Este mes de julio se cumplen 80 años del golpe de
Estado que dio lugar a la guerra civil. La gesta de los obreros españoles en su
lucha contra el fascismo continúa conquistando aún hoy la imaginación de
millones que aspiramos a transformar de arriba a abajo esta sociedad. Y para
lograrlo, comprender lo ocurrido entonces es fundamental.
Las insoportables condiciones de vida de los obreros y
jornaleros españoles fueron dando lugar a una situación revolucionaria en el
país. Las distintas etapas que atravesó el proceso moldearon la conciencia de
las masas, que aprendieron a confiar tan sólo en sus propias fuerzas. Así, tras
la arrolladora victoria del Frente Popular en febrero de 1936, no esperaron a
que el nuevo gobierno resolviese sus problemas —algo que nunca hubiese
ocurrido— sino que emprendieron la acción, expropiando a los terratenientes,
liberando a los presos políticos, ocupando fábricas y empresas y declarándose
en huelga para forzar la readmisión de los obreros despedidos.
Por su parte, los capitalistas españoles, quienes
sometían a una miseria indescriptible a la clase trabajadora —hasta el punto,
en el caso de los jornaleros, de provocarles la muerte por inanición entre
cosecha y cosecha—, tenían claro que la única forma de preservar sus
privilegios era ahogando en sangre la revolución.
"Tras la
arrolladora victoria del Frente Popular en febrero de 1936, las masas no
esperaron a que el nuevo gobierno resolviese sus problemas; algo que nunca
hubiese ocurrido; sino que emprendieron la acción"
El 18 de julio lanzaron su ataque. Las guarniciones
militares de las principales localidades se sublevaron y declararon el estado
de guerra. Frente a esta amenaza mortal, el gobierno del Frente Popular, que
había renunciado a detener la conspiración golpista en sus inicios, llamaba a
la calma. Es más, tanto Azaña en Madrid, como Companys en Catalunya se negaron
a armar a los trabajadores. Pero la criminal actuación del gobierno fue
contrarrestada por la acción revolucionaria de los obreros quienes, en muchas
ocasiones, tan sólo provistos de escopetas de caza o cuchillos, sitiaron y
asaltaron los cuarteles sublevados de las principales ciudades.
La clase obrera se hace con el poder
real.
Tan sólo 24 horas después del inicio del golpe de
Estado, los trabajadores lo habían aplastado en Barcelona, Madrid, Valencia,
Bilbao, Gijón y otras ciudades clave. Y mientras esto acontecía, Martínez
Barrio, jefe del gobierno, proponía al golpista Mola la formación de un
gobierno cívico-militar (propuesta que fue rechazada por los golpistas). El
golpe de Estado y la acción independiente de los trabajadores provocó el
colapso de todo el aparato estatal.
El ejército, en su mayoría, se había pasado al bando fascista,
al tiempo que la policía se descomponía y todo el protagonismo pasaba a manos
de los trabajadores en armas y sus organizaciones, en especial la CNT y también
la UGT. Lo que pretendía ser un triunfo militar rápido de la reacción, se
convirtió en el inicio de la revolución socialista. Una situación de doble
poder se fue extendiendo por todo el territorio republicano, puesto que los
obreros armados no se detuvieron tras derrotar la intentona golpista: tomaron
el control de la práctica totalidad de los ayuntamientos en la zona
republicana, que fueron sustituidos por comités obreros de CNT y UGT,
expropiaron a los principales capitalistas y organizaron milicias para
dirigirse al frente y combatir a los fascistas.
En Catalunya es donde este proceso llegó más lejos:
los trabajadores tomaron el control directamente de todas las empresas y
reorganizaron la economía de forma extraordinariamente eficaz, estableciendo el
control obrero sobre la producción. El proletariado catalán llevó acabo todo
esto a pesar de que la dirección de sus organizaciones (CNT, UGT, PSOE o POUM)
no impulsó esta iniciativa y de que las organizaciones estalinistas (como el
PSUC y el PCE) se opusieron por entero.
Las colectivizaciones demostraron cómo bajo el control
y la capacidad creadora de los trabajadores, la economía funciona de forma
mucho más eficaz que bajo la anarquía capitalista.
