13 de febrero de 2011

Las masas impulsan la revolución en el mundo árabe.

Los extraordinarios acontecimientos que se están sucediendo a ritmo vertiginoso en los países árabes son un hito histórico. Estamos asistiendo a un proceso revolucionario clásico en toda la región, proceso que se inició en Túnez con el

levantamiento contra la dictadura de Ben Alí, que continúa en este país contra un Gobierno que pretende reformar desde arriba el régimen para que nada cambie, que se traslada a Egipto, donde las masas han herido de muerte a la dictadura de Hosni Mubarak, y que tiene poderosas influencias en todos los países árabes y en todo el mundo.



El papel determinante de la clase obrera

Esta revolución es un punto de inflexión en la historia moderna del pueblo árabe. Por primera vez los trabajadores, jóvenes y campesinos han sido protagonistas, de principio a fin, de la lucha y de la caída de la tiranía tunecina. En esta ocasión no han apoyado a ninguna figura que tomara medidas progresistas, ni ningún golpe de Estado para acabar con una monarquía corrupta (como el que protagonizó Nasser en Egipto en 1952). Esta vez están viviendo, sin interferencias, la extraordinaria experiencia del gran poder de las masas cuando actúan colectivamente.

Otro aspecto histórico de la situación actual es la rápida extensión revolucionaria. Millones de árabes recuperan la confianza en la lucha, a pesar de brutales represiones y de las maniobras de la oposición domesticada y de la reacción integrista. Cómo se exprese, y con qué rapidez, este proceso, en cada país, depende de múltiples factores, sin embargo el proceso es general y ningún régimen árabe puede escapar a la situación de inestabilidad. Especial importancia tiene lo que pueda pasar en los dos países clave del Magreb: Argelia y Marruecos. En Argelia ha habido importantes manifestaciones a principios de enero (la represión provocó cinco muertos), y rebelión juvenil, y están convocadas para febrero grandes movilizaciones. En el caso marroquí, 12.000 personas se han adherido a una convocatoria hecha en Facebook, para el día 20 de febrero, por Oussama el Khlifi, un parado de 23 años, exigiendo la amnistía de los presos políticos, acabar con la corrupción, y la derogación de los poderes absolutistas de Mohamed V.


La rápida extensión de la revolución, la enorme capacidad de lucha, ha sido en gran parte producto de la participación masiva de sectores habitualmente poco organizados y politizados. Jóvenes en paro, trabajadores de sectores periféricos, campesinos arruinados... Sin embargo, el papel de la clase obrera ha sido y es especialmente clave. La determinación de los más oprimidos, y la fuerza de la clase obrera, está arrastrando consigo a la gran mayoría de capas medias.


El desmantelamiento y privatización, a lo largo de treinta años, de los antaño poderosos sectores públicos en algunos de estos países (especialmente Argelia, Túnez, Egipto), y en general, en todos ellos, la opresión imperialista que ha extraído recursos a bajo precio y utilizado en su beneficio a las diferentes camarillas de poder, ha tenido un efecto drástico en la eliminación de las bases sociales de esos regímenes y, en el último periodo, en el auge de la lucha obrera, estudiantil y de sectores de las capas medias. La correlación de fuerzas es tan favorable que la revolución ha tenido un impacto incluso en el aparato del Estado. Ha habido numerosas muestras de simpatías de los soldados e incluso de la policía en los acontecimientos de Túnez y Egipto.


