Las multinacionales dicen estar preocupadas, pero no lo están por
el calentamiento global, sino por sus
posibilidades de hacer negocios cada vez más lucrativos. A finales de 2007 tuvimos dos acontecimientos
relevantes: la concesión del Premio Nóbel para Al Gore y los científicos del
IPCC, y la Cumbre de Bali para ver si actualizaban los acuerdos de Kioto.
Al Gore, actual adalid de la lucha contra el cambio climático,
tiene el dudoso honor de haber sido el que forzase en Kioto a rebajar la
reducción de emisiones de GEI (gases de efecto invernadero) a la atmósfera. La
UE pedía el 15%, pero EEUU la bajó hasta el 5,2%. Después hicieron algo peor:
destruyeron el acuerdo. La mayoría insistió en que se hiciese en sus
respectivos países. EEUU, con Gore a la cabeza, planteó que los países ricos
pudiesen comprar las reducciones a otras naciones. Cuando este acuerdo se
aprobó, se creó un enorme mercado, el mercado de los bonos de carbono (ETS),
que en realidad es un mercado de reducciones falsas.
El ETS funciona sobre la base de asignar cuotas a las empresas. Si
una empresa no gasta su cuota, puede vender ese sobrante a las empresas que sí
rebasaron el cupo que les fue asignado. Por su dinamismo, el mercado de bonos
de carbono se está convirtiendo en uno de los espacios de especulación más
grandes del mundo. Por eso no sorprende que la Asociación Internacional de
Transacciones de Emisiones, el lobby principal de los especuladores en el
mercado mundial de bonos de carbono, haya sido uno de los organismos con mayor
presencia en la Cumbre de Bali.
Se han intercambiado bonos de carbono por 30.000 millones de
dólares en el ETS. Pero el sistema de mercado de bonos de carbono ha sido un
fracaso para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero:
entre 2001 y 2004 las emisiones de GEI en Europa crecieron un 3% y en 2006 el
aumento fue de 1,5%.
Por otro lado, aprovechando el miedo que se está empezando a
generar entre la población, surgen proyectos como el de echar partículas de
hierro en las Islas Canarias para disparar el florecimiento del fitoplancton y
de ese modo absorber más CO2 de la atmósfera y otras similares. Es decir
empresas dedicadas a proyectos de geoingeniería tratan de sacar tajada de la
situación. Cualquier experimento para alterar la estructura de los océanos o de
la atmósfera puede provocar algo peor de lo que se trata de corregir.
El último informe del IPCC representa un avance respecto de la
indefinición anterior, pero parte de una premisa falsa. En él se responsabiliza
a la emisión de gases producida por la infraestructura técnica que hay en el
planeta y acusa a la actividad humana en general de todos los males, sin atacar
el fondo del problema: el sistema capitalista.
El capitalismo, con tal de producir ganancias para una
minoría de parásitos, no tiene problema en contaminar lo que sea. El efecto
lógico de la explotación de los trabajadores por los capitalistas es la
destrucción del medio ambiente. El sistema capitalista tiene su lógica en
producir al costo que sea y destruyendo lo que sea, seres humanos o el mismo
planeta. Por lo tanto, es imposible que las multinacionales capitalistas, que
disfrutan de los beneficios de esta expoliación, se decidan a cambiar
drásticamente la situación.
Se
viene debatiendo ampliamente sobre este problema y existe un consenso
científico que el clima global se está viendo alterado de manera importante,
agudizándose esta alteración desde el siglo pasado, como consecuencia del
incremento de concentraciones de gases de efecto invernadero, tales como el
dióxido de carbono, metano, óxidos nitrosos y
clorofluorocarbonos.
Uno de los impactos que
el uso de combustibles fósiles ha producido sobre el medio ambiente terrestre ha
sido el aumento de la concentración de dióxido de carbono (CO2) en
la atmósfera. La cantidad de CO2 atmosférico había permanecido
estable aparentemente durante siglos, pero desde 1750 se ha incrementado en un
30% aproximadamente. Lo significativo de este cambio
es que puede provocar un aumento de la temperatura
de la Tierra a través del proceso
conocido como efecto invernadero.
El dióxido de carbono atmosférico tiende a impedir que la radiación
de onda larga escape al espacio exterior; dado que se produce más calor y
puede escapar menos, la temperatura
global de la Tierra aumenta
Se estima que los patrones de
precipitación global, con lluvias ácidas y otras distorsiones
atmosféricas, también se ven alterados
como respuesta a lo anterior. Existe un cierto acuerdo general sobre estas conclusiones, pero hay una incertidumbre con
relación a las magnitudes y las tasas de estos cambios a escalas regionales y
mundiales.
