¿Qué ofrecemos al lector?.- Este libro expone de una manera compacta las doctrinas económicas fundamentales de Marx según las propias palabras de Marx. Después de todo nadie ha sido capaz de exponer la teoría del valor del trabajo mejor que el propio Marx1.
Algunas de las argumentaciones de Marx, especialmente en el capítulo primero, el más difícil de todos, pueden parecer al lector no iniciado demasiado disgresivas, quisquillosas o "metafísicas". En realidad, esta impresión es una consecuencia de la necesidad o de la costumbre de acercarse ante todo de una manera científica a los fenómenos habituales. La mercancía se ha convertido en una parte tan corriente, tan acostumbrada y tan familiar de nuestra vida diaria que ni siquiera se nos ocurre considerar por qué los hombres ceden objetos importantes, necesarios para el sostenimiento de la vida, a cambio de pequeños discos de oro o de plata que no se utilizan en parte alguna de la tierra. El asunto no se limita a la mercancía. Todas y cada una de las categorías de la economía del mercado parecen ser aceptadas sin análisis, como evidentes por sí mismas, y como si fueran las bases naturales de las relaciones humanas. Sin embargo, mientras las realidades del proceso económico son el trabajo humano, las materias primas, las herramientas, las máquinas, la división del trabajo, la necesidad de distribuir los productos terminados entre los participantes en el proceso del trabajo, etc., las categorías como "mercancía", "dinero", "jornales", "capital", "beneficio", "impuesto", etc., son únicamente reflejos semimísticos en las cabezas de los hombres de los diversos aspectos de un proceso económico que no comprenden y que no pueden dominar. Para descifrarlos es indispensable un análisis científico completo.
En los Estados Unidos, donde un hombre que posee un millón de dólares se considera que "vale" un millón de dólares, los conceptos con respecto al mercado han caído mucho más bajo que en cualquier otra parte. Hasta una época muy reciente los norteamericanos se preocuparon muy poco por la naturaleza de las relaciones económicas. En la tierra del sistema económico más poderoso, la teoría económica siguió siendo excesivamente estéril. Únicamente la crisis, cada vez más profunda, de la economía norteamericana ha hecho que la opinión pública de este país se haya enfrentado bruscamente con los problemas fundamentales de la sociedad capitalista. En cualquier caso, quienquiera que no haya dominado la costumbre de aceptar sin un examen riguroso las reflexiones ideológicas hechas a la ligera sobre el progreso económico, quienquiera que no haya razonado, siguiendo los pasos de Marx, la naturaleza esencial de la mercancía como célula básica del organismo capitalista, estará incapacitado para comprender científicamente las manifestaciones más importantes de nuestra época.
El método de Marx
Habiendo definido la ciencia como el conocimiento de los recursos objetivos de la naturaleza, el hombre ha tratado terca y persistentemente de excluirse a sí mismo de la ciencia, reservándose privilegios especiales en la forma de un pretendido intercambio con fuerzas supersensoriales (religión) o con preceptos morales independientes del tiempo (idealismo). Marx privó al hombre definitivamente y para siempre de esos odiosos privilegios, considerándole como un eslabón natural en el proceso evolutivo de la naturaleza material; a la sociedad como la organización para la producción y la distribución; al capitalismo como una etapa en el desarrollo de la sociedad humana.
La finalidad de Marx no era descubrir las "leyes eternas" de la economía. Negó la existencia de semejantes leyes. La historia del desarrollo de la sociedad humana es la historia de la sucesión de diversos sistemas económicos, cada uno de los cuales actúa de acuerdo con sus propias leyes. La transición de un sistema a otro ha sido determinada siempre por el aumento de las fuerzas de producción, por ejemplo, de la técnica y de la organización del trabajo. Hasta cierto punto, los cambios sociales son de carácter cuantitativo y no alteran las bases de la sociedad, entre ellas, las formas prevalecientes de la propiedad. Pero se alcanza un nuevo punto cuando las fuerzas productoras maduras ya no pueden contenerse más tiempo dentro de las viejas formas de la propiedad; entonces se produce un cambio radical en el orden social, acompañado de conmociones. La comuna primitiva fue reemplazada o complementada por la esclavitud; la esclavitud fue sucedida por la servidumbre con su superestructura feudal; el desarrollo comercial de las ciudades llevó a Europa, en el siglo XVI, al orden capitalista, el que pasó inmediatamente a través de diversas etapas. Marx no estudia en El Capital la economía en general, sino la economía capitalista, que tiene sus leyes específicas propias. Sólo de pasada se refiere a otros sistemas económicos con el objeto de poner en claro las características del capitalismo.