Esta revolución no se puede entender fuera del contexto internacional. Su razón de fondo es la crisis orgánica del capitalismo. El anterior boom económico mundial no benefició a las masas árabes, al contrario. El alto precio del petróleo y el gas natural, productos claves de muchos de estos países, sólo lucró a las camarillas dirigentes y a las multinacionales petroleras y gasísticas, mientras la población sufría el mismo proceso de privatizaciones y saqueo que el resto de países explotados por el imperialismo


La crisis económica actual ha empeorado la situación de las masas. El símbolo de la lucha, en sus primeros embates, fueron los manifestantes empuñando barras de pan, y es que la lucha contra el aumento abusivo de los precios de los productos básicos, especialmente desde 2008, fue el detonante de la revolución, de igual forma que lo fue de las llamadas revueltas del pan que se extendieron por todo el Magreb en los 80. En gran parte, ese aumento es debido a la intensa especulación mundial en el mercado de la alimentación, mercado que es uno de los principales refugios de los especuladores que huyen del pinchazo de la burbuja inmobiliaria.


La correlación de fuerzas desfavorable para el imperialismo le está obligando a un súbito cambio de táctica. Se trata de garantizar su dominio (y el de las camarillas cómplices) sobre estos países, a través de nuevas formas, formas más sutiles. Es decir, de implicar a la oposición "tolerada" en las instituciones, de hacer cambios cosméticos, de desprenderse de los elementos más putrefactos y odiados que tan buenos servicios han rendido hasta ahora. Sin embargo, esta táctica también tiene muchos interrogantes. Si estas reformas se producen al calor de la movilización masiva, la estimularán más. Tanto si son valoradas como insuficientes, como si son vistas como pequeños pasos adelante, la conclusión del movimiento será clara: tenemos fuerza, el enemigo es débil, por tanto hay que redoblar la lucha. Por otra parte, la mayoría de partidos de oposición no tiene autoridad suficiente entre las masas como para actuar de freno de ellas.


Esta nueva táctica no descarta en absoluto la represión masiva contra el movimiento, en un determinado momento, incluso a través de la intervención militar directa (Estados Unidos tiene planes de ocupar el canal de Suez antes de perder su control), especialmente si se llegan a tocar las bases mismas de la explotación capitalista (por ejemplo, si se nacionalizan las propiedades imperialistas).


Túnez, la revolución en una nueva fase


En el caso de Túnez, la revolución se encuentra en una segunda fase, a partir de la huída de Ben Alí. Una de las peculiaridades del proceso aquí es la participación en la insurrección de las bases de la UGTT (Unión General Tunecina de Trabajadores). La Unión, de hondas tradiciones históricas, mantuvo una posición contradictoria ante el régimen, de colaboración en su cúpula, y de oposición en muchos de sus sindicatos locales y sectoriales. Ante la falta de un partido de oposición real con presencia entre las masas, el sindicato ha sido el referente de la insurrección. En algunos sitios ha espoleado el movimiento, en otros se ha adherido a él renqueando.


Del 14 de enero, día de la huída de Ben Alí, al 17 de enero, día en que se formó el gobierno actual, transcurrieron unas jornadas clave. En esos días las masas tenían el poder real, y la posibilidad de formalizarlo con un Gobierno revolucionario, pero no tenían ninguna organización, al menos de importancia, que les hiciera conscientes de esta posibilidad. Desde antes de que huyera Ben Alí, su camarilla, la cúpula del Ejército, y el imperialismo, maniobraron para arrebatar su victoria al movimiento.

Mohamed Ghanuchi, primer ministro del dictador, se hizo cargo del poder formal, alegando la incapacidad "temporal" de Ben Alí para gobernar. Esto no era en absoluto suficiente para parar la revolución, por eso el propio régimen en retirada impuso a Fouad Mebazaa (hasta entonces presidente del Parlamento) como presidente interino, prometió amnistía y elecciones inmediatas, y llamó a la formación de un "Gobierno de unidad nacional" con miembros de RCD (Agrupación Constitucional Democrática, el partido de la dictadura), de la oposición legal (sin autoridad ante el movimiento) y, especialmente, de la UGTT.


La idea de la "unidad nacional" es una gran trampa, ¿¡qué unidad nacional puede haber entre los que se han lucrado con la dictadura y los que han sido oprimidos por los primeros?, ¿entre los que quieren ahogar la revolución -aunque ahora digan que están a favor- y los que no tienen nada que perder, salvo sus cadenas?! Con esta maniobra el capital nacional e internacional quería retomar el control de la situación, calmar a las masas, que volvieran a casa los manifestantes que permanecían enfrente del Ministerio del Interior. Pero no fue así.


