Desde hace ya mucho tiempo no pasa un día sin un nuevo escándalo financiero o de corrupción. La imagen del que fue todopoderoso ministro de economía de los gobiernos de Aznar y ex director gerente del FMI, Rodrigo Rato, entrando en un coche policial ha caído como una bomba en el gobierno y en el PP. Con éste ya son once de catorce los ministros del antepenúltimo gobierno de Aznar afectados directamente por causas judiciales, todas relacionadas con corrupción, malversación de fondos, saqueo del patrimonio público, alzamiento de bienes… incluyendo al propio Rajoy y María Dolores de Cospedal como responsables últimos de la doble, y falsa, contabilidad del PP.
Rato ya estaba imputado por el caso Bankia, que hay que recordar ha costado a las arcas del Estado más de 20.000 millones de euros y ha dejado sin ahorros a miles de personas, especialmente jubilados y pensionistas, engañadas con productos financieros ilegales como las preferentes. Ahora es investigado por blanqueo de capitales y otros delitos fiscales, a través de un complejo entramado de sociedades para no pagar impuestos. Algunas fuentes calculan que el fraude supera los 5 millones de euros.
El caso es más llamativo al recordar que Rato, en sus ocho años al frente del ministerio de economía, alardeó reiteradamente de que nunca aprobaría una amnistía fiscal. Y ahora descubrimos que fue uno de los que se acogió a la amnistía promovida por el gobierno de Rajoy en 2012. Pero no sólo fue Rato, el propio Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ha reconocido que se está investigando a 705 personas sospechosas de blanquear dinero y que “tienen que ver con la política e instituciones públicas”: podría haber hasta 300 cargos políticos, además de embajadores e incluso jueces, es decir, la crema del aparato económico, político y judicial del sistema. Hoy salta a la palestra el nombre de Rato, pero anteriormente ya salieron muchos otros: Bárcenas, Granados, Fabra, y cientos más implicados en las redes de Gürtel y Púnica; el nutrido clan de los Pujol, el sindicalista Fernández Villa… a nadie se le escapa que la corrupción y el robo se extiende como la gangrena en el organismo del capitalismo, y afecta a todas sus partes dirigentes.
‘De casta le viene al galgo’
Que los encargados de elaborar las leyes, de diseñar los impuestos, sean los que más defraudan demuestra la hipocresía de la burguesía española. Mientras imponen una política draconiana a los trabajadores, recortan derechos sociales y laborales, destruyen la sanidad y educación públicas, los políticos responsables de este expolio son los primeros en evadir impuestos y blanquear capitales, y sortean impunemente las cargas con las que aplastan al resto de la población. Pero de Casta le viene al galgo.
Rodrigo Rato pertenece a una familia conocida de la burguesía española. Su padre, Ramón Rato, heredó una fortuna fruto de la explotación de los trabajadores de la industria textil y la construcción. En los años treinta escribió varias obras en las que mostraba sus simpatías con la Alemania nazi y, como era de prever, durante la Guerra Civil apoyó fervorosamente a Franco. Su respaldo entusiasta a la dictadura le permitió adquirir en 1947 Radio Toledo, la primera de las emisoras de lo que se convertiría posteriormente en uno de los principales grupos de radio de este país, la Cadena Rato. En 1990 vendieron 67 emisoras a la ONCE por 27 millones de euros, justo en el momento en que estaban al borde de la suspensión de pagos.
La entrada de la familia Rato en el sector bancario fue un tremendo fiasco, un presagio de lo que haría Rodrigo Rato medio siglo después en Bankia. En 1967 el padre y el hermano de Rato protagonizaron uno de los mayores escándalos bancarios del franquismo. Utilizaron el Banco de Siero, propiedad de la familia, para evadir a Suiza más de 70 millones de pesetas. Fueron condenados a 3 y 2 años de cárcel respectivamente, y a pagar una multa de 176 millones de pesetas. El gobierno intervino el banco y tuvo que hacer frente a los depósitos de los clientes. Aún así, Dios aprieta pero no ahoga, y los Rato continuaron cómodamente sus aventuras políticas y empresariales en el tardo franquismo y ya en plena “democracia”.
¿Milagro económico español?
Hasta el mismo día de su detención, Aznar y el resto de dirigentes del PP no ahorraban elogios hacia el señor Rato. Lo definían como “el mejor ministro de economía de la democracia” artífice del “milagro económico español”. Creador de “la marca España”. Resulta ridículo ver cómo en cuestión de horas aquellos que le ensalzaban han pasado a minimizar su papel y a desembarazarse de su figura de manera vergonzante.
Rato, siguiendo las instrucciones de Aznar y del gran capital español, fue el responsable de las privatizaciones de algunas de las empresas públicas más rentables como Argentaria, Repsol, Gas Natural, Endesa, Telefónica o Tabacalera. En esto hay que decir que fue un alumno aventajado de Felipe González, el pionero en esto de las privatizaciones. En todas ellas Rato siguió el mismo esquema: primero situó al frente de cada una de las empresas públicas que salían a bolsa a hombres de su confianza y de la de Aznar, como el caso de Villalonga al frente Telefónica; después se vendía la empresa en cuestión a un precio inferior a su valor real, que casi siempre quedaba en manos de quienes habían sido designado como presidentes, e inmediatamente se declaraban planes de ajuste y despidos brutales que recortaban los derechos de las plantillas.
Pero si por algo será recordado el Rato todopoderoso es precisamente por haber impulsado decididamente la burbuja inmobiliaria, para mayor gloria de las grandes empresas del sector. La conocida como “ley del suelo” permitió una desregulación salvaje que, junto con unos tipos de interés baratos, atizaron una burbuja especulativa basada en el ladrillo y el robo a millones de familias trabajadoras, endeudadas de por vida por la compra de una vivienda. Sus consecuencias todavía las sentimos en los efectos de una crisis económica que dura ya cinco años y en los miles de desahucios que ha empujado a la miseria a una parte significativa de la población.
Rodrigo Rato acrecentó su fama de “gestor” cuando fue nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), cargo al que llegó no por méritos sino por una intensa campaña diplomática dirigida por el gobierno del PSOE de Zapatero. Abandonó a mitad de mandato, y años después el FMI publicó un informe interno que hacía una crítica despiadada de su gestión: “no anticipó la crisis, su ritmo ni su magnitud”. Para consuelo de Rato, el resto de los gestores del FMI demostraron exactamente el mismo tipo de ineptitud, y el hecho de que los últimos tres responsables del FMI hayan terminado envueltos en escándalos de corrupción o de otro tipo, prueba una vez más la hipocresía repugnante que impregna todo la moral de un sistema podrido..
La corrupción va de la mano con el capitalismo
En la actualidad hay unas 1.700 causas por corrupción abiertas con cientos de imputados, entre los que se encuentran “ilustres de la política” como Chaves, Griñan. Rato o Pujol, empresas, dirigentes sindicales, y un largo etcétera. Desde los aparatos socialdemócratas, desde la derecha y sus lanzaderas mediáticas, se lamentan que la presencia de unas cuantas “manzanas podridas” enfangue al resto de la “clase política”. Pero las prácticas ilegales de los Rato, los Pujol y demás no son nuevas y eran conocidas ampliamente. La crisis política y el miedo a la radicalización de las masas, y a que el giro a la izquierda se profundice aún más, hace que en los casos de corrupción que se descubren la clase dominante esté dispuesta a sacrificar a aquellos que les han servido fielmente para intentar salvar su propio futuro. Mandar a algunos de ellos a prisión, por tiempo escaso, permite aparentar que el sistema funciona. Pero una cosa es clara: un pacto contra la corrupción urdido por los defensores del capitalismo es lo mismo que poner al zorro cuidando del gallinero. La corrupción y el capitalismo van de la mano y sólo se podrá acabar con ella mandando al basurero de la historia, y con métodos revolucionarios, a un sistema económico que permite que una minoría acumule una riqueza obscena mientras la inmensa mayoría de la población sufre todo tipo de calamidades para sobrevivir.
ESCRITO POR MARIA CASTRO.
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