La larga onda de la recesión mundial ha marcado un punto de inflexión en la historia del capitalismo contemporáneo: ha hundido a las economías más fuertes, arrasado a las más débiles y disparado el endeudamiento de las naciones a niveles sin precedentes. Una era de ajustes y austeridad desconocida en sesenta años, de desestabilización política y social, de lucha interimperialista por los mercados, ha roto el equilibrio interno del capitalismo.
Desigualdad y pauperización
El retroceso de la economía en la zona euro, después de la masacre perpetrada en los países del sur de Europa, indica la gravedad de la situación. La desaceleración económica en China, el estancamiento secular de Japón, la caída de los BRICS y el hundimiento de los precios de las materias primas, especialmente del petróleo, son señales de que la espiral descendente continúa y que la ansiada recuperación se aleja. Otros factores, como la agudización de los enfrentamientos interimperialistas en Europa y Oriente Medio, tienen efectos muy perniciosos.
La clase dominante de todo el mundo ha respondido con una dura ofensiva en estos años. Los planes de austeridad, los recortes sociales, la epidemia de despidos, el desempleo crónico, el hundimiento de los salarios… han generado una gran desigualdad. Ni la revolución productiva de los últimos cuarenta años, ni la extensión formidable de las nuevas ramas de la información (internet, fibra óptica, etc.,), ni la globalización de las relaciones sociales y económicas, han impedido la creciente pauperización: una pequeña isla de prosperidad, lujo y privilegios obscenos, rodeada por un océano de miseria. ¿No era esto precisamente lo que Marx señaló como una ley inevitable de la producción capitalista?
Países enteros han sido arrasados, a poblaciones enteras se les ha arrancado de cuajo cualquier esperanza y se les ha empujado al abismo. Este regreso al capitalismo en su forma más clásica ha golpeado la conciencia de millones de oprimidos y ha modificado la correlación de fuerzas en la sociedad. Las formas de dominación en los países capitalistas desarrollados, que se mantuvieron estables en las últimas décadas, atraviesan una profunda crisis en medio de un poderoso auge de la lucha de clases.
EEUU: una recuperación muy tibia
Todas las miradas se concentran en EEUU. Según el FMI, el crecimiento estimado para 2015 será del 3,1%. Un dato relevante teniendo en cuenta la situación de sus competidores, y más después de haber sufrido una recesión que barrió ocho millones de puestos de trabajo en tan sólo dos años (2008-2010). Un incipiente aumento de la producción industrial, que está lejos de restaurar las fuerzas productivas destruidas; un aumento de su capacidad exportadora (por ejemplo en el sector del petróleo); y una tasa de creación de empleo que, aunque importante, se apoya en trabajos precarios, peor pagados y sin derechos, son lo fundamental de este “éxito”.
En estos años, la Reserva Federal de EEUU (FED) movilizó más de 12,6 billones de dólares para reflotar el sector financiero, y durante 2012 y 2013 gastó 85.000 millones mensuales en la compra de bonos de deuda pública (la famosa expansión cuantitaiva, EQ, que ahora quiere imitar el Banco Central Europeo). Con esta masa de liquidez monetaria, que ha hecho que las tasas de interés ronden el 0%, las grandes empresas mantuvieron las cotizaciones de sus activos en bolsa (mediante la recompra de acciones), y se impulsó una nueva burbuja financiera que produce dividendos mucho más jugosos que la actividad en la economía real. Por supuesto, en las condiciones de estancamiento de otras economías desarrolladas el dólar se ha convertido de nuevo en moneda refugio para los inversores internacionales. El índice Dow Jones acumula una revalorización de un 150% desde el primer trimestre de 2009, y los 400 multimillonarios de la lista Forbes acumulan ya un patrimonio que se acerca al PIB brasileño.
No obstante, los desequilibrios persisten: la deuda pública se ha disparado y ronda actualmente los 18 billones de dólares (107% de su PIB); las deudas personales de la población superan los 16 billones de dólares, las hipotecarias los 13 billones y las deudas por tarjetas de crédito se acercan al billón. Sumadas al descenso pronunciado de los salarios y la pésima calidad del empleo creado, hace bastante complicado el repunte del consumo interno (que supone un tercio del PIB estadounidense).
La administración Obama alardea de la creación de empleo: desde una tasa de paro oficial del 10% en 2009 se ha pasado al 9% en 2011 y al 6% en septiembre de 2014. Pero estas cifras oficiales esconden otra realidad. Si en 2008 había 13 millones y medio de personas que no tenían un trabajo estable, en estos momentos son 19 millones y medio. Esa masa laboral que trabaja a tiempo parcial y de forma discontinua, se cuenta en las nuevas estadísticas de empleo creado. Si se utilizaran los criterios de la UE, el desempleo estadounidense podría superar perfectamente el 12%.
En estos años se ha profundizado el proceso de desigualdad social que ya se venía fraguando en los años de boom. La figura del trabajador pobre en los EEUU, que depende de los subsidios públicos para sobrevivir, define perfectamente la “recuperación” norteamericana: “El 60% de los empleos perdidos durante la recesión era de salarios medios. Desde el fin de la recesión, un 73% de los empleos que se han creado son de salarios bajos, definidos como aquellos que pagan 13,52 dólares o menos la hora (…) Los números revelan que en los últimos 15 años el nivel de vida medio de un hogar americano típico ha caído entre el 5% y el 10 % [una tendencia presente ya desde los años de boom]”.[1] Otros datos interesantes los aporta Vicenç Navarro: “…En manufactura —el sector mejor pagado—, el salario medio ha pasado de ser de 61.637 dólares en 2008 a 47.171 en 2014. Y este descenso ha ocurrido en todos los sectores. Mientras, el crecimiento anual de los beneficios empresariales ha sido de un 20,1% desde 2008, y la capacidad adquisitiva del conjunto de las familias trabajadoras ha subido sólo un 1,4% por año desde entonces”.
En 2007, 26 millones de estadounidenses recibían bonos de alimentos; hoy el número es casi de 48 millones. A los socialdemócratas les gusta alabar el modelo Obama, pero la administración demócrata ha capitulado igual que ellos. Estas circunstancias explican el desgaste tan fuerte del gobierno, la incapacidad de los republicanos para generar ninguna ilusión entre las masas (sus recetas son todavía más salvajes) y el auge de las movilizaciones de masas. No sólo es la persistencia de un Estado racista donde la brutalidad policial queda impune, es el incremento de la pobreza entre la clase trabajadora estadounidense, y la proletarización de amplios sectores de la otrora conservadora clase media estadounidense.
La gran recesión en Europa
En Europa las previsiones de los teóricos de la austeridad se han estrellado contra un muro. No se trata de la periferia europea, son los países centrales los que muestran un cuadro de agotamiento y retroceso. Italia entró de nuevo en recesión en 2014, Francia se desliza hacia ella, y Alemania frena en seco su economía. La desaceleración de China, la guerra en Ucrania, la caída de la demanda del sur europeo, afecta directamente a las economías centrales: la producción industrial mantiene un pulso débil, el paro aumenta, y hay deflación en muchos países. Parece una broma, pero el Estado español es la economía de la zona euro con mejor previsión de creación de empleo y de avance del PIB para 2015 ¡Así están las cosas!
Este conjunto de factores ha llevado al Banco Central Europeo (BCE) a emular a la FED y al gobierno japonés con un nuevo plan de “expansión cuantitativa, EQ”. La idea es saturar con un billón de euros el mercado financiero a través de la compra de deuda soberana y títulos bancarios; así se devaluaría más la moneda única para facilitar las exportaciones, aumentaría la inflación para salir de la depresión de precios que amenaza los beneficios, y los bancos podrían hacer fluir el crédito a los particulares y a las empresas reactivando el consumo y la producción. ¿Lo conseguirán?
Lo primero a recordar es que este tipo de maniobras no son nuevas. El 9 de mayo de 2010 se aprobó un paquete de 750.000 millones de euros (500.000 aportados por la UE y 250.000 del FMI) para garantizar la estabilidad financiera en Europa. Crearon el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) con el que se “rescató” a Grecia, Portugal, Irlanda, etc., o, más correctamente, con el que se garantizó a los bancos alemanes, franceses, y británicos el cobro de sus préstamos usureros. El 21 de diciembre de 2011, el BCE prestó otros 489.000 millones de euros a 523 bancos para un periodo de tres años a un interés del 1%. En septiembre de 2012, con las economías italiana y española acosadas por una prima de riesgo en máximos, Draghi abrió la barra libre de compra de deuda pública soberana (a través del llamado Mecanismo Europeo de Estabilidad, MEDE) por valor de medio billón de euros.
Teniendo en cuenta los precedentes y los problemas de fondo, es bastante probable que el nuevo plan fracase. La liquidez monetaria por sí sola no resuelve nada. Es más, estas expansiones cuantitativas, como ya ha ocurrido en el caso de EEUU o Japón, no se traducen en un aumento de la inversión productiva. Si el ciclo de la sobreproducción todavía persiste, si los mercados mundiales se contraen, si China se desacelera, si los exportadores de materias primas sufren la caída de los precios y el consumo sigue en encefalograma plano… ¿Por qué motivo este tipo de actuaciones, que no van a la raíz, van a detener la espiral descendente?
A mediados de 2014 los activos financieros acumulados mundialmente equivalían a 198 billones de dólares. Según la consultora corporativa Thompson Reuters, las 5.100 corporaciones más grandes del mundo disponen en la actualidad de una reserva combinada de unos 5,7 billones de dólares, equivalentes a la mitad del PIB anual de Estados Unidos. Estas reservas no forman parte de complejos balances contables sino que se componen de efectivo y deuda a corto plazo, es decir que son de inmediata disponibilidad. La consultora británica Deloitte, con un universo más restringido de 1.000 compañías, también ha llegado a la conclusión de que las grandes multinacionales ni invierten ni reinvierten. En declaraciones a la BBC, el director global de Fusiones de Deloitte, Sriram Prakash, señaló el problema: “la intervención del Estado ya ha hecho todo lo que podía para que la economía global se recuperara. Es la hora del sector corporativo [del sector privado]. El problema es que en los últimos cinco años el crecimiento económico mundial ha sido muy lento y el sector está esperando mejores noticias que no terminan de llegar, en parte porque las mismas corporaciones no invierten, esperando la llegada de buenas noticias”. ¡Ahí está la madre del cordero! ¿Para qué invertir? ¿Para qué pasar por el doloroso proceso de la producción de mercancías cuando el mercado está bloqueado, si se pueden hacer grandes negocios con la deuda pública, la especulación financiera y las materias primas?
Días antes del anuncio de Draghi saltaba a la palestra una información “desconcertante”: la remuneración de la deuda pública en una serie de países de la UE estaba en tasas negativas, es decir, los inversores pagaban por invertir en deuda. “Los mercados financieros se mueven a veces por directrices tan alejadas de la lógica económica que pueden llevar al absurdo de que los inversores no sólo no obtengan beneficios por prestar dinero, es decir, por comprar bonos o letras, sino que incluso lleguen a perder una parte por ello y, aun así, sigan poniendo más y más dinero en esos pedazos de papel (…) Alemania, Francia, Holanda, Finlandia, Austria, Bélgica y Eslovaquia son los siete países de la zona euro que ganan dinero por tomarlo prestado a dos años y, fuera de la moneda única, Suiza, Suecia y Dinamarca …” [2] ¿No es ésta la confesión más rotunda de la decadencia que corroe al sistema capitalista?
La crisis no se ha despejado pero sí hace que la expansión crediticia, que fue su espoleta, se reproduzca, se refuerce, y nuevas burbujas especulativas crezcan sin aparente límite. Paralelamente, la eliminación de fuerzas productivas se desenvuelve a través de más fusiones empresariales y concentración del capital. Según Thomson Reuters, en el primer cuatrimestre de 2014 el valor total de las fusiones mundiales superó los 1,2 billones de dólares (aproximadamente 870.000 millones de euros), el nivel más elevado desde 2007 (1,4 billones de dólares). Un estudio de la Universidad de Zurich3, señala que un grupo de 147 corporaciones trasnacionales controla en la práctica la economía global, la mayoría localizada en Estados Unidos y en menor medida en Europa. Este es el auténtico problema de fondo.
