquidez
al sistema no ha resuelto ningún problema de fondo (la inversión productiva y
el empleo siguen hundidos) y ha elevado la deuda a niveles históricos. En el
conjunto de la zona euro, entre 2007 y el tercer trimestre de 2013 la deuda
pública pasó del 66,4% al 95,1% del PIB. En Grecia, del 107,4% al 171,8%;
Italia, del 103,3% al 132,9%; Portugal, del 68,4% al 128,7%; Irlanda, del 24,9%
al 124,8%; Francia, del 64,2% al 92,7%; España, del 36,3% al 93,4%; y Alemania,
del 65,2% al 78,4%.
Los “problemas
estructurales” que hicieron que la crisis se expresase con mayor virulencia en
Europa siguen intactos. Aunque los medios burgueses dedican muchos titulares a
los avances en la unión bancaria de la zona euro, la tendencia real ha sido
hacia una mayor fragmentación financiera en líneas nacionales, mayor
desconfianza entre bancos de los diferentes países a la hora de realizar
préstamos en el mercado mayorista, más diferencias en los tipos de interés de
los préstamos y la seguridad de los depósitos, etc.
La banca, responsable
y a la vez beneficiaria de este endeudamiento, sigue siendo una bomba de
relojería. Algunas informaciones sitúan las necesidades de recapitalización de
la banca europea en 767.000 millones de euros (las entidades francesas cuentan
con la mayor brecha, 285.000 millones, seguidas de las alemanas, 199.000
millones). Pese a los fuegos artificiales sobre la “salida de la crisis” la
economía europea sigue en situación de semiparálisis. Alemania, la “locomotora
europea”, creció un 0,4% en 2013, la menor tasa desde 2009. El endeudamiento
creciente, acompañado de un estancamiento que se prolongará años, puede llevar
a nuevas situaciones de insolvencia, afectando a Estados o bancos “sistémicos”.
Esto creará nuevas situaciones de pánico, descontrol e inestabilidad en el
conjunto de la zona.
Lucha de clases mundial
Este es el trasfondo
general que alimenta el cuestionamiento del capitalismo, de las instituciones
de la democracia burguesa y de la política oficial. La experiencia de los
últimos años ha desvelado ante millones de personas la brutal dictadura del
capital financiero que domina el mundo y el carácter de clase de las
instituciones “democráticas”. La pérdida del equilibrio capitalista y el
desmoronamiento de las bases materiales sobre las que se cimentaba la
estabilidad social del sistema, se ha traducido en una crisis profunda de la
socialdemocracia y de los partidos tradicionales de la burguesía. La
pauperización y proletarización de las capas medias priva a la derecha
tradicional de una parte considerable de su base de apoyo. La guerra contra las
conquistas históricas del movimiento obrero genera polarización, radicalización
y un divorcio creciente entre los trabajadores y los dirigentes reformistas de
las organizaciones obreras. La adaptación de las direcciones de la socialdemocracia
y de los sindicatos al capitalismo les convierte (por acción u omisión) en
cómplices de los recortes y ataques, reduciendo su margen para embaucar a las
masas.
Estamos ante un auge
de la lucha de clases mundial, cuyas consecuencias son evidentes. Las
burguesías de los distintos países se preparan para frenar este ascenso, que
puede transformarse en crisis revolucionarias, recortando drásticamente los
derechos democráticos, aprobando leyes antiobreras y recurriendo cada vez más
profusamente a la represión. Pero a pesar de esta reacción, en todo el mundo
vemos una impresionante demostración de fuerza de los trabajadores y la
juventud. Nuevos movimientos de masas en América Latina (México, Brasil,
Colombia) y persistencia del giro a la izquierda de los últimos años
(elecciones en Ecuador, Venezuela, Argentina, Chile, el fraude en Honduras…).
La situación prerrevolucionaria en Grecia y el auge de la lucha de clases en el
Estado español y Portugal, se combinan con estallidos sociales en ciudades de Gran
Bretaña, Suecia o Alemania… A ello se suma la continuidad de la revolución
árabe pese a las maniobras y golpes contrarrevolucionarios del imperialismo y
de las oligarquías locales.
La atmósfera de
rebelión contra el sistema se extiende a capas cada vez más amplias. Este es el
campo fértil en el que las ideas y las fuerzas del marxismo revolucionario se
están desarrollando y conquistarán en el próximo periodo el apoyo de la mayoría
de los oprimidos.
JUAN IGNACIO RAMOS.