En Barcelona, empresas colectivizadas como los
ferrocarriles, el metro, cines, agua, gas…, subieron los salarios, redujeron
algo la jornada y aumentaron la producción.
“El sindicato de la madera de la CNT barcelonesa, (…)
cerró centenares de talleres ineficientes, concentrando la producción en dos
grandes plantas. Se evitó el despilfarro mediante el control de la producción
desde la tala en el Valle de Arán hasta el producto final”(1).
En el resto de la zona republicana la situación era
similar. “En Alcoy también se centralizó la importante industria textil,
concentrando 103 empresas con más de 6.000 trabajadores bajo el control del
Sindicato Textil de la CNT, doblando las ventas hasta los veinte millones de
pesetas” (2).
Tras el 18 de julio, en la amplia zona republicana el
poder real había pasado a manos de los trabajadores, aunque al frente del
Gobierno formal, sin ningún poder real en ese momento, se situaban los
republicanos burgueses amparados por las organizaciones obreras.
Incapacidad, dudas y traiciones.
En la zona republicana, las condiciones para acabar
definitivamente con el capitalismo no podían ser más favorables. “Las
conquistas de julio a octubre de 1936 en lo referido a incautaciones de la
propiedad capitalista, tanto de fábricas como de tierras, y la extensión del
control obrero sobre la actividad productiva fue mayor que la realizada por los
bolcheviques en los meses inmediatamente posteriores a octubre de 1917” (3). La
edificación de un estado obrero, con una economía colectivizada y planificada
permitiría lanzar una guerra revolucionaria que aplastara al fascismo y que
extendiera la revolución internacionalmente.
Sin embargo, los dirigentes obreros actuaron en un
sentido diametralmente opuesto.
El gobernante Frente Popular era una coalición
interclasista entre republicanos burgueses que sólo se representaban a sí
mismos —pero a los que se les había concedido la totalidad de los ministerios
en 1936—, el PSOE, el PCE y el POUM, entre otros.
Obviamente, los republicanos burgueses no tenían la
menor intención de acabar con el capitalismo. No era esa tampoco la intención
de los dirigentes reformistas del PSOE. Y en lo relativo a la estalinizada
dirección del PCE, su actuación, ordenada desde Moscú, estaba dirigida a
salvaguardar los intereses de la casta burocrática de la URSS,
independientemente de si eso suponía traicionar la revolución española.
Por su parte, la CNT no había participado en el Frente
Popular. Se trataba de la principal organización obrera del país, con 1,5
millones de afiliados y en consecuencia, la que tenía mayor responsabilidad en
el destino de la revolución. Como reconoció el propio Companys ante los
dirigentes de la CNT en el palacio de la Generalitat: “Hoy sois los dueños de
la ciudad y de Catalunya, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares
fascistas (…) todo está en vuestro poder. Si no me necesitáis o no me queréis
como presidente de Catalunya, decírmelo ahora”. Sin embargo, la dirección
cenetista actuó de forma idéntica a la de las demás organizaciones. En lugar de
tomar el poder y destruir completamente el aparato del Estado, decidieron
mantener a Companys y entrar en su gobierno. Esta acción fue decisiva para que
la burguesía, no sin dificultades y utilizando la autoridad de los dirigentes
obreros, pudiera reconstruir, paso a paso, el Estado burgués.
Stalin chantajea a la revolución.
Los gobiernos francés y británico estaban interesados
en el descarrilamiento de la revolución, así que se negaron a enviar armas al
campo republicano firmando el pacto de no intervención. Por su parte, la Italia
fascista y la Alemania nazi armaban generosamente a los ejércitos de Franco, de
manera que el único país que suministraba armamento al bando republicano era la
URSS. Esta circunstancia fue usada por Stalin para chantajear a los
trabajadores españoles.
En aquel momento Stalin pretendía forjar una alianza
con Francia y Gran Bretaña para defenderse de la Alemania nazi. Pero para
granjearse el apoyo de estos dos gobiernos, tenía que dejarles claro que él no
pretendía estimular procesos revolucionarios en sus países, ni en ningún otro.
Y para atestiguar que era un buen chico, dispuesto a respetar la propiedad de
los capitalistas, sólo enviaba armas a aquellos ejércitos que se limitaran a
defender la democracia burguesa y se opusieran a las colectivizaciones tras las
líneas republicanas. Así que las organizaciones españolas dirigidas por Stalin
actuaron siempre buscando no contrariar a la burguesía de Francia y Gran
Bretaña.
La sublevación militar del 18 de julio había triunfado
finalmente en pocas zonas, desconectadas entre sí. Los días inmediatamente
posteriores, Franco enviaba desesperadamente tropas desde Marruecos a la
península a través de un puente aéreo. En ese momento el Gobierno republicano
podía haber concentrado toda la flota de guerra en el Estrecho y acabar
fácilmente con el puente aéreo. Sin embargo, el gobierno derechista británico
exigió que no se interfiriera en la libre navegación del Estrecho y así se
hizo.
Otra consecuencia dramática de la política de
contentar a la burguesía anglo-francesa fue la negativa del gobierno
republicano a conceder la independencia a Marruecos. El revolucionario bereber
Abd-el-Krim estaba dispuesto a volver a Marruecos y dirigir una insurrección
contra Franco, pero el gobierno republicano no quería disgustar a Francia, país
con amplias posesiones coloniales en el Magreb.
Reconstrucción del Estado burgués.
Tras la revolución del 19 de julio, las empresas
habían sido colectivizadas. Sin embargo, las organizaciones obreras no
quisieron completar el proceso tomando el Estado y sustituyendo el gobierno
formal por un gobierno de delegados obreros elegibles y revocables. Urgía tomar
el control del Banco de España (que poseía las segundas reservas de oro del
mundo), coordinar los comités obreros que habían surgido por todo el país, y
desarrollar un plan centralizado de producción, coordinando todas las fábricas
colectivizadas.
"Para
alcanzar la victoria era necesario un ejército revolucionario, que expropiara a
los capitalistas a medida que arrancaba territorios a los fascistas"
En lugar de esto, los dirigentes de los partidos y
sindicatos obreros se volcaron en la tarea de reconstruir el Estado burgués e
ir acabando paulatinamente con los comités y las colectivizaciones. Todas las
organizaciones participaron de este proceso contrarrevolucionario. La
iniciativa la llevaba la dirección del PCE, pero paulatinamente entraron a
formar parte del Gobierno todas las organizaciones, incluyendo CNT (primero en
la Generalitat de Catalunya y, posteriormente, con cuatro ministros en el
gobierno de Largo Caballero) y POUM (en la Generalitat, del que fue expulsado
en diciembre del 36 por las presiones estalinistas).
Para acabar con el poder de los comités se emplearon
varios métodos, entre otros el boicot gubernamental a las industrias
colectivizadas: por una parte se les negaban créditos y por otra no se les
compraba la producción. Ejemplo de ello era la compra de uniformes en el
extranjero por parte del Gobierno de Largo Caballero, en lugar de a la
industria textil catalana.
Simultáneamente se fueron dando todos los pasos para
reconstruir un ejército burgués clásico en el lado republicano, acabando con
las milicias obreras, las únicas que habían logrado éxitos contra Franco.
Por supuesto, para vencer era necesario un ejército
centralizado. Pero para alcanzar la victoria ese ejército debería ser un
ejército revolucionario, que expropiara a los capitalistas a medida que
arrancaba territorios a los fascistas. El ejército republicano, el único armado
por Moscú, hacía precisamente lo contrario. Sólo durante la heroica defensa de
Madrid, en el otoño del 36, cuando la burocracia soviética se jugaba todo su
prestigio, se decidieron a usar métodos revolucionarios, armando a los
trabajadores y basándose en los comités obreros. Pero rápidamente se volvió a
la política anterior, de limitar la lucha a la defensa de la república burguesa
y a abortar cualquier intento de avanzar en la lucha contra el capitalismo.
Levantamiento obrero en Barcelona.
La contrarrevolución que se estaba llevando a cabo en
la zona republicana estaba provocando la derrota militar. La vanguardia de la
clase obrera se encolerizaba viendo cómo se destruían paulatinamente las
realizaciones revolucionarias.
“La técnica de represión siempre es la misma. Camiones
llenos de guardias de asalto que entran en el pueblo como conquistadores.
