La clase obrera tiene la fuerza para derrotar a los capitalistas

El viernes 7 de septiembre el primer
ministro portugués, Passos Coelho, anunciaba por televisión y en horario
de máxima audiencia las nuevas medidas adoptadas por su gobierno; el
punto estrella era la reducción salarial del 7% a todos los trabajadores
a partir de 2013, a través del aumento de las cotizaciones de los
trabajadores a la Seguridad Social (Taxa Social Única) del 11 al 18%
(equivalente a la pérdida de un salario entero repartido en un año) y a
la vez que se reducía la contribución de los empresarios del 23,75% al
18%, en un trasvase de más de 2.000 millones de euros desde los
bolsillos de los trabajadores a los de los empresarios. Era la gota que
colmaba el vaso de la ira y el descontento popular.
Este brutal ataque se enmarca dentro de
la presentación de los Presupuestos Generales de 2013, que conllevan un
ahorro de 4.900 millones de euros respecto a los de 2012 [1], y que
incluye también la disminución del número de funcionarios y nuevos
recortes a su salario [2], más privatizaciones, endurecimiento de los
criterios para obtener subsidios sociales y de desempleo, etc. Coelho y
su ministro de Finanzas, Vitor Gaspar, trataron de justificarlo con el
cínico argumento de "crear empleo" y apelando al “esfuerzo de todos”
para salir adelante. Ese descarado intento de engaño no hizo más que
aumentar la indignación general desencadenando una respuesta inmediata
de los trabajadores y la juventud portuguesa. Un estallido social que
pilló por sorpresa al gobierno, que subestimó la capacidad de respuesta
de las masas tras meses y meses soportando constantes recortes.

La mayor manifestación desde el 1 de mayo de 1974.

Tras la fuerza demostrada el 15-S la
siguiente cita para el movimiento fue el viernes 21 de septiembre a las
18 horas, esta vez frente al Palacio de Belém, sede del Consejo de
Estado, convocado por el presidente Cavaco Silva para discutir las
medidas anunciadas, y donde miles y miles de jóvenes y trabajadores
exigieron la suspensión de las últimas medidas de austeridad y la
destitución del gobierno, al grito de "Cavaco, escucha, el pueblo está
en lucha" o "FMI fuera de aquí".
La radicalización política que se vive
en Portugal ha tenido su expresión también en fuertes tensiones dentro
del aparato del Estado. No es ningún detalle el comunicado hecho público
tras el 15 de septiembre, de la Asociación de las Fuerzas Armadas
portuguesas (AOFA), firmado por su presidente, el Coronel Manuel Martins
Cárcel, en el que se afirma que “las tensiones sociales son muy graves
y están causando protestas y manifestaciones” ante las que “las
Fuerzas Armadas de la Asociación de Oficiales reitera su compromiso con
los militares de que nunca aceptará el uso de la represión contra los
ciudadanos”. Señala además, “Queremos extender nuestra más cordial
solidaridad con todos los portugueses que sufren el peso de los
terribles sacrificios que se están imponiendo (…) expresamos nuestra
solidaridad con todas las iniciativas que sirven para poner fin a las
prácticas abusivas” y rechazan que “debamos aceptar la imposición de
sacrificios para conseguir una supuesta solución” que nunca llega y que
siempre pagan los mismos “mientras que al mismo tiempo, ya sea en
Portugal o en otro lugar, se acumulan riquezas sin límite, evitando que
otros puedan obtener salarios justos”.
Hacia una situación revolucionaria.

La burguesía portuguesa desea que con
esta cesión pueda recomponerse un escenario de estabilidad política y
paz social, e intentará basarse en los dirigentes de las organizaciones
de la izquierda reformista y sindicales para ello. Muy sintomático, en
este sentido, fue la reunión celebrada el 24 de septiembre de Passos
Coelho a la que acudieron empresarios y sindicatos para tratar de volver
a la normalidad y crear un clima de unidad nacional para tratar de
aplacar el movimiento y continuar con la agenda de la burguesía. El
primer ministro portugués anunció que habría medidas alternativas, entre
ellas una nueva e importante subida de impuestos, en especial el de la
renta, además de aumentar el de Patrimonio y el de transacciones
financieras, en un intento de dar un toque igualitario. En cualquier
caso, las dificultades para un gobierno herido de muerte están ahí.
Tanto la CGTP como la UGT han rechazo el incremento de impuestos a los
trabajadores, y el PS reitera su rechazo a apoyar los presupuestos de
2013. Las propias palabras de Coelho al término de la citada reunión
muestran el límite que tienen: “La propuesta tiene que ser aceptada
también por nuestros acreedores internacionales. Portugal se encuentra
en una situación en la que ya no tiene autonomía financiera, por lo que
es indispensable que estas medidas sean bien acogidas por la troika”
(La Vanguardia, 24/09/12). El consejo de ministros extraordinario
convocado el miércoles 26 para decidir las medidas se alargó durante
más de siete horas, lo que demuestra las tensiones y la crisis política
que vive, y no se ha querido hacer público nada más concreto, en un
intento de evitar volver a echar más leña al fuego de la movilización. Y
es que este mismo sábado 29 de septiembre está convocada por la CGTP
una marcha a Lisboa contra los recortes, a la que llaman a participar
todos los convocantes de las movilizaciones del 15 y 21 de septiembre, y
a la que han anunciado su asistencia militares y policías.

Los efectos de la lucha en Portugal
están teniendo un gran impacto en Grecia y en el Estado español, donde
se está produciendo un claro repunte de la movilización contra la
política de recortes. La lucha en el sur de Europa está cada vez más
interconectada y sin duda tendrá un efecto expansivo en toda Europa.
¡Viva la lucha de la clase obrera! Frente a la catástrofe social
provocada por el capitalismo, ¡por una Federación Socialista Europea!
Escrito por Miriam Municio.
[1] Una cantidad equivalente a alrededor del 25% de la masa salarial de todos los funcionarios portugueses.
[2] Los intereses anuales que paga
Portugal por su deuda pública llegan casi a los 9.000 millones de
euros, casi la mitad de lo que cuesta pagar a los funcionarios, según
el economista João Abel de Freitas.
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