Sorpresas nos da la historia. ¿Quién iba a decir que China operaría en la economía globalizada como gran banquero del mundo? La larga marcha, en dirección inimaginable
para Mao Zedong, la que por el comunismo avanza hacia el capitalismo, alcanza metas espectaculares. Poner a China en el segundo puesto de la economía mundial es asunto más que serio; hacer de su capacidad financiera tabla de salvación de países desarrollados a los que capitaliza con adquisición de su deuda soberana es cuestión absolutamente novedosa. Suponen alteraciones fuertes de los parámetros internacionales.
Recientemente ha visitado España Li Keqiang, viceprimer ministro del gran país asiático –reemergente, mejor que emergente, como matiza Javier Solana, dado que el gigante que representa toda una civilización fue gran potencia antes de la expansión de Occidente-. Recibido con todos los honores, el mandatario chino ha correspondido a la amabilidad de sus anfitriones. No está nada mal el anuncio de inversiones chinas en nuestro país por más de 5.000 millones de euros y aún está mejor, si cabe, el compromiso de adquisición de deuda pública española por 6.000 millones.
El gesto es muy indicativo, pero todavía más acompañado por declaraciones de confianza en nuestra economía. En medio de tantas apreturas, ¿cómo no agradecer tal inyección económica y tal apoyo político? ¿Y cómo no felicitar al gobierno por ese logro diplomático, aunque al día siguiente de nuevo padeciéramos el acoso de los mercados al hilo de los apuros de Portugal con su deuda, de la que a su vez la banca española es acreedora?
A la vista ha quedado que temas escabrosos no estaban en el guión. Cuando el viceprimer ministro de la República Popular China elogia los ajustes de España, ¿quién le mienta el déficit de su país en derechos laborales? ¿O quién le habla de derechos humanos y de los encarcelados por defenderlos, como Liu Xiaobo, Nobel de la Paz 2010? Bill Clinton reconoció hace unos días que de esas cosas no se habla con el banquero de uno.
Por lo demás, Li Keqiang, como tantos otros, es discípulo de Deng Xiaoping, quien contó a Felipe González aquello de “gato negro, gato blanco, lo importante es que cace ratones”. Era el mismo que complementaba esa versión oriental del fin de las ideologías con la teoría de que los derechos humanos son un invento de Occidente (sobre cuya aplicación en otras latitudes no había que empeñarse).
No pensaba lo mismo Zhao Ziyang, antiguo primer ministro caído en desgracia por su posición contra la represión de Tiananmen. Sus memorias –Prisionero del Estado- hacen pensar que, ante quienes cazan ratones, vendría bien recitar aquel poema del gallo rojo y el gallo negro –inolvidables versos de Chicho Sánchez Ferlosio-, sabiendo lo que los colores significan.
José Antonio Pérez Tapias.
Parlamentario del PSOE por Granada.
Coordinador Federal de Izquierda Socialista.
21 de enero de 2011
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