Registros siniestros de las organizaciones de la CNT. Anulación de los consejos
municipales donde la CNT está representada. Saqueos, registros y arrestos. Toma
de los alimentos de las colectividades. Entrega del campo a sus antiguos
propietarios” (4).
Finalmente el choque inevitable se
produjo en Barcelona.
En mayo de 1937 el gobierno republicano intentó
desalojar a los trabajadores cenetistas de la central de Telefónica, punto
estratégico de las comunicaciones y que hasta ese momento funcionaba bajo
control de un comité obrero. El enfrentamiento armado entre la Guardia de
Asalto y los milicianos que custodiaban la central fue la chispa que provocó el
incendio. Miles de obreros asqueados con la contrarrevolución interna dijeron
basta y tomaron las armas, 10.000 de ellos participaron en las barricadas. El
levantamiento se extendió por toda Catalunya y militantes cenetistas y del
POUM tomaron los locales de los estalinistas.
Las direcciones de la CNT y del POUM tenían en sus
manos el haber impulsado esta revuelta a toda la zona republicana, acabando
definitivamente con el capitalismo y lanzando una guerra revolucionaria
victoriosa contra Franco. Pero en lugar de eso se dirigieron desesperados a los
obreros durante días para que levantasen las barricadas y se desarmasen (5).
Cuando lograron convencerlos, el gobierno republicano envió guardias de asalto
desde Valencia que provocaron 500 muertos al enfrentarse a los obreros. La
contrarrevolución había triunfado definitivamente y las cárceles republicanas
se llenaron de militantes de CNT y POUM.
La contrarrevolución provoca la derrota
militar.
Para vencer a Franco las masas debían sentir que
luchaban por conquistar una vida digna de ser vivida. La defensa de la
“república democrática”, en abstracto, no le decía nada a millones de
campesinos sin tierra, ni a los trabajadores en las ciudades. Pero esos
campesinos y trabajadores demostraron luchar heroicamente para defender las
tierras colectivizadas y las empresas ocupadas. Esa era la clave para vencer al
fascismo: acabar con el capitalismo en la zona republicana.
“En la guerra civil china, las fuerzas de Mao eran
insignificantes comparadas con el ejército de Chiang Kai-shek, armado por los
EEUU. Basándose en una consigna revolucionaria simple (‘la tierra para los
campesinos’), consiguió ganarse a las masas rurales. Incluso ofreció parcelas a
los soldados del ejército de Chiang. Divisiones enteras se pasaran a los rojos
y las fuerzas de la reacción simplemente se diluyeron” (6).
Lejos de esto, la actuación del ejército republicano
en España, devolviendo las tierras y las empresas a sus antiguos propietarios,
hundió la voluntad de lucha contra Franco.
El triunfo definitivo de la contrarrevolución en el
campo republicano selló el destino de la guerra. En marzo de 1939 las tropas
franquistas tomaron Madrid y Valencia y comenzó la pesadilla. La victoria
franquista no se debió a una correlación de fuerzas favorable a la reacción (ni
desde el punto de vista político, ni social ni siquiera militar), ni mucho
menos a la inmadurez de la clase obrera, sino exclusivamente a los errores
políticos y estratégicos de las direcciones de las organizaciones de la
izquierda. Comprender las causas de esta derrota nos preparará para alcanzar la
victoria.
ESCRITO POR LUCAS PICÓ.
1. Víctor Taibo, La revolución inconclusa. El movimiento
anarcosindicalista. Fundación Federico Engels. Madrid, 2012, p. 87.
2. Ibíd., p. 88.
3. Juan Ignacio Ramos, Poder obrero y
contrarrevolución (1936-1939). Fundación Federico Engels. Madrid, 2011, pp.
45-46.
4. Félix Morrow. Revolución y contrarrevolución en
España. Akal Editor. Madrid, 1978, p. 213.
5. Sólo los Bolcheviques-Leninistas y Los Amigos de
Durruti hicieron propaganda revolucionaria en las barricadas para continuar la
lucha.
6. Ted Grant. Rusia, de la revolución a la
contrarrevolución. Fundación Federico Engels. Madrid, 1997, p. 162.
No hay comentarios:
Publicar un comentario