La presión popular obligó a los recién nombrados ministros de la UGTT a dimitir, a salir del parlamento y otros órganos y a no reconocer ninguna de las instituciones de la dictadura (es decir, de las instituciones burguesas). La revolución no aceptó un gobierno con participación de miembros de RCD, y se mantuvo firme exigiendo su expulsión del gobierno, la disolución del partido y la confiscación de sus bienes. Los manifestantes, intentaron tomar la sede de RCD. Durante días la reacción no pudo controlar la situación; se sucedieron las visitas a la sede de la UGTT para presionar.


Si en ese momento el sindicato hubiera creado un órgano de gobierno revolucionario provisional, encargado de extender los comités que se estaban organizando, con el fin de preparar una alternativa de Estado al Estado burgués, una Asamblea Revolucionaria de Comités, con delegados elegidos en asamblea y revocables, habría tenido un impacto tremendo. Finalmente, la cúpula de la UGTT, después de una reñida discusión, decidió apoyar la última propuesta de gobierno presentada, que implica la salida de los miembros de RCD manteniendo en su puesto a Mohamed Ghanuchi. Su argumento fue "preservar la estabilidad". Eso sí, no se atrevió a aceptar su participación en el gobierno.


El movimiento en Túnez necesita de experiencias como éstas para entender las tareas del momento. La revolución no ha terminado, las masas desconfían intuitivamente de este gobierno, y no van a esperar para intentar solucionar sus problemas más inmediatos. Mientras los ministros corren a presentarse en el Foro de Davos y calmar al capital internacional, las masas intentan completar la revolución. En poblaciones de algunas regiones, como Susa o Siliana, las autoridades del régimen huyeron y la población movilizada les ha sustituido con comités revolucionarios. En El Kef, el intento de asalto, por parte de las masas, a una comisaría, el 6 de febrero, exigiendo la dimisión de los responsables policiales, ha tenido el resultado de cuatro muertos.


A las reivindicaciones democráticas y sociales (depuración profunda de la policía y el aparato del Estado; derecho de manifestación, huelga, organización; disolución de RCD; expropiación de sus bienes y los de toda la camarilla de Ben Alí; enjuiciamiento de todos los responsables de la dictadura; renacionalización de todas las empresas privatizadas y de las concesiones al imperialismo; aumento general de salarios y tope para los precios de los productos básicos; reforma agraria, etc.) hay que añadir la consigna de la huelga general indefinida para tirar el Gobierno y la de creación y extensión de comités revolucionarios en cada barrio, empresa, Universidad, coordinándolos a nivel local y nacional. Para esta tarea es imprescindible un trabajo sistemático, tanto directamente en el movimiento, como dentro de la UGTT, apoyándose en los sectores combativos para presionar y en determinado momento sustituir a los elementos burocráticos.


Egipto, el país clave

Egipto es el país clave en el mundo árabe, tanto por su población de 80 millones como por su peso económico, cultural e histórico. El martes 25 de enero comenzaron las manifestaciones, y, desde el viernes 28 hasta el viernes 4 de febrero, millones de personas se han hecho con el control de las calles, no sólo en El Cairo, sino también en Alejandría, Suez y las principales ciudades. El referente del movimiento es la ocupada plaza Tahrir, donde existe un nivel de organización impresionante, con controles para evitar el paso de provocadores, puntos sanitarios, provisión de suministros, recogida de basura, actividades lúdicas y culturales, etc.


