La conmemoración de la Revolución Portuguesa no puede ser más oportuna.
En los últimos años decenas de miles de personas en todo el mundo están
comprendiendo la necesidad de transformar la sociedad para acabar con el
capitalismo y todas sus lacras, pero una pregunta golpea una y otra vez
sus cerebros: ¿es posible?
En el año 1974 en Portugal, como en Chile, en Francia o, simplemente,
(como ahora en el Norte de África), se dio una respuesta: sí, sí es
posible. Y, sin embargo, no se acabó el proceso, no surgió una nueva
sociedad de las ruinas del capitalismo. ¿Por qué?
La
crisis de los 70 acabó con una larga época de estabilidad en los países
capitalistas avanzados. Las masas encontraron, en toda Europa,
problemas desconocidos: alta inflación, paro masivo, ataque a las
conquistas sociales…, y respondieron con un ambiente de lucha
generalizado y un giro a la izquierda en la
sociedad. Y fue Portugal donde el proceso llegó más lejos; de ahí la
importancia que los propios capitalistas e imperialistas de todo el
mundo le dieron y que los revolucionarios debemos darle.
La burguesía portuguesa, históricamente, es incluso más atrasada que la española. No
es casualidad que su sistema necesitara de la dictadura más longeva de
Europa, ¡de casi 50 años! Los capitalistas lusos eran incapaces de
llevar adelante la revolución democrático-burguesa, tan fuertes eran sus
lazos con los terratenientes, por un lado, y con el capital monopolista
británico, por otro.
Al calor del auge económico de la
posguerra, Portugal se transforma. Si bien en la agricultura el
beneficio del latifundista se sigue basando en la explotación intensa de
la mano de obra, en la industria se impone el monopolio. En 1970 sólo
el 20% de los trabajadores industriales estaban ocupados en empresas de
menos de 20 personas, en 1971 el 0,4% de todas las sociedades controlaba
el 53% del capital de éstas, en 1972 el 16,5% de todas las empresas
industriales producían el 73% de la producción industrial. En vísperas
del 25 de Abril, los siete (siete grandes grupos) dominan prácticamente
toda la economía, bien directamente bien a través de sus bancos y de las
influencias políticas.
Pero esta irrupción de la concentración
capitalista en el tradicional y bucólico Portugal, durante los 50 y 60,
tiene efectos imprevistos. En Oporto, Setúbal y, sobre todo, la luego
conocida como Lisboa la roja, se crean impresionantes concentraciones
obreras, y con ellas viene el aumento de la conciencia colectiva, una
sensación desconocida de fuerza, y la experiencia de que su lucha por
mejorar su nivel de vida choca frontalmente con el Estado dictatorial de
Salazar y, después, Caetano. Por otra parte, el proceso de
monopolización empobrece y proletariza a sectores importantes de la
pequeña burguesía rural y urbana, otrora sostén del régimen, y los
empuja hacia la izquierda.
El golpe de Estado del 25 de Abril de
1974 no fue un rayo en un cielo despejado. Fue incubado por la crisis
del capitalismo portugués y de su régimen, y por la fuerza de un
proletariado (de un millón de personas sólo en el sector industrial, sin
contar a parte del millón y medio de emigrantes) creado, cocido y
madurado con la levadura del auge de la posguerra, como también ocurrió
en España. Cuando llega la crisis, cuando se suceden los despidos
masivos, la inflación (19,2% en el 73), las reducciones salariales, esa
fuerza potencial explota. En 1970, los bancarios imponen con su lucha el
primer convenio colectivo, y en octubre de ese año se forma la
Intersindical, a iniciativa de los sindicatos del metal, las finanzas y
el textil; en abril del 73 ¡40.000 trabajadores! se manifiestan en
Oporto; del otoño de ese año al 25 de Abril 100.000 obreros van a la
huelga, por supuesto ilegalmente.
La guerra colonial fue un
factor decisivo en la caída de la dictadura. El reaccionario aparato
estatal y la burguesía aunaban fuerzas para mantener las vastas y ricas
extensiones de Angola y Mozambique bajo su control, lo que les permitía
el saqueo de sus materias primas y el patético sueño de mantener el
histórico imperio colonial. Pero el coste de esta opresión imperialista
era sangrante, también para las masas de la metrópoli. Los muertos
portugueses en la guerra colonial (1961-74) fueron unos 15.000, y 30.000
militares lusos quedaron inválidos o mutilados. La pesadilla del
servicio militar duraba ¡4 años!, y a esto hay que sumar el derroche del
gasto militar: en 1973 la sangrienta aventura colonialista chupó el 45%
de todo el presupuesto. El coste económico y social llegó a ser tan
grande que incluso un sector importante de la burguesía (representado
por el general Spínola) era partidario de mantener el yugo imperialista
bajo formas nuevas, dando algún tipo de autonomía ficticia, para acabar
con la resistencia popular angoleña y mozambiqueña.
El 25 de Abril.-
La
peculiaridad de la Revolución Portuguesa fue que se inició con un golpe
de Estado militar contra una dictadura. De hecho, la historiografía
burguesa y reformista intentan constreñir la Revolución de los Claveles a
la acción del 25 de Abril, quitando importancia a los acontecimientos
posteriores por ser “excesos fruto de la ingenuidad y del sentimiento,
que fueron felizmente superados”. Sin embargo, la Revolución no es el 25
de Abril, sino que empieza el 25 de Abril. Por otra parte, el hecho de
que una minoría de suboficiales y soldados fuera capaz de acabar en 24
horas, de forma prácticamente incruenta y sin apenas resistencia, con
una dictadura que supuestamente controlaba todo, no demuestra sino que
la fuerza de la clase obrera era enorme; su arrojo, su lucha, atraía a
sectores de capas medias, empobrecidas y asqueadas con la sangría
colonial y con la dictadura, hasta tal punto de convertir un grupo
surgido dentro de la oficialidad del Ejército por motivos corporativos
(el MFA, Movimento das Forças Armadas) en el autor de una conspiración
para acabar con la dictadura. Aunque en contacto con Spínola y el sector
liberal de la burguesía, el MFA tenía una dinámica propia, influida
también por el ambiente internacional de lucha contra la Guerra de
Vietnam, por los propios movimientos guerrilleros africanos y,
especialmente, por el ambiente generalizado de oposición a la dictadura.
Los liberales pretendieron utilizar al MFA para presionar a los
ultras y obligar al régimen a cambiar de formas para mejor controlar la
situación, paliando por lo menos la guerra colonial, pero se
encontraron con una sorpresa: la irrupción de las masas. El 25 de Abril
hizo explotar toda la energía y la rabia contenidas durante décadas: por
doquier surgían celebraciones, luchas, manifestaciones,
reivindicaciones, asociaciones de todo tipo, discusiones sobre qué hacer
y sobre cualquier problema. En esos días, igual que en la Revolución
rusa de Febrero, las masas eran las que tenían el poder, pero no eran
conscientes de ello.
El MFA había cedido el poder, formalmente, a
la Junta de Salvación Nacional presidida por Spínola que había sido
llamado por el dictador Caetano cuando estaba rodeado su palacio por los
soldados y trabajadores, para dar una salida responsable a la
situación. Pero las decisiones de la Junta no valían mucho más que el
papel donde estaban escritas.
El movimiento avanzaba como la
lava: los presos políticos son liberados, los pides (miembros de la
PIDE, la policía política) perseguidos, muchas empresas saneadas
(depuradas de fascistas), viviendas vacías ocupadas. Los jornaleros del
Alentejo ocupan los latifundios; las huelgas se suceden (en el
poderosísimo grupo CUF, ferrocarriles, automóvil, construcción,
químicas…), reivindicando aumentos salariales, jornada de 40 horas
semanales y, también, medidas políticas y de control obrero, como
fiscalización económica de la empresa, readmisión de trabajadores
despedidos y depuración de fascistas.
Estas luchas obreras y
populares están organizadas por comisiones de trabajadores y de vecinos
(Comissoes de Moradores) que surgen como setas. El Primero de Mayo,
cinco días después del golpe, 600.000 personas, incluyendo soldados y
marineros armados, se manifiestan en Lisboa.
La burguesía se ve
impotente para controlar la situación. La Junta condena “los atentados a
la jerarquía”, la “expulsión de responsables” (depuración) y las
“reuniones en horas de trabajo”. Pero ¡ni siquiera tiene una fuerza
armada para hacer cumplir sus decisiones! La única forma de recuperar el
control es utilizando el enorme prestigio que tienen las organizaciones
obreras, en especial el Partido Comunista (PCP, con una enorme
autoridad por ser “el partido que luchó contra el fascismo”) y el
Socialista (PS).
La situación revolucionaria que se abrió el 25
de Abril hubiera permitido una definitiva transformación política en
Portugal: acabar con el capitalismo, instaurar una auténtica democracia
de los trabajadores, basada en esos incipientes órganos de control (las
comisiones), y en la expropiación de las siete grandes familias, las
multinacionales y los latifundios, y elevar el nivel de vida de la
población, socavando así, para empezar, los ya podridos cimientos del
capitalismo español y del griego.
El ánimo de lucha y
participación política directa de la clase obrera, el giro a la
izquierda de las capas medias (¡incluso un sector muy importante de los
militares!), la impotencia y crisis de la clase dominante…, todo
permitía una transformación pacífica. Pero faltaba algo. Es imposible,
incluso en el culmen de una situación revolucionaria, que los
trabajadores puedan sacar todas y cada una de las conclusiones
necesarias para rematar con éxito la faena.
La revolución es un
arte. Más allá de ideas generales, hay que saber qué postura tener ante
cada problema (las colonias, la amenaza fascista, la Iglesia, la pequeña
burguesía…), cuándo es el momento para un repliegue y cuándo para
avanzar, qué ambiente y qué fuerzas tiene en cada momento el sector más
consciente, la clase obrera y las masas en general, etc. Las
conclusiones de experiencias pasadas en todo el mundo solamente las
puede ofrecer un partido organizado en base a la filosofía y el método
del marxismo, y que sepa aplicarlas al movimiento real y aprender de él.
Pero Portugal estaba huérfana de partido que jugara ese papel…
Tras
la caída del zar y la instauración de un Gobierno Provisional de
coalición entre burgueses y reformistas, los bolcheviques insistieron en
extender y fortalecer los soviets, que eran los órganos directos de
representación de las masas trabajadoras (y, por contagio, de los
campesinos pobres y soldados), con el objetivo de sustituir cualquier
gobierno o institución burguesa (como se demostró de febrero a octubre
del 17), incapaz de solucionar las tareas democráticas y
revolucionarias.
Mientras explicaban esta idea, demostraban en
la práctica el carácter reaccionario del Gobierno Provisional y de los
reformistas al exigirles medidas que no podían satisfacer sin romper el
opresivo lazo que les unía a los capitalistas. La reforma agraria, el
final de la guerra, el aumento del nivel de vida de las masas…, ni
siquiera la convocatoria de una Asamblea Constituyente fueron capaces de
lograr.
Ésta fue la experiencia de las masas, pero para ayudar a
su conciencia, señalar la alternativa y organizar la insurrección de
Octubre fue necesario un partido curtido en mil batallas, enraizado en
el movimiento y con una ideología y táctica marxistas, firmes frente a
todas las presiones.
Ausencia de un partido revolucionario.-
Desgraciadamente,
no existía un equivalente al bolchevismo, en el Portugal del 25 de
Abril. Álvaro Cunhal, secretario general del PCP en 1967, había dejado
escrito que “la tarea fundamental de [un] Gobierno Provisional es la
instauración de las libertades democráticas y la realización de
elecciones libres para una Asamblea Constituyente. Que esta tarea sea
realizada es la única condición que el Partido Comunista pone para su
participación en el Gobierno” (Acçao revolucionária, capitulaçao e
aventura).
Efectivamente, ya el 5 de mayo el PCP pidió ser
incluido en el primer Gobierno Provisional, con Palma Carlo de primer
ministro (hombre de paja de Spínola, que se mantenía de presidente);
Spínola explicó esta inclusión así: “había que responsabilizarle
abiertamente de las tareas del Gobierno. En caso contrario (…) no
asumiría ninguna responsabilidad, reforzando su imagen” (António de
Spínola, Ao serviço de Portugal). Cuando el Partido Comunista no fuera
necesario para aprovechar su autoridad ante las masas, la burguesía no
tendría más que echarles, como pudimos ver en Grecia, Francia o Italia
tras la Liberación.
Por supuesto, también el Partido Socialista
entra en el Gobierno. De dirección socialdemócrata éste y estalinista
aquél, ambos partidos, más allá de matices, están de acuerdo en lo
fundamental. Mientras públicamente defienden el socialismo, en la
práctica consideran que eso está lejos, que hay que consolidar la
democracia, y que la única forma de hacerlo es moderando las
reivindicaciones para no asustar a la burguesía democrática, facilitando
a la burguesía recuperar el control del Estado y acabando con el poder
de las Comisiones.
Pero, si fueron las masas las que echaron
abajo a la dictadura (empujando a la acción a un pequeño grupo de
suboficiales), ¿cómo se podía, siquiera, defender las conquistas ya
obtenidas, limitando el movimiento de las masas? ¿Acaso las medidas de
control obrero no eran la mejor defensa ante las conspiraciones de los
capitalistas? ¿Acaso la nacionalización de la banca no hubiera
dificultado enormemente los planes golpistas? Es más, ¿para qué nos
sirve la limitada democracia burguesa, si en el momento en que somos más
fuertes no podemos aplicar las libertades conquistadas –de
organización, de manifestación, de huelga…- para aumentar nuestro nivel
de vida y, también, nuestra fuerza? ¿Y acaso no es inseparable la lucha
por mejorar, por llenar de contenido esas libertades democráticas, por
acabar con la posibilidad de una vuelta atrás, con la lucha por el
socialismo, es decir, por extender, profundizar y unificar todas esas
Comisiones (los órganos más democráticos del proletariado portugués),
por organizar la vida económica en función de las necesidades de la
mayoría y bajo su control? Los continuos avisos de los dirigentes
comunistas y socialistas, en la transición española como en la
Revolución Portuguesa, de que “ahora no es el momento, ya lucharemos por
el socialismo”, ya sabemos en qué acaban: décadas después, nuestros
dirigentes ni siquiera hablan públicamente de sociedad socialista.
Los
estalinistas jugaron el papel de apagafuegos, aunque con poco éxito.
Por poner un sólo ejemplo, el 25 de mayo, en una manifestación de apoyo
al Gobierno, el orador del PCP critica la “ola generalizada de huelgas
que sirve al fascismo”, especialmente la huelga de los trabajadores de
panaderías, fomentada “por reconocidos agentes fascistas”. La
Intersindical, bajo dirección del Partido Comunista, llega a organizar
una manifestación “contra la huelga por la huelga” (!). El PS también se
suma a esta labor, pero pese a todo la oleada de huelgas no remite,
consiguiendo logros históricos (el aumento salarial medio llegó a ser
del 35%).
Tres golpes… y tres fracasos.-
Con todo, la
autoridad de los dirigentes obreros es insuficiente y la burguesía
buscará en diferentes planes golpistas una alternativa para acabar con
la fuerza con la Revolución. El primer intento es un golpe de palacio
fracasado. Palma Carlo exige poderes más amplios para acabar con el
“clima de indisciplina social”. Pero estas maniobras fracasan, no hay
una mínima base de apoyo para ellas. Peor: el nuevo Gobierno se inclina
más a la izquierda, con el coronel Vasco Gonçalves (miembro de la
izquierda militar) de primer ministro, si bien continúan ministros
spinolistas; por esto, el II Gobierno Provisional tenía más complicado
todavía satisfacer a los trabajadores, sin poder por ello satisfacer a
los burgueses. El 27 de agosto el Gobierno prohíbe las huelgas
políticas, de solidaridad e interprofesionales, exige un preaviso de
huelga de 37 días y legaliza el cierre patronal.
