(Continuación)
(…) En este orden
mundial imperialista, a los países atrasados se les adjudica la función de
proveer de materias primas y mano de obra barata a las multinacionales. A
cambio de sus recursos naturales y riquezas, éstas naciones reciben los
productos elaborados que fabrican y comercializan las multinacionales. Es un
intercambio absolutamente desigual ya que están cambiando productos con más
horas de trabajo por otros con menos. Por si fuera poco, las multinacionales –
al controlar el mercado mundial – fuerzas los precios de las materias primas
aún más a la baja y multiplican así todavía más sus beneficios. El resultado es
el empobrecimiento y endeudamiento constante de los países menos desarrollados
y el sometimiento de toda la población mundial a la voluntad antidemocrática de
unos pocos de archimillonarios.
Los ataques a la
educación pública y a la sanidad, las privatizaciones de empresas estatales, como
las eléctricas, el agua, los servicios, etc, son otros tantos síntomas de la
decadencia de este sistema que tiende al monopolio global. El incipiente
“Estado de Bienestar”, que no es otra cosa que el Derecho a una asistencia
sanitaria universal y gratuira, a una educación pública de calidad, a un
subsidio de desempleo, a la existencia de un salario mínimo, a una pensión
decente y otros derechos básicos, fue una conquista del movimiento obrero que
se nos está arrebatando.
La burguesía utilizó
esa concesión que se había visto obligada a realizar en un momento determinado
para alejar el fantasma de una revolución en los países avanzados durante
décadas, así como para fomentar la idea de que el capitalismo había cambiado,
que ya no era aquel sistema salvaje que obligaba a trabajar a los niños, que
negaba el derecho a una vivienda digna, que negaba la sanidad y educación públicas a la clase
trabajadora y a sus familias, que los condenaba a largas y extenuantes jornadas
laborales, con el método “manchesteriano de la cama caliente”.
Esto ha sido aceptado
por muchos dirigentes de la clase obrera que hicieron suyo su mensaje; ya no
tenía sentido luchar por otra sociedad sino que había que reformar ésta,
limando las posibles imperfecciones que pudiese tener; se trataba de
reivindicar una economía de mercado cada vez con más riqueza y justicia social,
un capitalismo democrático y de “rostro humano”.
Ya hemos visto las
jornadas de trabajo en aumento, los recortes de derechos sindicales y sociales,
la extensión del empleo temporal o del trabajo infantil; también hemos
analizado sus consecuencias dramáticas para la salud física y mental de los
trabajadores. Todas estas condiciones (unidas a los ataques a la educación y
sanidad públicas con recortes brutales) recuerdan los tiempos del capitalismo
más salvaje.
La cuestión fundamental
es comprender la causa de todas estas políticas y determinar cómo podemos
conseguir una realidad diferente. Dentro de la izquierda y especialmente en las
cúpulas dirigentes de muchos sindicatos y partidos, no faltan quienes piensan
que eso es perfectamente posible dentro de este sistema capitalista corrupto y
decadente; que la lucha no debe ser contra el capitalismo como sistema, sino
contra determinadas manifestaciones y excesos de éste. Algunos van un poco más
lejos y plantean luchar por reformas sociales que democraticen un poco más el
sistema y distribuyan más justamente la riqueza.
Algunas de las
organizaciones que luchan contra la globalización defienden que bastaría
simplemente con evitar la globalización del capitalismo para solucionar estos
problemas, como si globalización y capitalismo fuesen cosas distintas. Proponen impuestos (Tasas…) a los
capitalistas para disuadirlos de trasladar sus inversiones. O reivindican leyes
que garanticen un mayor control de los estados sobre las empresas para
garantizar que las multinacionales no impongan su voluntad y la búsqueda del máximo
beneficio no lo determine todo.
Como si el origen del
problema fuese el hecho de que se intensifiquen las relaciones económicas entre
unos países y otros y no quién domina esas relaciones y se beneficia de ellas.
Como si la esencia del capitalismo no fuese la explotación del hombre por el
hombre y la necesidad de hacer lo más global posible esa explotación.
Contra las
consecuencias de un determinado modelo de explotación capitalista, no tiene
sentido luchar por volver a otro modelo de explotación capitalista anterior,
sino acabar con la explotación definitivamente.
Un buen ejemplo de esa confusión que a veces existe en la izquierda,
junto al intento de querer luchar contra la explotación pero no contra el
capitalismo, es la de que nuestro objetivo en vez de construir una sociedad
distinta debe ser recuperar el llamado “estado de bienestar” con alguna mejora
más bajo el sistema hoy existente.
En realidad, ese modelo
capitalista caracterizado por la intervención del estado en la economía y en
algunos casos por ciertas concesiones sociales, fue el resultado de una
situación irrepetible en la historia del capitalismo.
Los burgueses se vieron
obligados a hacer concesiones ante las luchas revolucionarias de los
trabajadores a lo largo de toda la primera mitad del siglo XX y, especialmente,
durante los años 30 y tras la II Guerra Mundial. Además, un auge económico de
su sistema como nunca se había visto
antes (permitido por la destrucción ocasionada por la guerra mundial, los
campos de inversión que abriría la reconstrucción posterior a ésta y toda otra
serie de factores excepcionales) les permitió hacerlo.
Pero ¿por qué los
capitalistas abandonaron un modelo que les había permitido acumular beneficios
y tener estabilidad política y social? Pues precisamente porque ya no les
ofrecía el volumen de beneficios que necesitaban y chocaba con las exigencias
de la acumulación capitalista de la máxima ganancia posible. El pleno empleo,
el trabajo fijo, los altos impuestos y elevados presupuestos necesarios para
mantener l os gastos sociales, la existencia de un movimiento obrero fuerte y
bien organizado, que conquistaba con su lucha subidas salariales y derechos
laborales, provocaron en un determinado momento (sobre todo a partir de los
años 70) la caída de los beneficios y la inversión por parte de los
capitalistas y un incremento del desempleo que ha seguido creciendo hasta hoy.
Los empresarios, para maximizar sus ganancias, empezaron a aplicar todas esas
medidas laborales y sociales que hemos enumerado en los apartados anteriores.
El capitalismo es un
sistema inestable por naturaleza, que funciona con períodos de auge y crisis
constantes. En los periodos de crecimiento económico, los trabajadores sólo
reciben migajas, y a veces ni eso (como en los momentos actuales).
A veces, aquellos que
idealizan desde la izquierda, el período de auge capitalista previo a las
burbujas financieras e inmobiliarias anterior al año 2007, cuando en agosto se
derrumbó el castillo de naipes que representaba esa escalada de especulación
comenzando en EEUU, con la esperanza y la aspiración de que esa etapa tendría
que volver, olvidan que incluso una época tan importante como aquella, la de
mayor y más prolongado crecimiento de la economía de los últimos ciclos, pero
que se circunscribió a unos pocos países y se cimentó en gran medida sobre esa
misma explotación brutal de los países atrasados por las grades potencias, como
hemos comentado anteriormente, porque la pregunta es ¿Existió para la inmensa
mayoría de la humanidad algo semejante al llamado “Estado de bienestar” que
disfrutaron ciertas capas de los países enriquecidos? (..continuará…)
ÁREA DE COMUNICACIÓN.
IZQUIERDA SOCIALISTA
MÁLAGA-PSOE.A
ispsoeandalucia.malaga@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario