Parece que ha sido poca la reflexión que la dirección del PP ha hecho sobre las tumbonas vacacionales. Erre que erre vuelve con la misma retahíla persecutoria con la que se fue, poniendo la mano en el fuego sobre quienes dentro de sus filas son investigados por la justicia. Ello me lleva a acordarme del sueño que tuve la otra noche. Más bien fue una pesadilla. Cerebralmente se me entremezcló el ardor aterralado que se colaba por la ventana con las lecturas de las cutres serpientes políticas de esa semana. Inmerso en esa confusión, me sumergí en un laberinto onírico donde para nada me reconocía.
Afortunadamente cuando desperté, cambié de chip. No era posible que siendo la mayoría de la militancia del PP honrada hubiera tenido semejante alucinación. Y es que en mi dormitar, había adquirido la corporeidad de un chorizo culto, inteligente y muy reaccionario. Gozaba de haber estado más tieso que la mojama a nadar en la abundancia. Era producto del replanteo de mi existencia a causa de la crisis, ya que no era posible continuar viviendo de la vocación irrefrenable por la delincuencia de cuello blanco mediante los tocomochos financieros. Estaba obligado a cambiar. Había elevado el ingenio en evitación de que si me pillaban no tuviera que morirme de asco en el anonimato, tras cualquier barrote común de esas mazmorras hacinadas de hoy en día. Blindarme, contar con un buen abogado y rodearme de grandes padrinos fueron las claves de la reconversión vital que experimenté en la ensoñación.
Conforme se hizo más profunda esa modorra me vi aún más transfigurado. Poseía un inmenso bigote, modelo guardia civil del XIX. Me presentaba, según decía, como mandan los cánones y nuestra tradición: un macho español, persona de orden y gran patriota, muy bien educado por un severo padre que mantenía intacto los ideales que aprendió como alférez, falangista y católico preconciliar. Aunque me tiraba la extrema derecha, bien pronto vislumbré que en esta hora venden poco esos gloriosos correajes, y lo peor que tiene es el desamparo en el que te encuentras. Te puede venir de pronto un viaje policial y hundirte el negocio en el que estés metido. Por ello reparé en obtener el carné del PP.
Así y en mi astucia trepadora, al poco tiempo conocía a la parte de su cúpula que más me interesaba. Me personé, dentro del túnel del tiempo, en los fastos de la boda real de la hija de mister Ansar donde llegué a intimar con Álvaro Perea, el amigo del alma de Campos. Lo confundían conmigo por el mostacho. También a Paco Cinturón. Llegamos a hablar de repartirnos adjudicaciones. Pero yo seguí en lo mío. Menos mal. Vaya la que han liado después con lo del caso Güstol, y los regalos de trajes. Hoy me alegro. La decisión fue la idónea.
Tenía claro en el sueño que si me pasaba lo mismo que a Campos, iba a estar a mi favor Federico Trujillo, pedazo de abogado y encima de gañote, especialista en liar el tomate, presionar a jueces y fiscales, atemorizar a la policía, y poner a parir al puñetero de ZP hasta que archivaran mi caso. Además, me apoyaría la señora Dospedales, que parece un radar. Está dotada de una especial agudeza auditiva para las escuchas. Me defendería con el argumento de que todo responde a un complot de la república bananera de ZP. Y como joya, a un súper jefe como es el gallego. Un caballero dispuesto a suspender sus vacaciones cuando se entera que hay militantes indefensos, encima en una isla, ante un juez rojo. También contaría con el príncipe gitano andaluz, dispuesto a respaldar, como hizo con el alcalde de Alhaurín el Crecido, al militante que se atrevan a detener y encima le pongan grilletes. Igualito que los socialistas, que pasean esposados ante la prensa a ese niñato de Estepota o al cantaor de Alcaucil para que salgan bien fotografiados... Sus dirigentes no sólo no protestan y montan el pollo sino que no les ponen abogados y los echan de su partido. Qué jodíos son esos de ZP... así no se puede generar confianza para crear riqueza.
Mientras soñaba esas historias, cada vez iba conociendo a más competidores. Al calor de ese amparo, no paraban de ingresar nuevos afiliados. Todos recibían las mismas consignas. Si les detenían debían de gritar que a quien se perseguía y disparaba era al PP, como en la cacería de Bermejo... Así podías ir por la vida mirando por encima a un juez o policía, y advertirles: "cuidadito, no me investigues que llamo a mis jefes y te ensamblan un revuelo que acabas proscrito y saliendo hasta en el telediario". Incluso mis colegas ultras estaban encantados del descosido que le hacíamos a esa bazofia que llaman estado de derecho y que tanta leyes dicta contra la unidad de España, la familia y los niños que van a nacer. De este modo, seguí delirando con que al calor del partido y por una mijita de comisión me forraba en fáciles negocios. Hasta que desperté. Entonces pensé que si yo fuera del PP aniquilaría de un tiro dos pájaros. Saltaría a más de uno de sus poltronas para cortarle esas sumisiones que aparentan tener con los que abusan. Más, cuando son especialistas en derrotas ante las urnas y su nivel de rechazo es tal que impiden que el PP llegue algún día al Gobierno. A su vez, expulsaría a esos facinerosos que merodean lo público y dañan la imagen del PP y la democracia. Pero como no soy del PP, prometí no contar esta historia a nadie, no fuera a darle la fórmula para la solución a sus problemas y acaben ganando las próximas elecciones.
Escrito por IGNACIO TRILLO
(Economista).
3 de septiembre de 2009
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