(…/… Parte 3 final ) (Ver parte 2 publicada ayer)
Represión contra la Comuna de Asturias.-
…/… La represión contra la Comuna asturiana a manos de los futuros jefes militares del golpe del 18 de julio fue terrible. Cerca de dos mil muertos en los combates, cientos de fusilados, miles de detenidos y torturados, a los que sumar decenas de miles de trabajadores represaliados y despedidos de sus trabajos. Las organizaciones obreras tuvieron que pasar a la clandestinidad, mientras que la burguesía acabó por sacar las lecciones últimas de los acontecimientos. Octubre del 34 demostró que no era posible acabar con el movimiento de las masas a través de la represión “legal” que las leyes republicanas permitían. Se necesitaba aplastar a las organizaciones y su capacidad de resistencia. Era necesario imponer el terror blanco hasta sus últimas consecuencias.
De nuevo la colaboración de clases.-
Tras el fracaso de la derecha para estabilizar su gobierno, las cortes fueron disueltas y se convocaron elecciones para el 16 de febrero de 1936. Los dirigentes reformistas del PSOE y de la UGT, especialmente Indalecio Prieto y Julián Besteiro, conectaron inmediatamente con las propuestas de los líderes del PCE para conformar un Frente Popular de cara a las elecciones de febrero. Las nuevas directrices políticas de Stalin eran claras: supeditar la acción revolucionaria del proletariado a la defensa de la legalidad republicana, o lo que es lo mismo, a la defensa de la democracia burguesa, tal como Dimitrov había concretado en el VI Congreso de la Internacional Comunista.
Este nuevo giro de la política
estalinista representaba una ruptura decisiva con los principios de la política
leninista sobre la revolución socialista y su lucha contra la política de
colaboración de clases. Los estalinistas sancionaban con su política una
vergonzosa regresión a los viejos esquemas del reformismo socialdemócrata. Pero
una cosa eran los esquemas políticos de los dirigentes estalinistas y otra muy
diferente la realidad tozuda de la lucha de clases.
Como habían demostrado los ejemplos de Alemania
y Austria, el fascismo que veía llegar su turno precisamente porque los
mecanismos de la “democracia parlamentaria” no eran suficientes para garantizar
el poder y los beneficios de la clase capitalista, solo podía ser derrotado con
los métodos y la estrategia de la revolución socialista.
El programa del Frente Popular aunque
recogía reivindicaciones democráticas fundamentales, como la amnistía y la
readmisión de los despedidos tras la insurrección del 34, ataba de pies y manos
a la clase obrera. Los partidos republicanos rechazaron expresamente cualquier
mención a la nacionalización de la tierra y su entrega a los campesinos y, por
supuesto, a la nacionalización de la banca y el control obrero en la industria.
También se negaron a establecer el subsidio
de paro solicitado por los partidos de izquierda. En definitiva, se reeditaban
los presupuestos políticos que habían guiado la acción del gobierno de
conjunción republicano socialista del primer bienio, y que habían asfaltado el
camino para que la CEDA triunfase.
Todavía hoy se justifica la política del
Frente Popular en la necesidad de evitar que las capas medias giraran hacia la
reacción. Semejante argumento es una cortina de humo que impide comprender la
auténtica naturaleza de la lucha de clases en esos momentos. No había terreno
para salidas intermedias. O la clase obrera se hacía con el poder político,
expropiando el conjunto de la propiedad capitalista, o el capital movilizaría
sus reservas sociales y militares para aplastar durante décadas a los
trabajadores y sus organizaciones.
En su artículo Adónde va Francia,
escrito en octubre de 1934, Trotsky analiza este fenómeno en detalle: “...Los
pequeños burgueses desesperados ven en el fascismo, ante todo, una fuerza
combativa contra el gran capital, y creen que el fascismo, a diferencia de los
partidos obreros que trabajan solamente con la lengua, utilizará los puños para
imponer más ‘justicia’. (...) Es falso, tres veces falso, afirmar que en la
actualidad la pequeña burguesía no se dirige a los partidos obreros porque teme
a las ‘medidas extremas’. Por el contrario: la capa inferior de la pequeña
burguesía, sus grandes masas no ven en los partidos obreros más que máquinas
parlamentarias, no creen en su fuerza, no los creen capaces de luchar, no creen
que esta vez estén dispuestos a llegar hasta el final (…) Para atraer a su lado
a la pequeña burguesía, el proletariado debe ganar su confianza (…) necesita
tener un programa de acción claro y estar dispuesto a luchar por el poder por
todos los medios posibles…”.
La necesidad de una dirección revolucionaria.-
A pesar de todos los obstáculos, el Frente Popular (FP) fue apoyado entusiastamente por los trabajadores en cada rincón del país, no tanto por el contenido de su programa, sino porque con su victoria podrían lograr con rapidez sus aspiraciones más inmediatas. Sin embargo, no todos los componentes del FP veían el futuro de la misma manera: “Con toda mi alma”, hablaba confidencialmente Manuel Azaña el 14 de febrero a Ossorio y Gallardo, “quisiera una votación lucidísima, pero de ninguna manera ganar las elecciones. De todas las soluciones que se pueden esperar, la del triunfo es la que más me aterra”. Pero el triunfo de las listas del FP fue tan arrollador que muchos líderes reaccionarios como Lerroux o Romanones perdieron su acta de diputado.
No obstante, como ocurriera en las
elecciones de junio de 1931, sorprende que de los 257 diputados del Frente
Popular 162 tuvieran filiación republicana. Los partidos obreros cedieron a los
republicanos burgueses un protagonismo en las listas que nunca merecieron. En
cualquier caso, el proceso de la revolución socialista encontró en las
elecciones de febrero de 1936 un cauce poderoso para expresarse.
Aprendiendo de las lecciones del bienio
republicano-socialista, las masas no aguardaron a la acción “legislativa” del
parlamento o del gobierno para imponer sus puntos de vista. A través de la
acción directa revolucionaria asaltaron las cárceles y liberaron a los presos.
Entre febrero y julio de 1936 se
organizaron más de 113 huelgas generales y 228 huelgas parciales en las
ciudades y pueblos de toda España. En las ciudades, los comités de acción
UGT-CNT ocupaban fábricas y empresas y lograban imponer a los burgueses la readmisión
de los despedidos. La situación en el campo se desbordó: “Los campesinos
pasaron rápidamente a la acción”, escribe Manuel Tuñón de Lara, “(...) En las
provincias de Toledo, Salamanca, Madrid, Sevilla, etc., ocuparon grandes fincas
desde los primeros días de marzo y se pusieron a trabajarlas bajo la dirección
de sus organizaciones sindicales. Una vez que ocupaban las tierras, lo
comunicaban al Ministerio de Agricultura para que legalizase su situación. Este
movimiento culminó el 25 de marzo con la ocupación de fincas realizada al mismo
tiempo por ochenta mil campesinos en las provincias de Bajadoz y Cáceres...”.
La situación revolucionaria maduraba con
rapidez. De manera clara, el doble poder empezaba a emerger: por una parte, el
poder institucional de la república burguesa, cada vez más impotente en la
tarea de frenar la lucha de las masas, era abandonado crecientemente por los
sectores decisivos de la clase dominante que se preparaban para un golpe
militar fascista. Por otro, el tremendo poder del proletariado y el
campesinado, que empujaba a sus organizaciones hacia una salida revolucionaria
y que tenía su exponente más radical en la izquierda caballerista del PSOE, la
UGT y las JJSS, y en las organizaciones anarcosindicalistas.
Las condiciones objetivas para el
triunfo de la revolución social estaban plenamente maduras; pero el factor
subjetivo, es decir, el de una dirección revolucionaria consecuente, todavía
no. Si el PSOE o el PCE hubieran tenido una política marxista, auténticamente
socialista, basada en un programa revolucionario que plantease abiertamente la
toma del poder; si los dirigentes obreros hubiesen defendido la nacionalización
de las fábricas y la banca bajo control democrático de los trabajadores; la
expropiación de los terratenientes y la entrega de la tierra a los campesinos
para su explotación; la formación de consejos de obreros y campesinos para
ejercer el control y la democracia política; el derecho de autodeterminación
para las nacionalidades históricas y la independencia para las colonias
(especialmente Marruecos)...
En definitiva, si hubieran defendido un
programa como el de Lenin y los bolcheviques en 1917, habrían encontrado el
respaldo unánime de la clase obrera y de los jornaleros, de la mayoría aplastante
de la población, conjurando la amenaza del fascismo.
Revolución y contrarrevolución.-
Cuando Azaña fue elegido presidente de la República y una mayoría de miembros de los partidos republicanos coaligados en el Frente Popular coparon las carteras ministeriales, el objetivo de estos fue restablecer el “equilibrio” capitalista en medio de una situación extrema de polarización social y política. Rearmando a los guardias de asalto y dando instrucciones concretas a la guardia civil, el gobierno Azaña intentó impedir a toda costa la revolución: no dudó en reprimir el movimiento de las masas y logró que las cárceles, vacías de presos políticos tras las primeras jornadas de febrero, fueran llenándose con militantes sindicalistas y anarquistas.
Mientras, la burguesía ya había decidido
la partitura que interpretaría. Pocos días después de la formación del gobierno
y con Franco ya destinado a la división militar de Canarias, se celebró una
reunión a la que asistieron él mismo, los generales Mola, Orgaz, Varela,
González Carrasco, Rodríguez del Barrio y el teniente coronel Valentín Galarza,
para acordar los planes del alzamiento.
Todo este movimiento de sables que
contaba con el respaldo de la burguesía, no permanecía secreto dentro de las
paredes de las casas de oficiales y cuartos de bandera. Eran constantes los
rumores y las informaciones que revelaban la existencia de estos planes. ¿Qué
hizo la República, presidida por el “progresista” Azaña para conjurar esta
amenaza? Nada, absolutamente nada. Azaña destinó al general Mola a Pamplona,
donde el 14 de marzo se hizo cargo del gobierno militar y del mando de la 12
Brigada de Infantería. ¡Así era como defendían la “legalidad democrática” los
republicanos burgueses, ascendiendo, mimando y favoreciendo a los militares
golpistas!
Los preparativos militares en los
cuarteles se combinaban con las acciones terroristas de las bandas fascistas de
la Falange, especializadas en asesinar obreros y atacar los locales de los
partidos y los sindicalistas de izquierda. Finalmente, el 17 de julio la
Guarnición de Marruecos se levantó en armas y el resto de las guarniciones
militares telegrafiadas por Franco prepararon todos los operativos. Aunque el
gobierno republicano tenía un conocimiento exhaustivo del levantamiento militar,
se negó en redondo a tomar ninguna medida para evitar su extensión: durante 48
horas dejaron todo el terreno libre a los golpistas, sin movilizar las fuerzas
leales del ejército ni impartir una sola orden, mientras se negaban a armar al
pueblo.
Lo que siguió fue la lucha heroica del
proletariado y los campesinos pobres contra las fuerzas de la
contrarrevolución. La derrota de los golpistas en Madrid, Barcelona, Valencia,
Bilbao, Gijón, etc., gracias a la resistencia armada de los obreros y campesinos
anarquistas, socialistas, comunistas, poumistas, que desoyeron los consejos
traicioneros del gobierno republicano y pasaron por encima de la política
paralizante de sus direcciones, abrió una nueva etapa: los obreros en armas
incautaron la propiedad de los capitalistas; se hicieron con el control de las
fábricas, ocuparon la tierra y las colectivizaron; derogaron los gobiernos
municipales republicanos y establecieron sus propios comités. Organizaron la
limpieza de los viejos órganos del poder burgués, sustituyeron los tribunales
de la justicia burguesa por otros integrados por representantes de las
organizaciones proletarias; acabaron con la policía republicana que fue
reemplazada por las Patrullas de Control formadas por milicianos armados que
velaban por el mantenimiento del nuevo orden revolucionario. Se organizó el
poder militar de la clase obrera sobre la base de las milicias... En
definitiva, de las ruinas de la democracia burguesa surgió el embrión de un
nuevo poder obrero y socialista, empujado por el golpe militar.
En los tres años siguientes de guerra y
revolución, el proletariado y los campesinos que habían demostrado un
instinto revolucionario y un heroísmo sin parangón en los campos de batalla, no
dispusieron de una organización capaz de completar con éxito lo que habían
logrado conquistar el 19 de julio. Carecieron de un partido bolchevique como en
Rusia durante octubre de 1917. Los dirigentes reformistas de la izquierda,
encabezados por el estalinismo, se esforzaron con todos los medios a su alcance
por eliminar las realizaciones revolucionarias de las primeras semanas. Bajo la
consigna de la “defensa de la República”, y con la llave del suministro de
armas que Stalin utilizó apropiadamente para sus fines, los gobiernos del
Frente Popular reestablecieron el viejo aparato del Estado burgués en
territorio republicano. Con el pretexto de conseguir el apoyo de las potencias
“democráticas”, de Francia y Gran Bretaña, que por otra parte habían ideado la
traicionera política de la no intervención, se eliminó cualquier rastro de la
revolución: las colectivizaciones, el control obrero de la industria, y las
milicias obreras, que fueron obligadas a integrarse en un ejército centralizado
que no era un ejército rojo para luchar por el socialismo con una política
internacionalista, sino un ejército regular cuyo mando peleaba en defensa de la
república burguesa. De esta manera se arruinaron todas las posibilidades de una
victoria militar. Al cabo de tres años, la contrarrevolución fascista no sólo
suprimió la República, asesinó a cientos de miles de los mejores luchadores de
la clase obrera y aniquiló sus organizaciones, estableciendo las bases para una
dictadura sangrienta.
Las lecciones de la II República deben ser estudiadas con atención por parte de la nueva generación de jóvenes y trabajadores que abrazan las ideas del socialismo. De ellas se desprende una conclusión inequívoca: sólo hay una República por la que merezca la pena luchar ¡¡La República Socialista de los trabajadores¡¡ (…)
(*) Extracto del libro “Revolución
Socialista y Guerra Civil (1931-39)
Autor: J.I. Ramos. Revista:
Marxismo Hoy nº 3 La Revolución Española. .Editorial: Fundación de Estudios
Socialistas Federico Engels.
https://www.fundacionfederidoengels.net/
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