5 de agosto de 2009

¿QUÉ ES EL MARXISMO? (*) (PARTE VI).-

Las metrópolis y las colonias.-


"El país más desarrollado industrialmente —escribió Marx en el prefacio de la primera edición de El Capital— no hace más que mostrar en sí al de menor desarrollo, la imagen de su propio futuro". Este pensamiento no puede ser tomado literalmente en circunstancia alguna. El crecimiento de las fuerzas productivas y la profundización de las inconsistencias sociales son indudablemente el lote que corresponde a todos los países que han tomado el camino de la evolución burguesa. Sin embargo, la desproporción en los "tiempos" y medidas que siempre se produce en la evolución de la humanidad, no sólamente se hace especialmente aguda bajo el capitalismo, sino que da origen a la completa dependencia de la subordinación, la explotación y la opresión entre los países de tipo económico diferente.


Sólamente una minoría de países ha realizado completamente esa evolución sistemática y lógica desde la mano de obra, a través de la manufactura doméstica, hasta la fábrica, que Marx sometió a un análisis detallado. El capital comercial, industrial y financiero invadió desde el exterior a los países atrasados, destruyendo en parte las formas primitivas de la economía nativa y en parte sujetándolos al sistema industrial y banquero del Oeste. Bajo el látigo del imperialismo, las colonias y semicolonias se vieron obligadas a prescindir de las etapas intermedias, apoyándose al mismo tiempo artificialmente en un nivel o en otro. El desarrollo de la India no duplicó el desarrollo de Inglaterra; no fue para ella más que un suplemento. Sin embargo, para poder comprender el tipo combinado de desarrollo de los países atrasados y dependientes como la India, es siempre necesario no olvidar el esquema clásico de Marx derivado del desarrollo de Inglaterra. La teoría obrera del valor guía igualmente los cálculos de los especuladores de la City de Londres y las transacciones monetarias en los rincones más remotos de Haiderabad, excepto que en el último caso adquiere formas más sencillas y menos astutas.


La desproporción en el desarrollo trajo consigo beneficios tremendos para los países avanzados, los cuales, aunque en grados diversos, siguieron desarrollándose a expensa de los atrasados explotándolos, convirtiéndolos en colonias o, por lo menos, haciéndoles imposible figurar entre la aristocracia capitalista. Las fortunas de España, Holanda, Inglaterra, Francia, fueron obtenidas, no sólamente con el sobretrabajo de su proletariado, no sólamente destrozando a su pequeña burguesía, sino también con el pillaje sistemático de sus posesiones de ultramar. La explotación de clases fue complementada y su potencialidad aumentada con la explotación de las naciones.


La burguesía de las metrópolis se halló en situación de asegurar una posición privilegiada para su propio proletariado, especialmente para las capas superiores, mediante el pago de algunos superbeneficios obtenidos con las colonias. Sin eso hubiera sido completamente imposible cualquier clase de régimen democrático estable. En su manifestación más desarrollada la democracia burguesa se hizo, y sigue siendo, una forma de gobierno accesible únicamente a las naciones más aristocráticas y más explotadoras. La antigua democracia se basaba en la esclavitud; la democracia imperialista se basa en la expoliación de las colonias.


Los Estados Unidos, que en la forma casi no tienen colonias, son, sin embargo, la nación más privilegiada de la historia. Los activos inmigrantes llegados de Europa tomaron posesión de un continente excesivamente rico, exterminaron a la población nativa, se quedaron con la mejor parte de Méjico y se embolsaron la parte del león de la riqueza mundial. Los depósitos de grasa que acumularon entonces, les siguen siendo útiles todavía en la época de la decadencia pues les sirven para engrasar los engranajes y las ruedas de la democracia.


