Cada año el día 14 de abril se conmemora
el aniversario de la proclamación de la Segunda República y del inicio de un
amplio proceso de revolución social que culminaría en tres años de guerra
contra el fascismo, por el Golpe de Estado de Franco.
Como tributo a los luchadores
antifascistas, la Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels,
publica este libro Revolución Socialista y Guerra Civil (1931-1939)(*).
Esta obra pretende proporcionar una panorámica general de los
antecedentes históricos de los acontecimientos de los años 30. A continuación
ofrecemos unos extractos de dicha obra.
Como señala en su introducción: “No es
difícil observar la persistencia de un claro hilo conductor, una línea de
continuidad histórica entre los tres años de lucha armada contra el fascismo y
revolución social, y las grandes conmociones políticas, las huelgas y los
movimientos insurreccionales del último tercio del siglo XIX y los primeros
decenios del siglo XX.
En estas sacudidas, y en la proclamación
de la segunda República, es posible observar cómo emergen los protagonistas de
una historia silenciada. Miles de hombres y mujeres, trabajadores anónimos del
campo y la ciudad, que creyeron con pasión en una vida mejor y que se
levantaron, una y otra vez, contra la opresión y la injusticia.
El libro también cuenta con una amplia
introducción donde se abordan la política de exterminio contra la izquierda
practicada por el ejército franquista en la guerra civil, la represión bajo la
dictadura y un balance de los años de la Transición. Puede solicitarse
información más detallada en la web que reseñamos al final.
El mismo autor también tiene otros
trabajos sobre la República, cuyo extracto del que aparece en la Revista
Marxismo Hoy, editada por la Fundación de Estudios Socialistas Federico
Engels.
“”La proclamación de la II República y las tareas
de la revolución democrático-burguesa””.
“”A finales el 1930, y tras la caída de
la dictadura de Primo de Rivera, la monarquía de Alfonso XIII estaba corroída
por la crisis económica, la contestación social de amplias capas de la pequeña
burguesía, los estudiantes y el movimiento obrero.
Carente de base social, los jefes monárquicos
intentaron ganar tiempo convocando para el 12 de abril de 1931 elecciones
municipales, con la esperanza de contener el movimiento y lograr el apoyo de
los sectores republicanos al establecimiento de una monarquía constitucional.
Pero ya era tarde. A pesar del fraude y
la intervención de los caciques monárquicos en las zonas rurales, el triunfo de
las candidaturas republicano-socialistas fue masivo en las grandes ciudades. El
júbilo de las masas se desató en las principales capitales y ciudades del país,
donde la República fue proclamada en los ayuntamientos.
“”Con una correlación de fuerzas tan
desfavorable, la burguesía —que había sostenido la monarquía alfonsina y su
régimen represivo durante décadas— no pudo impedir la proclamación de la
República y mucho menos utilizar al
ejército para reprimir al movimiento. Los capitalistas consideraron la
República un mal menor mientras trataban de ganar tiempo para poder restablecer
una situación más favorable para sus intereses.
“En aquellas jornadas históricas,
los dirigentes socialistas y republicanos que se auparon a la dirección
política del movimiento manifestaron enormes vacilaciones y una enorme
desconfianza hacia las masas revolucionarias.
“El gobierno provisional republicano,
una coalición entre los republicanos burgueses y los dirigentes del PSOE,
intentó encarrilar los acontecimientos hacia el terreno del parlamentarismo
burgués. Los líderes socialistas, entusiastas partidarios de la teoría etapista
de la revolución, defendían que con la proclamación de la II República se
podrían llevar a cabo las transformaciones democráticas que en Inglaterra o
Francia se habían realizado a través de las revoluciones burguesas de los
siglos XVII y XVIII.
“Según
sus planes, la coalición con la burguesía republicana permitiría concretar la
reforma agraria a través del parlamento; conseguir la ansiada separación entre
la Iglesia y el Estado, y el avance de la enseñanza pública; la modernización
del Ejército y la creación de un cuerpo de leyes que velara por las libertades
de reunión, expresión y organización; la resolución de la cuestión nacional,
concediendo la autonomía a Cataluña, Euskadi y Galicia; y, sobre todo, crear
las bases materiales para el desarrollo de un capitalismo avanzado para
competir en el mercado mundial… En definitiva, el programa clásico de la
revolución democrático-burguesa.
“Bajo esta estrategia, el
proletariado revolucionario tenía que subordinarse a la burguesía republicana
hasta que, en teoría, se pudiese fortalecer a las organizaciones obreras dentro
de las instituciones políticas y económicas del nuevo régimen. Sólo entonces se
podría hablar de luchar por el socialismo. Este planteamiento ideológico se
basaba en la tradición reformista de la Segunda Internacional y fue repudiado
por el ala marxista representada por Rosa Luxemburgo en Alemania y los
bolcheviques rusos a la luz de la revolución rusa de 1905 y 1917.
“El enfoque etapista defendido por
los teóricos del reformismo socialdemócrata falseaba tanto las condiciones
materiales del desarrollo capitalista, como la propia estructura de clases de
la sociedad. En el caso del Estado español, pero también en Rusia y en los
países de desarrollo capitalista tardío, la burguesía unió muy pronto sus
intereses a los de los viejos poderes establecidos.
“Nunca protagonizó una revolución como
en Francia o Gran Bretaña. Por el contrario, recurrió constantemente a acuerdos
con las viejas clases nobiliarias con las que compartía los beneficios de la
propiedad terrateniente. La consolidación del régimen burgués no significó
ningún cambio fundamental para el campesinado, cuyo despojo fue un proceso
ininterrumpido convirtiéndose en uno de los factores decisivos de la revolución
social. La clase dominante española optó por conservar las bases de un
capitalismo agrario extensivo, latifundista y expropiador de la masa campesina.
A una situación insostenible para la masa jornalera, se unía la miseria de los
pequeños propietarios.
“En cuanto a los grandes
industriales, muy vinculados a la gran propiedad agraria, utilizaron las
ventajas políticas del régimen monárquico para obtener sus beneficios de los
bajos salarios de la clase obrera, de extensas jornadas laborales y la
represión sistemática de los sindicatos, especialmente de los
anarcosindicalistas.
“La industrialización era débil y
desigual, conviviendo zonas atrasadas con otras, como Cataluña y Vizcaya, que
concentraban la parte del león de las industrias extractivas, siderúrgicas y
textiles y, por supuesto, los batallones pesados del proletariado. Esta
configuración del capitalismo nacional dejó campo libre a la penetración de los
capitales extranjeros, fundamentalmente ingleses y franceses, que monopolizaron
sectores enteros, como la minería del cobre, plomo, hierro...
“Por otro lado, el sector financiero
dominaba la industria: los grandes banqueros se fundían con la aristocracia
empresarial y los grandes propietarios agrarios, muchos de ellos nobles
aburguesados, para conformar el bloque dominante de poder, las famosas cien
familias que controlaban la vida económica y política del país…./…
(Continuará mañana con la Parte 2 de 5).
(*) Extracto del libro “Revolución Socialista y Guerra Civil (1931-39).
Autor: J.I. Ramos.
Editorial: Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels. La persona interesadas en su adquisición puede dirigirse a:
Teléfono: 679.990.319.
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