Asociada también al uso
de combustibles fósiles, la acidificación se debe a la emisión de dióxido de
azufre y óxidos de nitrógeno por las centrales térmicas y por los escapes de
los vehículos a motor.
Estos productos
interactúan con la luz del
Sol, la humedad y los oxidantes produciendo ácido sulfúrico y nítrico, que son
transportados por la circulación atmosférica y caen a tierra, arrastrados por
la lluvia y la nieve en la llamada lluvia ácida,
o en forma de depósitos secos, partículas y gases
atmosféricos.
Los expertos afirman estos cambios en el patrón de emisiones de
gases están produciendo importantes alternaciones en los ecosistemas globales,
alteraciones que irán en aumento si no se toman medidas adecuadas. Los
ecologistas advierten en trabajos científicos realizados que los rangos de
especies arbóreas podrán variar significativamente como resultados del cambio
climático global que se está operando, por lo que las medidas correctivas
debieran estar siendo aplicadas ya de forma científica y globalmente planificada
en beneficio de la humanidad y no de unos cientos de multinacionales privadas,
que no se pueden poner de acuerdo para un plan debido a su sistema de beneficio
privado y competencia feroz.
Si
analizamos la situación del planeta a partir de 1970, primer año en que se
declaró el “Día de la Tierra”, se han perdido desde entonces 300 millones de
hectáreas de zonas de árboles, los desiertos se han extendido en más de 220
millones de hectáreas, miles de animales y plantas se han extinguido y el planeta
se deteriora vertiginosamente. Cada año se emiten a la atmósfera más de 50.000
millones de toneladas de gases contaminantes.
La erosión del suelo se está acelerando en todos los
continentes y está degradando unos 2.000 millones de hectáreas de tierra de
cultivo y de pastoreo, lo que representa una seria amenaza para el
abastecimiento global de víveres. Cada año la erosión de los suelos y otras
formas de degradación de las tierras provocan una pérdida de entre 5 y 7
millones de hectáreas de tierras cultivables. En el Tercer Mundo, la creciente
necesidad de alimentos
y leña han tenido como resultado la deforestación
y cultivo de laderas con mucha pendiente, lo que ha producido una severa
erosión de las mismas.
Para
complicar aún más el problema, hay que tener en cuenta la pérdida de tierras de
cultivo de primera calidad debido a la industria,
los pantanos, la expansión de las ciudades y las carreteras. La erosión del
suelo y la pérdida de las tierras de cultivo y los bosques reducen además la capacidad de conservación de la
humedad de los suelos y añade sedimentos a las corrientes de agua, los lagos y
los embalses. El planeta Tierra está
experimentando también un progresivo descenso en la
calidad y disponibilidad del agua. En el año 2000, en torno a 508 millones de personas vivían en
31 países afectados por escasez de agua y, según estimaciones de la Organización
Mundial de la Salud
(OMS), aproximadamente 1.100 millones de personas carecían de acceso a agua no
contaminada. En muchas regiones, las reservas de agua están contaminadas con
productos químicos tóxicos y nitratos. Las enfermedades transmitidas
por el agua afectan a un tercio de la humanidad y matan a 10 millones de
personas al año. Después de nueve años,
la situación se sigue agravando, lo que indica que el capitalismo no puede dar
respuesta a las calamidades que su propio sistema produce. Cerca de
3.000 millones de personas tienen dificultades para alimentarse dignamente y
más de 1.500 millones sufren enfermedades y hambrunas terribles.
Es cierto que existen controversias
e incertidumbres con respecto a los ritmos del cambio climático global y las
respuestas de los ecosistemas, pero la tendencia global es que se puede
traducir el proceso en un desequilibrio económico cada vez más pronunciado,
siendo de vital importancia en países que dependen fundamentalmente de recursos
naturales que son explotados vorazmente por la especulación capitalista sin
control alguno.
Lo que resulta más grave es el impacto directo sobre los seres
humanos, que puede tener consecuencias como la expansión de enfermedades
infecciones tropicales y de otra índole, puede afectar en los incrementos de
las inundaciones de terrenos costeros arrasando ciudades enteras, tormentas más
virulentas e intensas que pueden provocar la extinción de incontables especies
de animales y plantas, así como fracasos de cultivos en zonas vulnerables,
incrementos de las sequías, avances de zonas desérticas y demás catástrofes
medio ambientales que producirán hambrunas y mortandad terribles para la
humanidad.
