El 12 de enero de 2010, un terrible terremoto de magnitud 7 en la escala de Richter asoló al pueblo de Haití. Por aquel entonces, ya se denunció que el principal problema de este país es su extrema pobreza. A pesar de que las fuerzas de la naturaleza son imparables e impredecibles, el factor que determina la magnitud de
los daños causados por una catástrofe natural son los medios y las infraestructuras que cuentan los países para prevenirlas y hacerles frente. Las precarias chozas en las que vivían la mayoría de los habitantes de una de las naciones más pobres del planeta se desmoronaron como castillos de naipes.Se produjo un balance de cerca de 320.000 muertos, 350.000 heridos, y más de 1,5 millones de personas se quedaron sin hogar, a causa, más que del seísmo, del sistema capitalista. Todavía hoy su población sufre las terribles consecuencias.
En Japón, con un terremoto de magnitud 9, acompañado de un espantoso tsunami con olas de 10 metros de altura, hemos experimentado la otra cara de la misma moneda.
La suma de víctimas alcanza casi la cifra de 13.000, en la cual se incluye los más de 8.000 desaparecidos de la ciudad Minamisanriku, engullida por las aguas del Pacífico. Es una tragedia de inmensas proporciones que podría haber sido mucho peor que la de Haití sino fuera por que la mayoría de edificios, afortunadamente, han sido construidos a prueba de seísmos. De hecho los efectos más devastadores los ha producido el tsunami. Japón es el Primer Mundo y el país mejor preparado contra los terremotos. El PIB de Japón no tiene nada que ver con el de Haití. Las construcciones aguantaron las sacudidas. Sin embargo, el capitalismo, como buen aliado de las catástrofes naturales, también se ha cobrado sus víctimas.
Que nadie se confunda, no estoy hablando de las bolsas de miseria que éste sistema genera también en las ciudades de los países más desarrollados del mundo, aunque la extrema vulnerabilidad de las personas que viven en condiciones precarias, con menos medios y recursos para afrontar estas situaciones, también es digna de mención. De lo que estoy hablando es precisamente de uno de esos elementos que distinguen a los países más desarrollados de los más pobres: la energía nuclear.
Japón posee más de 50 plantas nucleares y planeaba, antes del terremoto, construir dos docenas más hacia el 2030. La excepcionalidad de la magnitud del seísmo, aunque no por ello imposible de suceder, sumado a los efectos del tsunami, han producido un accidente nuclear de consecuencias, impactos y alcance aún por determinar, que algunos medios ya han calificado de Apocalipsis nuclear
El viejo debate sobre las nucleares.
En todo el mundo se ha avivado el debate sobre la energía nuclear, un tema que está relacionado con el acuciante problema del cambio climático y la contaminación que genera la combustión de las centrales térmicas. Las energías renovables, hoy en día sólo son capaces de satisfacer una pequeña parte de la demanda energética. Sin embargo, el debate central, más allá de la opción entre centrales nucleares o térmicas y la rentabilidad de las energías renovables, debe ser entre el sistema capitalista, es decir, un sistema económico que prima el máximo beneficio de una minoría a corto plazo, o un sistema económico que priorice el aprovechamiento de los recursos energéticos al servicio de la población y su utilización de una forma racional y científica, es decir, el socialismo.
El capitalismo es un obstáculo real para el desarrollo y el aprovechamiento de las energías renovables, mientras que la energía nuclear se considera barata de producir, especialmente si se reducen los gastos en materia de seguridad y de gestión de los residuos nucleares.
Desde hace tiempo existen propuestas sobre la conveniencia de alargar la vida útil de las centrales nucleares, diseñadas para funcionar una media de 40 años. Más allá de ese periodo, los niveles de seguridad del reactor, por razones obvias, comienzan a descender. En Alemania, no hace ni medio año se tomó la decisión de prolongar el funcionamiento de las centrales nucleares 12 años más de lo aconsejado, y en el estado español existía el debate de mantenerlas funcionando hasta casi 60 años.
Ni hace falta explicar que la mayoría de centrales nucleares del mundo no cuentan con las medidas de seguridad que existen en Japón contra los seísmos. También huelga decir que la prolongación del funcionamiento de estas centrales más allá de su vida útil se debe exclusivamente a motivos comerciales.
Tras la catástrofe de Japón, el gobierno alemán ha anunciado que anulará la decisión de alargar la vida útil de las centrales y apagará, de momento transitoriamente, las siete centrales nucleares más antiguas del país. Por otro lado, el resto de países han comenzado a revisar las medidas y protocolos de seguridad de las centrales,qque hasta hace pocos días, consideradas como “muy seguras.”
Es absurdo que se insista en la seguridad de la energía nuclear como se ha hecho hasta ahora, especialmente en el actual sistema económico, pues nada es seguro cuando su principal función es el elemento lucrativo. Sólo bajo el socialismo, bajo una economía mundial planificada científicamente con criterios racionales y controlada por la mayoría al servicio de la sociedad, con una auténtica democracia obrera contra el lastre de un aparato burocratizado, tanto la energía nuclear como las centrales térmicas pueden ser sustituidas a corto plazo por energías renovables, paralizando así la destrucción del planeta, bajando los niveles de contaminación y creando un mundo mucho más seguro. Ése es el objetivo al que debemos aspirar.
No obstante, incluso en la energía nuclear, en el caso de que las necesidades energéticas así lo requiriesen, se podría encontrar la forma de gestionar los residuos nucleares de forma eficaz y no contaminante y garantizar la seguridad de las centrales a un nivel real parecido al 100%, invirtiendo en investigación, medidas de seguridad capaces de afrontar cualquier cataclismo, y diseñando un plan global energético que disponga una forma de suministrar energía allí donde fuese menester construyendo sólo en los lugares más seguros del mundo, teniendo en cuenta, si nos atenemos a la historia de nuestro planeta, mucho más longeva que la corta historia de la humanidad, que los seres humanos aún no hemos conocido los peores calamidades naturales que se pueden producir .
El problema es que tanto la vía de las energías renovables como la de la máxima optimización de la seguridad de la energía nuclear, tienen un coste económico que el capitalismo no está dispuesto a pagar. Así que de momento, somos nosotros, simples trabajadores, los que pagamos asumiendo riesgos innecesarios y sufriendo las consecuencias de la falta de seguridad. Socialismo o barbarie, no hay otra salida.
Rodrigo Alonso.
17 de marzo de 2011
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