El ciclo económico y las perspectivas revolucionarias
El foco de la recesión persistente se ha posado en naciones que en periodos no tan lejanos actuaron como motores de la economía mundial. Japón es un ejemplo paradigmático. La recaída de la economía japonesa en el tercer trimestre de 2014, plasmó el fracaso de la llamada Abenomics. Miremos donde miremos, sólo hay una tendencia a la agudización de las contradicciones económicas y políticas del sistema capitalista. Si observamos el cuadro de las llamadas naciones emergentes (BRICS) la dinámica es de claro descenso. Turquía se ha visto envuelta en la mayor oleada de movilizaciones obreras y juveniles de los últimos treinta años, mientras su economía se deprime; en Brasil, la lucha de masas está revelando una sociedad marcada a fuego por la desigualdad, antes incluso de que su economía entre en recesión. En Sudáfrica se han producido encarnizadas luchas obreras en estos años, y la crítica contra el gobierno tripartito ANC, COSATU y SACP (Partido Comunista) ha traspasado el nivel de la marginalidad.
La situación en los otros emergentes no es mejor. Diferentes informes señalan que la economía rusa podría caer más de 1,5% en 2014 y hasta un 4,8% en 2015. El hundimiento del precio del petróleo (40% en los últimos cinco meses) ha puesto al desnudo los desequilibrios de una economía que se basa en la exportación de materias primas energéticas, y que gracias a ello consiguió captar un fuerte volumen de financiación externa que ha endeudado al país (deuda que está denominada en moneda extranjera, no en rublos). Ahora que las perspectivas se truncan, y que la guerra en Ucrania ha desatado las represalias de occidente, los capitales huyen hacia refugios más seguros y la moneda nacional, el rublo, sufre el desplome. La inflación supera los dos dígitos, y Putin ha anunciado un plan de ajuste del gasto público del 10%, una bomba de tiempo que tarde o temprano reactivará la lucha de clases. La falta de confianza de los capitalistas rusos habla por sí sola: se calcula que en 2014 la fuga de capitales al exterior se acerca a los 100.000 millones de euros.
Como las economías emergentes, los países de América Latina que han vivido procesos revolucionarios o situaciones prerrevolucionarias, y que ahora cuentan con gobiernos reformistas de izquierdas (Argentina, Ecuador, Bolivia y Venezuela) también salen perjudicados por la caída de los precios de las materias primas, la desaceleración de China y los flujos cambiantes del capital financiero y especulativo (que se repatrían a EEUU y Europa en busca de más seguridad). La clase obrera y los más pobres, que siguen siendo la base social de estos gobiernos, pagarán el precio de la desaceleración económica, una situación que aprovechará la reacción para aumentar la presión y el sabotaje.
La otra gran potencia que parecía sortear todos los obstáculos, China, se encuentra ante grandes dificultades y desafíos. El crecimiento económico lleva dos años por debajo del 8%, y cerrará 2014 en torno al 7%. Los síntomas de sobreproducción son evidentes y los intentos de estabilizar una nueva clase media de cientos de millones de consumidores, capaces de compensar la contracción de la demanda exterior, están por concretarse. La caída de los precios del petróleo y de las materias primas energéticas permitirá abaratar la factura y reducir los costes de producción, pero estos factores no son suficientes. China no puede desacoplarse de la realidad mundial, mientras que las ingentes cantidades de liquidez inyectadas para mantener el crecimiento de la economía han provocado una gigantesca deuda (el stock total de crédito en China supera el 220% del PIB, 23 billones en 2012).