La reciente experiencia histórica tanto como el análisis teórico testimonian que la velocidad del desarrollo de una democracia y su estabilidad están en proporción inversa a la tensión de las contradicciones de clase. En los países capitalistas menos privilegiados (Rusia, por un lado, y Alemania, Italia, etc., por otro) incapaces de engendrar una aristocracia del trabajo numerosa y estable, nunca se desarrolló la democracia en toda su extensión y sucumbió a la dictadura con relativa facilidad. No obstante, la continua parálisis progresiva del capitalismo prepara la misma suerte a las democracias privilegiadas y más ricas. La única diferencia está en la fecha. El deterioro incontenible en las condiciones de vida de los trabajadores hace cada vez menos posible para la burguesía conceder a las masas el derecho a participar en la vida polftica, incluso dentro de la limitada armazón del parlamentarismo burgués. Cualquier otra explicación del proceso manifiesto del desalojo de la democracia por el fascismo es una falsificación idealista de las cosas tales como son, ya sea engaño o autoengaño.


Mientras destruye la democracia en las viejas metrópolis del capital, el imperialismo impide al mismo tiempo la ascensión de la democracia en los países atrasados. El hecho de que en la nueva época ni una sola de las colonias o semicolonias haya realizado una revolución democrática —sobre todo en el campo de las relaciones agrarias— se debe por completo al imperialismo, que se ha convertido en el obstáculo principal para el progreso económico y político. Expoliando la riqueza natural de los países atrasados y restringiendo deliberadamente su desarrollo industrial independiente, los magnates monopolistas y sus gobiernos conceden simultáneamente su apoyo financiero, político y militar a los grupos semifeudales más reaccionarios y parásitos de explotadores nativos. La barbarie agraria, artificialmente conservada, es hoy día la plaga más siniestra de la economía mundial contemporánea. La lucha de los pueblos coloniales por su liberación, pasando por encima de las etapas intermedias, se transforma en la necesidad de la lucha contra el imperialismo y de ese modo se pone de acuerdo con la lucha del proletariado en las metrópolis. Los levantamientos y las guerras coloniales hacen oscilar, a su vez, las bases fundamentales del mundo capitalista más que nunca y hacen menos posible que nunca el milagro de su regeneración.
La economía mundial planificada


El capitalismo tiene el doble mérito histórico de haber elevado la técnica a un alto nivel y de haber ligado a todas las partes del mundo con los lazos económicos. De ese modo ha proporcionado los prerrequisitos materiales para la utilización sistemática de todos los recursos de nuestro planeta. Sin embargo, el capitalismo no se halla en situación de cumplir esa tarea urgente. El núcleo de su expansión siguen siendo los Estados nacionalistas limitados con sus aduanas y sus ejércitos. No obstante, las fuerzas productivas han superado hace tiempo los límites del Estado nacional, transformando en consecuencia lo que era antes un factor histórico progresivo en una restricción insoportable. Las guerras imperialistas no son más que explosiones de las fuerzas productoras contra las fronteras nacionales, que han llegado a ser, para ellas, demasiado limitadas . El programa de la llamada autarquía nada tiene que ver con la marcha hacia atrás de una economía autosuficiente y limitada. Sólo significa que la base nacional se prepara para una nueva guerra.
Después de haberse firmado el Tratado de Versalles se creyó generalmente que se había dividido bien el globo terrestre. Pero los acontecimientos más recientes han servido para recordarnos que nuestro planeta sigue conteniendo tierras que todavía no han sido explotadas o, por lo menos, explotadas suficientemente. La lucha por las colonias sigue siendo una parte de la política del capitalismo imperialista. Por mucho que sea dividido el mundo, el proceso nunca termina, sino que coloca una y otra vez a la orden del día la cuestión de la nueva división del mundo de acuerdo con las nuevas relaciones entre las fuerzas imperialistas. Tal es hoy día la verdadera razón de los rearmes, las convulsiones diplomáticas y la guerra.
Todos los intentos de presentar la guerra actual como un choque entre ideas de democracia y de fascismo pertenecen al reino del charlatanismo y de la estupidez. Las formas políticas cambian, pero subsisten los apetitos capitalistas. Si a cada lado del Canal de la Mancha se estableciese mañana un régimen fascista —y apenas podría atreverse nadie a negar esa posibilidad— los dictadores de París y Londres serían tan incapaces de renunciar a sus posesiones coloniales como Mussolini y Hitler de renunciar a sus reivindicaciones al respecto. La lucha furiosa y desesperada por una nueva división del mundo es una consecuencia irresistible de la crisis mortal del sistema capitalista.


Las reformas parciales y los remiendos para nada servirán. La evolución histórica ha llegado a una de sus etapas decisivas en la que únicamente la intervención directa de las masas es capaz de barrer los obstáculos reaccionarios y de asentar las bases de un nuevo régimen. La abolición de la propiedad privada de los medios de producción es el primer prerrequisito para la economía planificada, es decir para la introducción de la razón en la esfera de las relaciones humanas, primero en una escala nacional y, finalmente, en una escala mundial. Una vez comenzada, la revolución socialista se extenderá de país en país con una fuerza inmensamente mayor que con la que se extiende hoy día el fascismo. Con el ejemplo y la ayuda de las naciones adelantadas, las naciones atrasadas serán también arrastradas por la corriente del socialismo. Caerán las barreras aduaneras completamente carcomidas. Las contradicciones que despedazan a Europa y al mundo entero encontrarán su solución natural y pacífica dentro del marco de los Estados Unidos Socialistas de Europa, así como de otras partes del mundo. La humanidad liberada llegará a su cima más alta.


NOTAS
1.– El resumen del primer volumen de El Capital —la base de todo el sistema económico de Marx— fue realizado por Otto Rühle con una profunda comprensión de su tarea. Lo primero que eliminó fueron los ejemplos anticuados, las anotaciones de escritos que hoy día sólo tienen un interés histórico, las polémicas con escritores ahora olvidados y finalmente numerosos documentos que a pesar de su importancia para la comprensión de una época determinada, no tienen lugar en una exposición concisa que se propone objetivos más bien teóricos que históricos. Al mismo tiempo, el Sr. Rühle hizo todo lo posible para conservar la continuidad en el desarrollo del análisis científico. Las deducciones lógicas y las transiciones dialécticas del pensamiento no han sido infringidas en punto alguno. Por estas razones este extracto merece una lectura cuidadosa.
2.– "La competencia como una influencia coartadora —se lamenta el primer fiscal general de los Estados Unidos, Mr. Homer S. Cummings— es desplazada gradualmente y en muchas partes ya no subsiste más que como un pálido recuerdo de las condiciones que antes existieron".
3.– Una comisión del Senado de los Estados Unidos comprobó en febrero de 1937 que durante los veinte años anteriores las decisiones de una docena de las grandes corporaciones habían contrapesado las directivas de la mayor parte de la industria norteamericana. El número de vocales de las juntas directivas de esas corporaciones es casi el mismo que el número de miembros del Gabinete del Presidente de los Estados Unidos, la rama ejecutiva del gobierno republicano. Pero esos vocales de las juntas directivas son inmensamente más poderosos que los miembros del Gabinete.
4.– El escritor norteamericano Ferdinand Lundberg, quien por su equidad didáctica es más bien un economista conservador, escribió en su libro, que produjo conmoción: "Los Estados Unidos son hoy día propiedad y dominio de sesenta de las familias más ricas, apoyadas por no más de noventa familias de riqueza menor". A esto se podría añadir una tercera fila de quizá otras trescientas cincuenta familias con rentas que superan a cien mil dólares por año. La posición predominante corresponde al primer grupo de sesenta familias, las que dominan no sólamente el mercado sino todas las palancas del gobierno. Son el gobierno verdadero, "el gobierno del dinero en una democracia del dólar".


(*) Revista Marxismo Hoy nº 8 (Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels)

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