En las décadas de 1970
y 1980, los científicos empezaron a descubrir que la actividad descontrolada
del sistema caótico capitalista estaba
teniendo un impacto negativo sobre la capa de ozono,
una región de la atmósfera que protege al planeta de los dañinos rayos
ultravioleta. Si no existiera esa capa gaseosa, que se encuentra a unos
40 Km. de altitud sobre el nivel del mar, la vida sería imposible sobre
nuestro planeta. Los estudios mostraron que la capa de ozono
estaba siendo afectada por el uso creciente de clorofluorocarbonos (CFC,
compuestos de flúor), que se emplean en refrigeración,
aire acondicionado,
disolventes de limpieza, materiales
de empaquetado y aerosoles. El cloro, un producto
químico secundario de los CFC ataca al ozono, que está formado por tres átomos
de oxígeno,
arrebatándole uno de ellos para formar monóxido de cloro. Éste reacciona a
continuación con átomos de oxígeno para formar moléculas de oxígeno, liberando
moléculas de cloro que descomponen más moléculas de ozono. El adelgazamiento de
la capa de ozono expone a la vida terrestre a un exceso de radiación
ultravioleta, que puede producir cáncer de piel y
cataratas, reducir la respuesta del sistema
inmunitario, interferir en el proceso
de fotosíntesis
de las plantas y afectar al crecimiento del fitoplancton oceánico.
El uso extensivo de pesticidas
sintéticos derivados de los hidrocarburos
clorados en el control
de plagas, introducidos por las multinacionales sin un control exhaustivo
comprobado para analizar el impacto en la salud de la humanidad, ha tenido efectos colaterales desastrosos
para el medio ambiente y para la salud de los seres humanos, en particular para
los jornaleros y campesinos que trabajan en los invernaderos. Estos pesticidas organoclorados son muy
persistentes y resistentes a la degradación biológica. Muy poco solubles en
agua, se adhieren a los tejidos
de las plantas y se acumulan en los suelos,
el sustrato del fondo de las corrientes de agua y los estanques, y la
atmósfera. Una vez volatilizados, los pesticidas se distribuyen por todo el
mundo, contaminando áreas silvestres a gran distancia de las regiones
agrícolas, e incluso en las zonas ártica y antártica.
Aunque estos productos
químicos sintéticos no existen en la naturaleza,
penetran en la cadena alimentaria o directamente en los pulmones de los
campesinos. Los pesticidas son ingeridos por los herbívoros o penetran
directamente a través de la piel de
organismos acuáticos como los peces y
diversos invertebrados. El pesticida se concentra aún más al pasar de los
herbívoros a los carnívoros. Alcanza elevadas concentraciones en los tejidos
de los animales que ocupan los eslabones más altos de la cadena alimentaria,
como el halcón peregrino, el águila y el quebrantahuesos. Los hidrocarburos
clorados interfieren en el metabolismo
del calcio de las aves,
produciendo un adelgazamiento de las cáscaras de los huevos y el consiguiente
fracaso reproductivo. Como resultado de ello, algunas grandes aves
depredadoras y piscívoras se encuentran al borde de la extinción
Todas esos estudios y conclusiones son conocidos por todos los
gobiernos del mundo y ha llevado incluso a tomar algunas medidas expresadas en
numerosos estudios y conferencias mundiales, como el tan manoseada e incumplido
Protocolo de Kyoto, que ha fracasado
rotundamente, y ahora se han reunido de
nuevo en Copenhague con el objetivo de firmar un nuevo tratado que recuerde lo
acordado en Kyoto en 1997, con un
estruendoso fracaso aún mayor.
Un equipo de economistas
dirigidos por Nicholas Stern ha calculado a cuánto ascendería la factura de
colaboración en materia climática, estimándolo en 50.000 millones de dólares al año, que tendrían que gastar los estados
industrializados para contribuir a consolidar los pasos dados por los en vías
de desarrollo. Pero hacer esa aportación, es inviable bajo el sistema
capitalista del lucro privado, como hemos comprobado en la vergonzosa puja a la
baja de las grandes potencias, que han barajado solamente cantidades de entre 8
y 10.000 millones de dólares, lo cual es absolutamente insuficiente.(...)
(Fuente: Extracto de la revista Cambio Climático, sobre el ecosocialismo y el Medio Ambiente, editada por la corriente Izquierda Socialista del PSOE de Andalucía tras el debate de la Conferencia celebrada en Torremolinos).
Si estás interesado puedes solicitarla gratuitamente a la dirección de abajo, poniendo en asunto las palabras "cambio climático;
is-psoe.malaga@terra.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario