La propuesta de crecimiento económico de Hollande
El verdadero alcance de la política de
“crecimiento” de Hollande se comprueba en su manifiesto electoral Mis 60
compromisos para Francia.
La medida estrella del programa es el incremento en 25.000 millones de euros, distribuidos a lo largo de cinco años, del gasto capaz de estimular el crecimiento económico. Asociado a este estímulo, se propone la creación de 60.000 empleos en la enseñanza pública y de 150.000 puestos de trabajo para jóvenes, así como un conjunto de medidas de estímulo con financiación pública a la contratación de jóvenes y a la inversión de las empresas, capaces de revitalizar de forma sólida la economía francesa.
La medida estrella del programa es el incremento en 25.000 millones de euros, distribuidos a lo largo de cinco años, del gasto capaz de estimular el crecimiento económico. Asociado a este estímulo, se propone la creación de 60.000 empleos en la enseñanza pública y de 150.000 puestos de trabajo para jóvenes, así como un conjunto de medidas de estímulo con financiación pública a la contratación de jóvenes y a la inversión de las empresas, capaces de revitalizar de forma sólida la economía francesa.
Por supuesto, la
creación de empleo en la enseñanza pública y para los jóvenes es algo
muy positivo. La cuestión es si eso realmente va a materializarse. Los
programas de gasto público, las ayudas a las empresas, o las
bonificaciones por contratación de jóvenes ya se ensayaron en los
primeros años de la crisis sin otro resultado que transferir fondos
públicos a manos privadas. Recordemos, en el Estado español, el Plan E
de Zapatero, o las cuantiosas ayudas y desgravaciones fiscales
concedidas a las empresas en nombre de la “economía sostenible”.
El
verdadero alcance de las políticas expansivas puede verificarse en
Japón, donde los planes de estímulo se han sucedido uno tras otro desde
que explotó su burbuja inmobiliaria y bursátil en 1990, sin más
resultado que levantar temporalmente la economía durante el tiempo que
dura el plan, para recaer en un crecimiento casi nulo cuando se disipan
sus efectos.
Entre
1991 y 2000 Japón aprobó diez planes de estímulo económico por un
importe total de 3,84 billones de euros, equivalentes al 116% de su PIB,
al tiempo que mantenía sus tipos de interés en el 0% (el plan
quinquenal de Hollande equivale a sólo el 1,28% del PIB anual francés).
El importe de estos planes fue aplicado por bancos y empresas para
sanear sus balances y cubrir pérdidas, pero la economía no se recuperó,
porque las inyecciones de dinero público, por masivas que sean, no
pueden sustituir la demanda solvente de bienes de equipo y de consumo
que la crisis de sobreproducción ha hecho disminuir drásticamente.
Y
además, los planes de estímulo no suavizaron el coste de la crisis para
los trabajadores japoneses. Los despidos masivos, la pérdida de la
vivienda, la reducción drástica del valor de los fondos de pensiones,
etc., han abierto en Japón un período de crisis social que se prolonga
hasta hoy.
¿Qué ocurre con los recortes aprobados por Sarkozy?
Pero aunque no haya razón alguna para
depositar esperanzas en el efecto expansivo de estos planes, sería
razonable pensar que esta propuesta de revitalización de la economía
iría acompañada de, al menos, una suspensión del plan de recortes puesto
en marcha por Sarkozy. Pero lejos de eso, Hollande se ha comprometido a
mantener prácticamente en su integridad los planes de recorte. El único
cambio que propone se reduce a aplazar un año la consecución de un
déficit público estructural del 0%, es decir, alcanzar el equilibrio
presupuestario en 2017, en lugar de en 2016 como proponía Sarkozy. Por
lo demás, se mantiene el compromiso de reducción del déficit al 3% en
2013 (pág. 11 del Manifiesto), asociado a la prevista reducción del
gasto público que, como el propio Manifiesto se encarga de resaltar en
su página 40, será una “cifra comparable a la anunciada por la mayoría
saliente”.
Entonces, ¿cómo conseguirá Hollande el milagro de recortar
e incrementar simultáneamente el gasto del Estado? Sus propuestas
fundamentales son un fuerte aumento de la presión fiscal sobre las
grandes fortunas y las grandes empresas, y la creación de un impuesto
sobre las transacciones financieras. Con estas medidas, Hollande espera
recaudar 29.000 millones de euros (pág. 41), que financiarían
sobradamente sus políticas expansivas. Por supuesto, estas medidas
tienen un claro sentido progresista y las apoyamos, aunque son
insuficientes. Sus cálculos sobre el montante total de desgravaciones
fiscales a las grandes fortunas aprobadas en el pasado por la derecha
francesa se basan, en gran parte, en datos correspondientes a los años
de boom capitalista, cuando la economía crecía a buen ritmo y bancos y
empresas veían crecer sus beneficios en ratios de dos dígitos. Sus
planes de recaudación fiscal parten de la hipótesis (pág. 40) de que la
economía francesa empiece a crecer sólidamente desde este mismo año
hasta que su PIB se expanda a una velocidad de crucero del 2,5%, a pesar
de que el crecimiento francés de los dos últimos trimestres (0,1% y
0,0%) apunta a una vuelta a la recesión. Otra cuestión es la falta de
previsión de medidas ante los clásicos movimientos que realizan las
grandes fortunas para escapar de los impuestos: la huída de capitales y
la desviación de beneficios de sus empresas a otros países con
fiscalidades más benignas. Sin la nacionalización de la banca y las
grandes empresas es imposible organizar la economía a favor de la
mayoría.
El posible giro en la política económica europea.
Uno
de los puntos fuertes de los defensores de un “plan de crecimiento” es
la de un Plan Marshall para Europa. Al margen de las enormes
dificultades para financiar un plan de esa magnitud, las condiciones
actuales no tienen nada que ver con la Europa de 1946, destruida por la
guerra y necesitada de una completa reconstrucción de sus ciudades y de
su infraestructura productiva. En la actual crisis de sobreproducción no
es precisamente capacidad productiva lo que falta. Lo que realmente
falta (desde el punto de vista capitalista, se entiende) es la
posibilidad de invertir rentablemente las gigantescas cantidades de
capital acumuladas en los años de boom, y que hoy circulan
improductivamente por los circuitos financieros de todo el mundo a la
caza de oportunidades de fáciles ganancias especulativas. Y, como ya se
ha explicado respecto a Japón, es posible que los estímulos vuelvan a
poner en funcionamiento la capacidad productiva ociosa, pero bajo ningún
concepto van a promover una inversión duradera en bienes de equipo o
desarrollo de capital humano cuando la perspectiva es que una vez
agotado el estímulo la economía vuelva al estancamiento.
Choque de intereses nacionales
El debate en curso en la cúpula del
mundo capitalista no es una controversia entre “progresistas” y
“conservadores” (de hecho, hasta el momento el Partido Socialdemócrata
Alemán ha apoyado las medidas de Merkel) sino el choque de intereses
entre distintos sectores de la burguesía mundial, que intentan imponer
sus intereses particulares ante la prolongación de la crisis, ante el
agravamiento de las tensiones monetarias en la zona euro, y ante el
aumento de la resistencia social ante las políticas de ajuste, que ha
tenido en Grecia su máximo exponente, pero que poco a poco se extiende
por todo el mundo capitalista.
El escaso valor del programa de Hollande como alternativa a la crisis no tiene por qué significar que la actual política monetaria de la zona euro vaya a prolongarse indefinidamente. La gravedad de la crisis política en Grecia y la gigantesca crisis bancaria en el Estado español podrían llevar, con independencia de lo que diga Hollande, a una obligada relajación en los ritmos del ajuste fiscal, a un incremento de las políticas expansivas del BCE o incluso, en un momento determinado, a la emisión de eurobonos que, todos sitúan, de momento, en un indefinido “largo plazo”.
El escaso valor del programa de Hollande como alternativa a la crisis no tiene por qué significar que la actual política monetaria de la zona euro vaya a prolongarse indefinidamente. La gravedad de la crisis política en Grecia y la gigantesca crisis bancaria en el Estado español podrían llevar, con independencia de lo que diga Hollande, a una obligada relajación en los ritmos del ajuste fiscal, a un incremento de las políticas expansivas del BCE o incluso, en un momento determinado, a la emisión de eurobonos que, todos sitúan, de momento, en un indefinido “largo plazo”.
En
todo caso, un cambio de estas características no variará el objetivo
central de la burguesía en esta crisis: que la factura la pague la clase
obrera y por tanto no constituye ninguna alternativa para los
trabajadores. Es paradójico que los que presentan el “plan de
crecimiento” como algo progresista tengan a Obama como referencia. De
hecho, aunque el presidente de EEUU se presente en las cumbres mundiales
como el campeón de las políticas de estímulo al crecimiento, los
recortes sociales avanzan a un ritmo muy parecido al de Europa, y su
proclamada recuperación es sumamente frágil. Sólo a base de enormes
planes de estímulo, en gran parte posibles por el papel del dólar como
divisa de reserva mundial, ha podido EEUU obtener unas mínimas tasas de
crecimiento, totalmente insuficientes para atajar el problema del
aumento del desempleo. Para sostener su recuperación EEUU necesita del
tirón de las importaciones europeas, y de ahí su presión a Merkel y los
dirigentes europeos para que adopten sin demora políticas de estímulo.
Antonio G. Sinde.
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