31 de octubre de 2014

"SOCIALISTA": EL NOMBRE.



Las palabras se confunden donde las cosas se enredan, venía a decir Walter Benjamin. También es cierto que induciendo embrollos con palabras no hay manera de desenredar las cosas. El caso es que vemos cómo el primer ministro francés, Valls, enredado, confunde al proponer que se prescinda de la palabra "socialista" en la denominación de su propio partido. Toda una declaración de principios, o de no tener principios, al menos, socialistas. No es preciso indagar demasiado, pues el mismo político galo afirma que se trata de ser pragmáticos, abandonando lo que huela a izquierda anticuada. Por tanto, disposición a habérselas con las cosas sin ningún criterio distinto de los instrumentales para el manejo de los asuntos que le ocupan. Si fueran otros..., pero son los relativos a la dirección de un gobierno, a la política de un país, al servicio de una ciudadanía. Por ello lo grave de eliminar un nombre que incomoda porque ahí está como instancia crítica de políticas neoliberales, es decir, antisociales. Poner nombre es un acto serio; quitarlo, una desvergüenza cuando supone liquidación de la memoria aludiendo torticeramente a la antigüedad de lo que significa.

La palabra "socialista", frente a lo que induce a pensar quien, sintiéndose muy moderno, la quiere arrinconar en el museo de la historia, no designa ninguna esencia ahistórica. Pero estamos en esta historia quienes nos comprometemos con un proyecto de izquierda al que llamamos socialista por todo lo que supone: voluntad de transformación de la realidad con objetivos de justicia, de emancipación de los individuos y de liberación de los pueblos, de construcción social combatiendo la desigualdad, de economía solidaria y ecología efectiva, de democracia participativa y estados con derechos reconocidos y garantizados, de sociedades abiertas y entidades políticas federadas, de respeto a la diversidad y articulación de la pluralidad en un mundo globalizado y complejo... La palabra "socialista" va, pues, entreverada con otras cuyo fluir es posible rastrear desconstruyendo -sí, vale el osado término de Derrida-  el entramado de su interrelación para poder reconstruir su significado. Lo que no es de recibo es una irreparable destrucción tras señuelo de fraudulenta modernización. Muchos socialistas nos negamos al gato por liebre, y a presentarnos ante la ciudadanía sin nombre. Y bien que sabemos que el que tenemos hay que limpiarlo.
José Antonio Pérez Tapias. 

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