La determinación de las masas ha podido superar los diferentes obstáculos con los que se han encontrado: la feroz represión policial (se habla de cientos de muertos), la presencia intimidante del Ejército desde el domingo 30, la maniobra de presentar a policías sin uniforme, mercenarios y fascistas como "manifestantes pro Mubarak" y de enfrentarlos, armados y muy bien organizados, a los revolucionarios de la plaza Tahrir, para desalojarla o al menos dar la impresión de caos. Tras este grave ataque, que provocó varios muertos el lunes 31, pero que no consiguió el desalojo de la plaza ante el arrojo de su defensa, la siguiente convocatoria, el viernes 4, no sólo no fue menor, sino que ha sido la más masiva hasta la fecha.


Existe una coyuntura extremadamente inestable que se puede romper por cualquier lado. A pesar de la tremenda fuerza del movimiento, Mubarak no ha caído. El equilibrio está en el punto de ruptura, una situación así no se puede mantener por más tiempo. Mubarak no puede gobernar con millones de personas paralizando la producción y retándole en las calles. No puede reafirmar su autoridad cuando diez días de toque de queda han sido desobedecidos sistemáticamente por la población. Pero las masivas manifestaciones, sin más, no siempre son suficientes para echar a un dictador (y, de hecho, normalmente no lo son).


Todo apunta a que intentarán llegar a un acuerdo temporal con la oposición, bendecido por el imperialismo e incluso el propio Mubarak. Como hemos dicho, los imperialistas quieren apartarle del poder, pero pretenden presentarlo como parte de un acuerdo y no como consecuencia directa de la acción de masas. Controlar desde arriba los sucesivos pasos hacia un régimen similar con formas más sutiles, que el movimiento no sea consciente de su fuerza, y retomar el control de la situación. ¡También la clase dominante saca sus conclusiones de Túnez!


Dicho esto, no podemos descartar otras posibilidades, incluyendo la resistencia de una parte del aparato estatal a perder poder y el intento de utilizar el Ejército para un baño de sangre que dé una lección a la revolución. En este último caso, o si el régimen no mide bien provocaciones como la de forzar el desalojo violento de la plaza Tahrir, podrían estimular la respuesta de las masas, y la división de las tropas.


Tanto en Túnez como en Egipto, las maniobras para descarrilar la revolución tienen aliados. Se trata de los opositores legales al régimen, alternativas burguesas que Estados Unidos mima desde hace tiempo. Es el caso de Mohamed el Baradei, que intenta presentarse como líder de la revolución. Por otro, organizaciones integristas como En Nahda en Túnez o los Hermanos Musulmanes en Egipto. Estas organizaciones tienen un programa tan reaccionario en lo económico (defienden el capitalismo) como en lo social, y no han participado prácticamente en las luchas de masas contra el régimen, haciendo un papel de contención. Por su parte, el imperialismo intenta asustar a los trabajadores del mundo con el espantajo islamista, vinculando la revolución con la reacción fundamentalista. Por último, la política estalinista de las dos etapas de la revolución (primero un desarrollo prolongado de un capitalismo nacional, que llevara a cabo las tareas históricas de la burguesía; después la lucha por el socialismo), la búsqueda permanente de alianzas con un supuesto sector nacionalista, progresista, antiimperialista, dentro de las diferentes burguesías nacionales, o del aparato del Estado o del Ejército, despreciando y conteniendo las movilizaciones de masas y sus reivindicaciones, ha llevado, a los partidos comunistas oficiales, al triste papel de comparsas del régimen.


Desgraciadamente para sus planes, ninguna de estas organizaciones tienen autoridad ante la gran mayoría de los participantes en la lucha, y especialmente no la tienen entre la clase obrera y entre los sectores más oprimidos que han despertado. No han estimulado la movilización, no la han orientado, ni siquiera se han desmarcado del régimen hasta el momento mismo en que estaba ya en la picota. Esto significa que tendrán enormes problemas para hacer tragar a las masas acuerdos o gobiernos de "unidad nacional".


En el caso de Egipto, el primer intento serio de descarrilar la movilización fue la formación de un "consejo de sabios", que llamó a "considerar" la negociación directa con Mubarak o su vicepresidente, Omar Suleimán, idea rechazada por los manifestantes, que obviamente no se contentan con menos que con la caída del dictador. En estos momentos la oposición legal y los Hermanos Musulmanes, después de negarse a negociar "mientras no dimita Mubarak", ya están haciéndolo. Si llegan a algún acuerdo, unido al cansancio natural, podrían desanimar momentáneamente la movilización, pero a costa de que las masas saquen las conclusiones adecuadas del carácter de esas organizaciones. Pero también existe el riesgo si Mubarak no se marcha, de que el movimiento decida no ceder y continuar en la calle. También en Egipto la cuestión de los comités es decisiva. Igual que en Túnez, existen multitud de comités; por otra parte, el día 30 de enero se formó la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, que aúna a trabajadores de la industria y servicios públicos y a jubilados, y que en su declaración pública "invita a todos los trabajadores egipcios a crear comités civiles para defender sus lugares de trabajo, a los trabajadores y a los ciudadanos en estos momentos críticos y a organizar acciones de protesta y huelgas en los lugares de trabajo, con excepción de los lugares de trabajo en sectores vitales, para que se lleven a cabo las demandas del pueblo egipcio". Es vital extender los comités, y vincularlos a la necesidad de la autodefensa de la revolución (defensa de los locales sindicales y de los manifestantes, proselitismo entre las tropas, etc.).


Qué democracia necesitan las masas árabes

La convocatoria de elecciones libres, tan ansiado por el movimiento, en manos de la reacción es un señuelo (en forma de promesa vaga) para vaciar de contenido revolucionario al movimiento. Los imperialistas y la burguesía árabe intentan centrar la atención en este punto y esconder el profundo contenido social de la revolución. Las palabras "libertades democráticas" suenan igual, pero significan distinto, en boca de los burgueses y de los obreros. Para los primeros, sólo puede significar levantar un escenario aparentemente democrático, donde se discutan cuestiones menores mientras las decisiones fundamentales las sigan tomando ellos (la burguesía árabe y los imperialistas), a la vez que ponen todas las trabas necesarias para que esas libertades formales no puedan poner en cuestión quién tiene el poder real. Para los trabajadores, "libertades democráticas" significa plenos derechos de organización, de expresión, de manifestación y mejoras materiales que les permitan avanzar en su lucha por una vida sin explotación. Sólo con un programa socialista será posible una democracia real, la democracia de los trabajadores y el resto de oprimidos.

La situación actual en los países árabes reivindica plenamente la teoría de la revolución permanente desarrollada por León Trotsky. La única posibilidad de realizar plenamente las aspiraciones democráticas de las masas, y mejorar radicalmente sus condiciones de vida, es tomando medidas decisivas contra el imperialismo y el capitalismo. Expropiando las multinacionales que han robado la propiedad estatal y saquean los recursos naturales de estos países; las empresas de las camarillas dirigentes, y militares; la banca, y otras grandes empresas capitalistas; incautando las extensiones de tierra de los grandes propietarios y llevando a cabo una auténtica reforma agraria en beneficio de las masas campesinas, la población tendría los medios para elevar los salarios, desarrollar las infraestructuras, establecer servicios sociales, sanidad y educación pública y se podría ofrecer una vida digna a toda la población. La más amplia y profunda democracia, por la que luchan las masas oprimidas, sólo puede realizarse de forma concreta acabando con el poder del imperialismo y de la burguesía árabe, que son las dos fuerzas que están detrás de todas estas crueles dictaduras. La clase obrera árabe, encabezando a todos los oprimidos de la sociedad, debe tomar el poder en sus manos, igual que hicieron los trabajadores y campesinos pobres en Rusia durante la revolución de octubre de 1917. Sólo así, estableciendo las bases para un Estado obrero y socialista, es posible garantizar un amplio desarrollo económico, social y cultural del pueblo árabe.


La estructura del Estado burgués no sirve para los fines de una democracia obrera. Es necesario crear las condiciones para la sustitución de las podridas estructuras de la dictadura, que ahora pretenden restaurar con un barniz democrático, por la estructura que, de forma irregular, inconstante, imperfecta, está surgiendo en la población de Túnez y Egipto: los comités de diferente tipo que agrupan a las masas organizadas, especialmente de la clase obrera. Mantener contra viento y marea esos comités, extenderlos, coordinarlos, y perfeccionarlos, organizando las tareas, no sólo de la lucha, sino también de todos los aspectos de la vida social, sentará las bases para sustituir el caduco Estado burgués por un Estado mil veces más participativo y democrático: un Estado de los comités, un Estado socialista, donde cada representante sea elegido y revocable por la asamblea que lo elige, donde ninguno cobre más que el salario medio de un obrero cualificado, donde las funciones de representación se empiecen a realizar de forma rotatoria, y donde el pueblo organizado y armado sustituya al ejército permanente. Esta democracia de los comités podrá garantizar la máxima libertad de expresión y organización, sin mayor límite, evidentemente, que las medidas necesarias para contrarrestar la resistencia violenta de la reacción.


Mientras los activistas, y especialmente la clase obrera, lucha por extender y profundizar los comités, y se crean las condiciones para que ésta dirija al resto de la sociedad hacia la toma del poder, es necesario desenmascarar todas las maniobras pseudodemocráticas del imperialismo. Como los maquillajes baratos de los antiguos regímenes está siendo insuficientes para aplacar la revolución, es previsible, en determinado momento, que adopten la bandera, aparentemente rupturista, de la Asamblea Constituyente. La convocatoria, o la promesa de convocar una Asamblea Constituyente, es un engaño. Sin tocar las bases materiales del poder de la burguesía, cualquier tipo de asamblea se enredará en todo tipo de discusiones y maniobras parlamentaristas, que polemizarán sobre aspectos secundarios. Mientras, los oprimidos, los protagonistas de la insurrección, verán pasar el tiempo sin ninguna perspectiva concreta de solución de sus perentorios problemas: el paro, la carestía de la vida, la explotación, la reforma agraria, la depuración del Estado. De esta forma la clase dominante intentará cansar al sector más consciente y activo de las masas, aislarlo del resto y recuperar plenamente su control.


Es imprescindible contraponer a esta consigna vacía, de la que ya se hacen eco algunos grupos de izquierda, la de un Parlamento Revolucionario basado en el poder de los comités, con diputados elegidos por estos comités revolucionarios, cuyo objetivo sea llevar hasta el final la revolución, rompiendo con todos los elementos del viejo régimen, aplicando sin ningún tipo de concesión las profundas reivindicaciones democráticas, y las medidas socialistas de lucha contra el capital necesarias para llenarlas de contenido. Un llamamiento a desarrollar el poder de los comités, establecer este parlamento revolucionario y un gobierno socialista, electrizaría la participación de todos los oprimidos.


Para la defensa de este programa se hace urgente y necesaria la construcción de un referente político genuinamente revolucionario y marxista, capaz de agrupar a los sectores más combativos y conscientes de la clase obrera y de la juventud árabe, y tras ellos al conjunto de las masas oprimidas. La existencia de un partido marxista con raíces en el movimiento es la única garantía para neutralizar eficazmente las inevitables maniobras de la burguesía y del imperialismo, consistentes en impulsar alianzas "de todos los demócratas" y promover a "amigos del pueblo" con el fin de anular la acción independiente de la clase obrera y descarrilar el proceso revolucionario.


La actual revolución en el mundo árabe está demostrando en la práctica su carácter internacionalista. Por eso hoy más que nunca, la lucha de los oprimidos exige de un programa socialista e internacionalista para luchar por la creación de una Federación Socialista Árabe, para acabar con el atraso, la miseria, el sectarismo y el integrismo religioso.

ULISES BENITO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario