Continuamos hoy con la publicación de la Parte II del Documento a Debate: SITUACIÓN ECONÓMICA: ANÁLISIS Y ALTERNATIVAS.
El colapso del sistema financiero mundial es un hecho de tal magnitud, con tantas repercusiones en el plano económico, político, social y militar, que es difícil predecir todas sus consecuencias, aunque algunos insisten en ver brotes verdes por todas partes y otros dicen que habrá un largo periodo de estancamiento. La realidad concreta es que la economía del conjunto del planeta se encuentra al borde del abismo, precipitándose hacia la recesión más profunda desde la Segunda Guerra Mundial. Ese colapso económico está desvelando el auténtico funcionamiento de lallamada "democracia" burguesa, en realidad la dictadura del gran capital. Una dictadura en la que los gobiernos de EEUU y Europa, formados por individuos con sueldos espectaculares que velan por los intereses de la clase dominante, continúan conspirando para que los costes de esta brutal crisis los paguemos las familias trabajadoras de todo el mundo.
Toda la caterva de analistas liberales, con los miles de asesores económicos delmundo de las finanzas que cobran enormes fortunas, han conseguido con sus errores y directrices enfocadas a favor del lucro privado de los capitalistas, que la mayoría de bancos de inversión, aseguradoras y cajas de ahorros de EEUU terminaran en la bancarrota o fuesen colocados al borde de la suspensión de pagos. Para constatar algo semejante hay que remontarse al crac de 1929. Para evitar un colapso aún mayor, el gobierno de EEUU obligó a todos las naciones a realizar una gigantesca operación de rescate, inyectando dinero público para salvar la economía privada, que no evitó el desplome de los mercados durante todo el mes de septiembre de 2007.
Ese tremendo desplome como era inevitable en una economía globalizada y con unos mercados financieros integrados a una escala nunca vista, debemos considerarlo los efectos de la crisis cíclica estructural del sistema capitalista y no la causa. Los activos tóxicos contagiaron también a los mercados financieros de Europa y resto del mundo, que sigue siendo un lastre que nos arrastra hacia el precipicio. Ante el estado de alarma creado, las declaraciones de los gobiernos de Irlanda y Gran Bretaña asegurando por dos años los depósitos de los ahorradores, indicaban la extrema gravedad de la situación, poniendo a algunos Estados al borde de la bancarrota.
En el primer año de la crisis, hasta septiembre de 2008, la administración norteamericana había gastado más de 900.000 millones de dólares en rescates y apoyos al sistema financiero que se les venía abajo. Los resultados fueron escasos. A esta cantidad descomunal se suman las inyecciones de liquidez en el mercado interbancario por parte de la Reserva Federal de EEUU (FED), el Banco Central Europeo (BCE), el Banco de Inglaterra o el Banco Central de Japón, que superan generosamente el billón de euros. Según los últimos cálculos ese terrible agujero negro se ha tragado ya cerca de 20 billones de dólares, lo que representa una tercera parte del PIB mundial.
Todas estas aportaciones de capital no han conseguido ni restaurar la confianza ni evitar el estrangulamiento del crédito. Por un lado, las montañas de deudas bancarias y empresariales acumuladas en estos años de orgía especulativa son muy difíciles de recuperar en un momento en que la economía real, productiva, se desliza con fuerza hacia la recesión. Ahora vemos una contradicción más, porque mientras las bolsas parece que se recuperan, la economía real sigue lanzando a los trabajadores al paro.
Está claro que refinanciar la deuda de empresas en dificultades, cuyas expectativas de negocio van hacia abajo, no es una operación muy rentable. Éste es el caso de todas las grandes multinacionales de la construcción y las inmobiliarias cuyos activos se han depreciado a un ritmo de vértigo y sus valores se derrumban en la bolsa. Al mismo tiempo los grandes bancos de todo el mundo, que están pillados en el apalancamiento generalizado de las últimas décadas, no tienen ninguna garantía de recuperar sus créditos; su pasivo aumenta y la capacidad de obtener liquidez en el mercado interbancario mengua porque nadie se fía de nadie. Los ladrones no se fían de los ladrones.
Los valores bursátiles de las empresas financieras, bancos de inversión, bancos comerciales, constructoras, eléctricas, telecomunicaciones, aeronáuticas, automoción..., es decir, del conjunto de la economía, se han construido sobre una montaña de créditos que ahora son impagables. El frenazo de la economía productiva, el descenso en las ventas, el crecimiento del desempleo y de la morosidad y, por supuesto, el crac financiero, han puesto punto y final a la fiesta. Tan sólo en un año (de agosto de 2007 a septiembre de 2008), las bolsas mundiales perdieron el 22% de su valor, una caída equivalente a 12,4 billones de dólares. Si se suma el desplome acumulado en septiembre la pérdida se acerca a los quince billones. En las bolsas estadounidenses se han evaporado cerca de cinco billones de dólares, una cantidad que supera el PIB de América Latina y el Caribe en 2007. Por más que intenten transmitir confianza, el sistema capitalista está inmerso en un crac de proporciones difícilmente cuantificables.
Tras el derrumbe provocado por el colapso del estalinismo en la URSS y en Europa del Este, la euforia de la burguesía mundial era colosal y se frotaban las manos de contentos. Intoxicados por sus éxitos aparentes, los imperialistas norteamericanos se lanzaron en tromba para imponer su doctrina en todos los rincones del mundo: liberalización económica, privatizaciones, desregulación de los mercados financieros, saqueo de los países pobres, extensión de la precariedad laboral y aumento de la explotación, caída de los salarios, intervenciones militares con “guerras preventivas contra el terrorismo", que eran organizadas como una mentira colosal y asesina por el despreciado “Trío de las Azores” a través de su mercenario aparato de propaganda burguesa.
En un contexto semejante, los "teóricos" de la economía y la sociología burguesa se apresuraron a decretar el fin de todas las crisis y de la historia; los políticos y los gobernadores de los bancos centrales hablaban sin recato de un "círculo virtuoso" de crecimiento sin fin; y los premios Nóbel de economía eran contratados por los grandes bancos de inversión para que aplicasen sus fórmulas matemáticas al negocio del dinero. La confianza lo inundaba todo.
La OCDE en su documento de Perspectivas Económicas Mundiales de 1999 afirmaba: "Estamos en el umbral de una atractiva oportunidad: la posibilidad de un sostenido y largo boom de la economía mundial que se prolongará en las primeras décadas del próximo milenio (...) Una confluencia de factores podrían unirse para propulsar importantes mejoras en la capacidad de creación de riqueza y bienestar a escala mundial...".
Han pasado más de veinte años, un suspiro en la historia de la lucha de clases, y todas las expectativas se han transformado violentamente en su contrario, arrasando con todas las certezas que parecían inexpugnables y barriendo la confianza de la clase dominante. El pesimismo y la incertidumbre son totales.
En medio de la euforia, los socialistas marxistas denunciamos las enormes contradicciones que el boom económico estaba creando en los cimientos del sistema. Nuestros análisis eran considerados con desprecio y altanería por los sabihondos social-liberales, y socialdemócratas, hipnotizados por los magníficos "resultados" de las cuentas de beneficios. También éramos despachados por los ex marxistas que pululan por los intersticios del movimiento obrero, esos escépticos desmoralizados que se impresionaron por los brillos del boom y que culpabilizaron a los trabajadores por su "bajo nivel de conciencia".
Los hechos han respondido con claridad a todos estos elementos que abandonaron un punto de vista de clase. Durante estos años, los socialistas marxistas hemos señalado que este boom económico no podía comparase, en ningún caso, con la época dorada del auge capitalista de la posguerra. Desde 1945 hasta 1970 los países capitalistas avanzados, especialmente EEUU y Europa Occidental, registraron tasas de crecimiento asombrosas, impulsando un desarrollo espectacular de las fuerzas productivas, del comercio mundial y de la división internacional del trabajo sin parangón en ningún otro periodo de la historia del capitalismo.
El motor de este crecimiento fue, sin lugar a dudas, las grandes inversiones en capital que hicieron aparecer nuevas ramas de la producción y multiplicaron la capacidad de crear manufacturas en masa. La extracción de las plusvalías, tanto relativas como absolutas fue en aumento, haciendo crecer vertiginosamente la tasa de ganancia y estancando los niveles salariales a la baja a la vez que se alargaban las hipotecas hasta dos vidas laborales. A diferencia de lo que plantean ahora los defensores de la "regulación", no fue la intervención del Estado en la economía lo que movió el sistema hacia adelante, sino la reinversión masiva en el proceso productivo de la plusvalía acumulada y la especulación. Pero esta fase de ascenso también fue liquidada por las contradicciones insalvables del capitalismo, dando paso a la recesión de los años setenta y sus consecuencias revolucionarias en todo el mundo. El descrédito de las teorías keynesianas, teorías que por otro lado no ponían en riesgo la propiedad capitalista, fueron reemplazadas por las viejas ideas del liberalismo y el monetarismo.
Aunque no disponemos de espacio para analizar en detalle la historia económica de estos últimos veinte años, un hecho sobresalía por encima de todos. En contraste con los años dorados de la posguerra, la rentabilidad que ofrecía la inversión productiva durante las últimas dos décadas se hacía cada vez menos atractiva para el capital. A pesar de la aparición de mercados como China, que atrajeron fuertes inversiones occidentales y suavizaron los efectos negativos de la recesión del sudeste asiático a mediados de los años noventa, la acumulación chocaba con los límites de un mercado mundial que reflejaba la tendencia a la sobreproducción.
El fortalecimiento de China como potencia exportadora de manufacturas baratas agudizaba esta tendencia. Así, la sobre-acumulación de capitales fortaleció el movimiento ascendente hacia la especulación y forzó una desregulación absoluta del mercado financiero. Como en su momento reconoció Alan Greenspan se trataba de un fenómeno imposible de parar en un sistema que se basa en la obtención del máximo beneficio(.../...)
(Continuará mañana con la Parte III.- "LOS RESPONSABLES DE LA RECESIÓN".
18 de julio de 2011
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