Para ganar una guerra larga hace falta tiempo y paciencia, que es lo que Tolstoi constataba en el ejército ruso frente a las tropas napoleónicas.
Habida cuenta de que en la larga lucha contra la crisis quienes la han provocado no nos dejan ya ni tiempo para la paciencia, es entonces cuestión de la máxima gravedad dilucidar cómo vamos a salir de los enfrentamientos que ella implica. ¿Se impone la amarga predicción de la derrota de la política a manos de la economía? La intensa presión de los mercados es la estrategia del capital no sólo frente a los Estados, sino frente al trabajo, y cuando quienes están en los gobiernos se ven hasta sin tiempo para articular inteligentemente una defensa eficaz, entonces el repliegue poniendo precipitadamente en práctica medidas de ajuste exigidas por el bando contrario se hace sacrificando logros que fueron trincheras de los trabajadores. ¿Sólo queda entonces, cual placebo para la melancolía, el refugio en metáforas bélicas para expresar la sensación de derrota de una izquierda desarbolada, reducida a recomponer sus filas ante los próximos ataques de las derechas –la derecha económica en vanguardia, la mediática marcando el ritmo y la política, subalterna a ambas-? La lucha es agónica, con el agravante de que, como les pasa a los ejércitos en retirada, no hay estrategia.
En el difícil trance en que estamos, donde se verifica que para el capital la crisis sí está siendo una nueva oportunidad, se suceden unas tras otras tristes batallas políticas en las que no brilla la moral de victoria entre quienes teníamos que estar defendiendo a ese pueblo constituido por la parte de la ciudadanía a quienes otros quieren volver a dejar aparte, es decir, los trabajadores y en especial esos más apartados que son los hundidos en el paro. No obstante, despuntando como tímido sol de invierno, emergió, como ocasión propicia para recomponer las fuerzas, la posibilidad de un “pacto global” entre agentes sociales y gobierno –para trasladar después al ámbito parlamentario- sobre pensiones, reglamentación de la reforma laboral y negociación colectiva. Situación semejante nunca debe desaprovecharse –error estratégico que ninguna táctica puede salvar-. Si el pacto cuaja, superando diferencias menores en medio de la confrontación en la que nos hallamos, será atisbo de esperanzan, no sólo para batallas políticas subsiguientes, sino para la batalla por la política actualmente en curso. La frustración de las expectativas puestas en él será vista como anticipo de derrota.
A estas alturas es inocultable el ataque al Estado social y el cuestionamiento del Estado de las autonomías. Austeridad y demandas de coordinación son pretextos en manos de quienes sostienen falaces denuncias por querer dominar sin trabas políticas. Mas hasta los más confiados no tardarán en darse cuenta de hasta qué punto están socavando la democracia los poderes económicos sobre los que recaen las bendiciones neoliberales. Ellos sí tienen estrategia y celebran sus victorias con nuevas agresiones.
¿Y la izquierda? ¿No estará atrapada en lo que el viejo Herodoto llamaba “guerra servil”, como la que libraron los esclavos de los escitas contra sus amos y que perdieron por no abandonar la conciencia de servidumbre? Diríase que ahí está nuestro talón de Aquiles, que es punto más débil cuanto más confundimos la mera gestión de las cosas, sirviendo a un trucado juego de intereses, con la cuestión política fundamental, la que atañe a la libertad de los sujetos y a la igualdad de los ciudadanos, a la salvaguarda de los derechos y al fortalecimiento de la democracia. Ésta, como razón de ser del Estado y no sólo como conjunto de reglas, es la que está en juego, también en pactos en torno a lo que algunos pueden considerar prosaicos asuntos a pie de obra. Ante el conflicto radical al que la crisis económica nos ha traído, cuando el desacuerdo de fondo entre quienes quieren imponer su orden y quienes se resisten a ello obliga a reconsiderar la política como empeño por la paradójica articulación de la convivencia democrática, el empeño en un pacto razonable, si es justo, entre quienes se reconocen como interlocutores representativos de fuerzas políticas y sociales, es paso necesario para reconstruir consensos dañados. No estamos sólo ante una batalla política más, y ni siquiera hay que poner bajo tan limitado enfoque la próxima contienda electoral; estamos de lleno en la batalla por la política. El filósofo francés Jacques Rancière recuerda que a eso se le llamaba lucha de clases.
José Antonio Pérez Tapias
Coordinador de Andalucía.
Izquierda Socialista-PSOE.
Parlamentario por Granada.
Fuente: http://argumentosptapias.blogspot.com/
5 de febrero de 2011
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