Resumiendo. El Banco Mundial (BM) en su informe semestral de enero de 2015, prevé que la economía crezca un 3%, por debajo del 3,4% que había estimado anteriormente. “La economía global está en una coyuntura desconcertante”, señaló Kaushik Basu, economista jefe del BM, “marcha con un solo motor, el estadounidense y esto no pinta un panorama mundial color de rosa (…) es un desafío tratar de realizar proyecciones económicas”. Por su parte, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, también ha entrado al debate: “¿Deberían los bajos precios del petróleo y una recuperación más fuerte en Estados Unidos hacernos estar más optimistas sobre las perspectivas de la economía mundial? La respuesta más probable es no”. Lagarde también advirtió que la zona euro y Japón siguen en riesgo de registrar un largo periodo de crecimiento débil (en el caso de la zona euro ningún organismo vaticina un aumento mayor del 1%) y una inflación peligrosamente baja. En su documento sobre las perspectivas para 2015, el FMI sólo habla de un crecimiento digno de tal nombre para EEUU, un 3,6% en 2015. El pronóstico para Alemania es del 1,3%, para Francia del 0,9% y para Italia del 0,4%. Para Japón, cuya economía entró en recesión en el tercer trimestre de 2014, las expectativas siguen siendo mínimas: un 0,6%.
La recuperación también está comprometida por la influencia de factores geopolíticos. La burguesía norteamericana sigue siendo una clase muy poderosa, con una gran fuerza política, económica, militar, y acumula una gran experiencia histórica. Pero en los últimos años, precisamente cuando pensaba que su poderío era más irresistible, ha sufrido reveses muy fuertes. Ha perdido influencia en el mundo; se ha debilitado frente a China en Oriente Medio, en Asia y América Latina; y en Europa del Este se ha enfrentado a Rusia por la hegemonía en Ucrania sin conseguir sus objetivos.
La quimera de más coordinación internacional y diplomacia para resolver la pugna entre las grandes potencias se hace patente. Los planes de rearme de China, Rusia, EEUU, la expansión de la OTAN a Europa del Este, el crecimiento del presupuesto militar de Japón, no son accidentes ni anécdotas,[3] sino el síntoma de una lucha despiadada. En 2013 se registraron 35 choques armados y se superó, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la cantidad de personas forzadas a huir de sus países con 51,2 millones de refugiados en todo el mundo. Toda la barbarie de la que es capaz el imperialismo se vive en decenas de países, destruidos a bombazos y sometidos a una ruina completa.
El material inflamable en los cimientos del sistema sigue siendo muy abundante. Esto que para los marxistas es claro, para otros que se sitúan en el campo de la burguesía también empieza a serlo. Recientemente Paul Krugman escribió un artículo que tituló El valle de la desesperación: “(…) Todo esto hace pensar en algunas analogías históricas desagradables. Recordemos que esta es la segunda vez que hemos experimentado una crisis financiera global seguida por una prolongada recesión en todo el mundo. Entonces, como ahora, cualquier respuesta eficaz a la crisis fue bloqueada por las élites que exigían presupuestos equilibrados y divisas estables. Y el resultado final fue dejar el poder en manos de personas, por así decirlo, no muy agradables. No estoy insinuando que estemos al borde de repetir al pie de la letra la década de 1930, pero sí que afirmaría que los líderes políticos y de opinión tienen que afrontar el hecho de que nuestro actual sistema mundial no está funcionando bien para todos (…) Y van a pasar cosas malas si no hacemos algo al respecto”.
La curva básica de las fuerzas productivas se inclina hacia abajo en su conjunto, y la inestabilidad política crónica, la polarización social, la desigualdad, la crisis de la democracia burguesa, las guerras y las revoluciones, dan el tono a este periodo histórico.
[1] Tyler Cowen, economista de la Universidad de George Mason y autor de Average is over, Adiós al ingreso promedio.
[3] Rusia gastará 503.000 millones de euros entre 2011-2020 para renovar el 70% de su armamento. Según datos del Instituto de investigación sobre la paz de Estocolmo (SIPRI) el presupuesto militar mundial de 2012 (el último disponible) es casi de 1,26 billones de euros, el 2,5% del PIB mundial y mayor que antes de 1989.
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