La huelga general del pasado 27 de junio
en Portugal, la cuarta en dos años, tuvo un seguimiento masivo y volvió
a poner de relieve la fuerza y combatividad de la clase obrera
portuguesa. Esta huelga supone un importante paso adelante dentro del
proceso de movilización creciente que se vive en el país desde hace
varios meses, con grandes manifestaciones como la convocada por los
sindicatos el pasado 25 de mayo, constantes movilizaciones sectoriales
sobre todo en el ámbito público (huelgas de Correos y de conductores de
Metro), y la aplastante huelga del profesorado portugués durante los
exámenes de selectividad el 17 de junio que, con un seguimiento superior
al 90%, obligó al gobierno a retrasar la entrada en vigor de una nueva
ley que posibilitará el despido de funcionarios.
El ambiente de apoyo a la huelga
convocada por la CGTP para el 27 de junio fue tan amplio que incluso los
dirigentes de la UGTP, la segunda central del país, se vieron obligados
a secundarla. La huelga paralizó el transporte público, los servicios
de limpieza y las escuelas, afectando también de forma considerable al
funcionamiento de los gobiernos locales, en tanto que los centros de
salud y hospitales sólo atendieron urgencias. En el sector privado, la
industria se vio muy afectada, alcanzando cifras cercanas al 100% de
seguimiento en muchos centros de trabajo. La jornada terminó además con
masivas manifestaciones a lo largo de todo el país poniendo de
manifiesto el profundo rechazo de los trabajadores hacia las políticas
del gobierno.
Una economía que se hunde
En
abril de 2011 Portugal recibió un rescate de 78.000 millones de euros
que tuvo como contrapartida la aplicación de una serie de planes de
austeridad, el último de los cuales, anunciado en mayo, está en el
origen de esta última convocatoria de huelga. Entre otras medidas dicho
plan introduce un retraso de un año en la edad de jubilación, recorta el
sistema de pensiones, reduce 30.000 funcionarios y sube de 35 a 40 las
horas semanales de trabajo en la administración pública. Todas estas
políticas aplicadas por el gobierno portugués no sólo no han conseguido
el objetivo de reducir el gasto presupuestario y el déficit sino que han
contribuido a deprimir todavía más una economía que ya llevaba casi una
década estancada. En contra de las previsiones del gobierno luso tras
pedir el rescate, señalando que en dos años la situación económica se
estabilizaría y empezaría a mejorar, la realidad es que la deuda pública
se sitúa por encima del 120% del PIB y el déficit se incrementó el año
pasado del 4,4% al 6,4% anual, esperándose este año que alcance el 6,6%
con un bono a 10 años cuyos intereses han llegado a alcanzar en los
últimos días un 8%, al tiempo que la economía se seguirá contrayendo un
2,3% este año, y el paro alcanza ya al 18% de la población (43% para
menores de 25 años), la tercera mayor tasa en Europa tras el Estado
español y Grecia.
Un gobierno desacreditado y débil
Con la situación empeorando día tras día
el primer ministro Passos Coelho es incapaz de plantear ninguna
alternativa más allá de sugerir a los parados que emigren a Angola o
Brasil, como recomendó recientemente a los profesores desempleados. No
es de extrañar que sea el político menos valorado de Portugal y que haya
estallado una grave crisis en el gobierno de la derecha, que se ha ido
gestando en las últimas semanas.
Varios ministros se han
manifestado, demagógicamente, contra las nuevas medidas de recorte con
el fin de tratar de salvar su maltrecha autoridad, y en mayo se produjo
un cruce de declaraciones entre Paulo Portas, ministro de Asuntos
Exteriores y líder del CDS-PP —el otro partido de la coalición de
gobierno—, y Passos Coelho, del PSD, a causa de los ajustes previstos en
el sistema de jubilaciones. La situación llevó al presidente de la
república, Aníbal Cavaco Silva, a convocar el Consejo de Estado para
tratar de reconducir la situación.
Sin embargo, en un contexto de
ascenso de la movilización y de recrudecimiento de la crisis económica
no se ha podido evitar una nueva y grave crisis de gobierno tras la
dimisión, el 1 de julio, de su hombre fuerte, el ministro de Finanzas,
Vítor Gaspar, abanderado de la austeridad a ultranza. La designación del
sustitutito desencadenó la segunda dimisión, la de Portas, con lo que
la coalición de gobierno quedaba en el aire, dando pie a un nuevo brote
de pánico financiero que recorrió todo el sur de Europa.
Finalmente,
parece que van a llegar a algún tipo de componenda para tratar de evitar
la caída del gobierno, pero lo cierto es que ese escenario,tarde o
temprano, no está en absoluto descartado y puede abrir una situación
prerrevolucionaria.
Se puede cambiar la situación. Otro Abril es posible
Realmente,
el gobierno de Coelho es un cadáver político, sin ningún tipo de apoyo
social. Además de sus crisis interna, también el consenso implícito
sobre los recortes que hasta ahora mantenía con el Partido Socialista
(PS), principal partido de la oposición, empieza a fracturarse ante la
presión creciente que tanto el PS como el sindicato UGTP están sufriendo
desde sus bases. La presión social para poner fin al gobierno de la
troika es tan abrumadora que el portavoz del PS se ha sumado a la
petición de elecciones anticipadas.
Las encuestas auguran un desplome brutal de los partidos de la derecha. Correctamente, la CGTP, ha convocado una manifestación para el sábado 6 de julio, con la exigencia de dimisión del gobierno, disolución del parlamento y convocatoria de elecciones anticipadas. El secretario general del PCP, Jerómino de Sousa, ha declarado que es necesaria la formación de un gobierno de izquierdas con un programa de izquierdas.
Efectivamente, es
perfectamente posible derribar a este gobierno reaccionario y poner en
su lugar otro que fuera capaz de llevar a cabo una verdadera política de
izquierdas en defensa de los jóvenes y trabajadores portugueses. Junto a
la movilización contundente el punto más importante para las
organizaciones de masas de la izquierda lusa es la defensa de un
verdadero programa socialista, en el que se incluya la nacionalización
de las palancas fundamentales de la economía, empezando por el sector
financiero.
La clase obrera portuguesa, día a día, está recuperando
las tradiciones y el recuerdo de Abril de 1974, no por romanticismo sino
por la idea de que aquel fue el momento más progresista e importante de
la historia de Portugal, y la primera ocasión en la que el pueblo
portugués pudo tomar el futuro en sus propias manos. Son las enormes
conquistas sociales arrancadas a la burguesía portuguesa en aquel
proceso revolucionario las que ahora esa misma burguesía trata de
eliminar. Los trabajadores portugueses no se lo van a poner fácil. Un
nuevo Abril es posible.
Escrito por Santiago Freire.
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10 de julio de 2013
Portugal: la movilización de masas lleva al gobierno de la derecha al borde del abismo.
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