El segundo
intento de golpe fue la preparación de una manifestación de la “mayoría
silenciosa”, para el 28 de septiembre. Spínola, presentado como un gran
demócrata por los dirigentes comunistas y socialistas llama por
televisión a manifestarse contra el “abuso de libertad” y las
“reivindicaciones descontroladas”, y se organiza “espontáneamente” (con
apoyo de los grandes grupos financieros) la manifestación. La reacción
intentaba transportar al sector más atrasado (especialmente, campesinos
del Norte) y a grupos fascistas armados a la roja Lisboa y provocar
violencia que justificara medidas de fuerza.
Este intento
fracasará ante la madurez del movimiento obrero, que entendiendo el
peligro mortal se echará a la calle la tarde del 27, organizará
barricadas e instalará controles en las carreteras; los ferroviarios y
conductores de buses se declaran en huelga, y 100.000 personas se
manifiestan en Oporto, confraternizando obreros y marineros al grito de
“¡Portugal no será el Chile de Europa! La manifestación del 28 nunca se
celebró.
Tras el fracaso del golpe, Spínola y sus ministros
tuvieron que dimitir, ¡pero nadie importunó al general, que pudo seguir
tramando sus planes! Con el agravamiento de la crisis, y de forma
instintiva, los trabajadores buscan más ansiosamente formas de control;
los 3.300 empleados de tres cadenas de supermercados ocupados intentan
crear un enorme grupo autogestionado de distribución; la asamblea
general del sindicato bancario pide la nacionalización de la Banca para
defenderse de la burguesía; los campesinos del Centro y Sur aceleran las
ocupaciones de tierras.
El 11 de marzo es el intento más serio
de ahogar en sangre la Revolución, organizado una vez más por Spínola.
Es lo más parecido a un golpe militar clásico… ¡pero sin apenas apoyo de
militares! Prácticamente, sólo se movilizan los paracaidistas, el
cuerpo militar más atrasado, y eso engañando a soldados y suboficiales.
El golpe se deshace en el aire ante la falta de apoyos; incluso los
militares más reaccionarios dudan ante la actitud resuelta de la clase
obrera, que sale de nuevo a la calle a “defender o 25 de Abril”,
rodeando los cuarteles.
¡Qué mejor prueba que estos tres
fracasos para demostrar la auténtica correlación de fuerzas! El Portugal
obrero de la ciudad y el campo, armada con un programa marxista, ¿de
qué no hubiera sido capaz? Pero sus dirigentes siempre iban por detrás
de ellos. Incluso después del 11 de marzo, cuando el ambiente de
radicalización empuja a la mayoría del MFA a declarar que el objetivo de
la Revolución es el socialismo, cuando el Gobierno tiene que
nacionalizar gran parte de los siete grandes grupos por la presión
directa de los trabajadores (los de la CUF, la Banca y los transportes
exigían su nacionalización, para no ser utilizados en beneficio de la
reacción), cuando The Wall Street Journal declara en portada que “el
capitalismo ha muerto en Portugal”, dando la jugada por perdida, Soares
critica el “confuso anarco-populismo”, y Cunhal dice que “la agudización
artificial de los conflictos sociales (…) [constituye], en su conjunto,
una gran ofensiva contrarrevolucionaria”. ¡Ni una palabra sobre las
tareas revolucionarias! ¡Sobre la necesidad del control obrero de esas
nacionalizaciones, sobre la convocatoria de un Congreso Nacional de las
Comisiones, sobre la formación de un frente único de la izquierda contra
la reacción, que continuaba agazapada incluso en el Gobierno! Nada, la
única consigna era confiar en el Gobierno y en el MFA, y
responsabilidad.
El 25 de Abril se celebran las elecciones a la
Asamblea Constituyente, y los resultados reflejan, aunque
distorsionadamente, la correlación de fuerzas. El PS obtiene el 39%, el
PPD el 26% y el PCP el 12,53%. En total, los votos de PS, PCP y otros
grupos de izquierda, más el voto nulo y en blanco (promovido por el
MFA), suman el 66%, mientras la derecha sólo llega al 34%. Pese a la
hegemonía comunista en el movimiento obrero de la ciudad y el campo, en
el seno del Ejército y en general en todo el movimiento, las masas más
amplias de la clase obrera, y otros sectores, respaldan electoralmente
al PS. Ante sus ojos los dos partidos no tienen mucha diferencia en
cuanto a sus fines declarados (el socialismo), pero la vinculación del
PCP con el estalinismo soviético, su tendencia a intentar manejar
burocráticamente el movimiento, en momentos de extrema sensibilidad
democrática, asusta a sectores muy importantes.
Campaña anticomunista.-
A
partir del fracaso del 11 de marzo la burguesía no tendrá más remedio
que utilizar hasta el fin a los dirigentes del PS. Especialmente durante
los meses de verano del 75, la dirección socialdemócrata participa en
una feroz campaña anticomunista, acusando al PCP de promover la
dictadura de partido y alertando del peligro comunista.
Es
cierto que los socialdemócratas utilizaban para su campaña toda una
serie de errores de la dirección del PCP. Por ejemplo, la imposición de
la Ley de Unicidad Sindical, que intentaba impedir la organización de
diferentes sindicatos, lo que favorecía obviamente a la Intersindical;
esta ley se apoyaba en el sano sentimiento de unidad de la clase obrera,
pero la unidad sólo puede ser un efecto voluntario de la conciencia, no
una imposición de las instituciones.
Sin embargo, Soares y
compañía desataron todo tipo de prejuicios anticomunistas en su base
social para minimizar los peligros de la contrarrevolución, y para
dividir en dos a la clase obrera. La base socialista fue políticamente
desarmada para responder a la reacción, que en el Norte realiza 240
actos terroristas (asaltos a sedes del PCP o la Intersindical,
asesinatos de comunistas), amparados por la Iglesia y los partidos
burgueses y por el silencio del PS.
En esta situación la
reacción se ve suficientemente fuerte, agazapada tras la dirección
socialdemócrata, para provocar la caída del V Gobierno de Vasco
Gonçalves y formar un nuevo Gobierno con un objetivo claro: retomar
definitivamente el control para la burguesía, acabar con el poder de las
Comisiones, y recuperar la dirección del Ejército.
Pero la
situación sigue abierta: en Oporto se crea el movimiento revolucionario y
semiclandestino SUV (Soldados Unidos Vencerán), que junto a los
destacamentos rojos se une con desfiles armados a las manifestaciones
obreras; 100.000 trabajadores de la construcción, en lucha por el
convenio, rodean la Asamblea Constituyente, impidiendo salir a los
diputados, y las tropas enviadas para rescatar a sus señorías
confraternizan con los obreros.
Pero la disposición a la lucha
no podía sustituir de ninguna forma la existencia de un partido
revolucionario. El último acto de la Revolución fue la desesperada
insurrección de los destacamentos rojos, el 25 de noviembre, provocada
en el momento más oportuno por el Gobierno, al destituir de la Región
Militar de Lisboa al izquierdista Otelo Saraiva de Carvalho. La heroica
lucha de los soldados y los oficiales revolucionarios fue machacada ante
la falta de una preparación militar previa, de una campaña de alerta en
los barrios obreros…, es decir, ante la falta de una perspectiva
socialista.
Ya han pasado años. Muchas conclusiones de esta
historia épica son desconocidas para las generaciones jóvenes. En
Portugal como aquí, plumíferos a sueldo han reescrito la historia. Pero
en los grandes enfrentamientos que se preparan, en la lucha por una
sociedad socialista, las grandes tradiciones del 25 de Abril, de las
Comisiones de Trabajadores y Vecinos, de los jornaleros del Alentejo, de
los Soldados Unidos Vencerán, serán redescubiertas por la clase obrera
de toda la Península y del mundo.
Escrito por Ulises Benito.
25 de abril de 2013
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