La economía de la familia de agricultores primitiva, que se bastaba a sí misma, no tenía necesidad de la "economía política", pues estaba dominada, por un lado, por las fuerzas de la naturaleza y, por el otro, por las fuerzas de la tradición. La economía natural de los griegos y romanos, completa en sí misma, fundada en el trabajo de los esclavos, dependía de la voluntad del propietario de los esclavos, cuyo "plan" estaba determinado directamente por las leyes de la naturaleza y de la rutina. Lo mismo puede decirse también del Estado medieval con sus siervos campesinos. En todos estos casos las relaciones económicas eran claras y transparentes en su crudeza primitiva. Pero el caso de la sociedad contemporánea es completamente diferente. Ha destruido esas viejas conexiones completas en sí mismas y esos modos de trabajo heredados. Las nuevas relaciones económicas han relacionado entre sí a las ciudades y las villas, a las provincias y las naciones. La división del trabajo ha abarcado a todo el planeta. Habiendo destrozado la tradición y la rutina, esos lazos no se han compuesto de acuerdo con algún plan definido, sino más bien al margen de la conciencia y de la previsión humanas. La interdependencia de los hombres, los grupos, las clases, las naciones, consecuencia de la división del trabajo, no está dirigida por nadie. Los hombres trabajan los unos para los otros sin conocerse entre sí, sin conocer las necesidades de los demás, con la esperanza, e inclusive con la seguridad, de que sus relaciones se regularizarán de algún modo por sí mismas. Y lo hacen así o, más bien, quisieran hacerlo.
Es completamente imposible buscar las causas de los fenómenos de la sociedad capitalista en la conciencia subjetiva —en las intenciones o planes— de sus miembros. Los fenómenos objetivos del capitalismo fueron formulados antes de que la ciencia comenzara a pensar seriamente sobre ellos. Hasta hoy día la mayoría preponderante de los hombres nada saben acerca de las leyes que rigen a la economía capitalista. Toda la fuerza del método de Marx reside en su acercamiento a los fenómenos económicos, no desde el punto de vista subjetivo de ciertas personas, sino desde el punto de vista objetivo del desarrollo de la sociedad en su conjunto, del mismo modo que un hombre de ciencia que estudia la naturaleza se acerca a una colmena o a un hormiguero.
Para la ciencia económica lo que tiene un significado decisivo es lo que hacen los hombres y cómo lo hacen, no lo que ellos piensan con respecto a sus actos. En la base de la sociedad no se hallan la religión y la moral, sino la naturaleza y el trabajo. El método de Marx es materialista, pues va de la existencia a la conciencia y no en el orden inverso. El método de Marx es dialéctico, pues observa cómo evolucionan la naturaleza y la sociedad y cómo la misma evolución es la lucha constante de las fuerzas en conflicto.
El marxismo y la ciencia oficial
Marx tuvo predecesores. La economía política clásica —Adam Smith, David Ricardo— floreció antes de que el capitalismo se hubiera desarrollado, antes de que comenzara a temer el futuro. Marx rindió a los grandes clásicos el perfecto tributo de su profunda gratitud. Sin embargo, el error básico de los economistas clásicos era que consideraban al capitalismo como la existencia normal de la humanidad en todas las épocas, en vez de considerarlo simplemente como una etapa histórica en el desarrollo de la sociedad. Marx inició la crítica de esa economía política, expuso sus errores así como las contradicciones del mismo capitalismo, y demostró que era inevitable su colapso.
La ciencia no alcanza su meta en el estudio herméticamente sellado del erudito, sino en la sociedad de carne y hueso. Todos los intereses y pasiones que despedazan a la sociedad ejercen su influencia en el desarrollo de la riqueza y de la pobreza. La lucha de los trabajadores contra los capitalistas obligó a los teóricos de la burguesía a volver la espalda al análisis científico del sistema de explotación y a ocuparse en una descripción vacía de los hechos económicos, el estudio del pasado económico y, lo que es inmensamente peor, una falsificación absoluta de las cosas tales como son, con el propósito de justificar el régimen capitalista. La doctrina económica que se ha enseñado hasta el día de hoy en las instituciones oficiales de enseñanza y se ha predicado en la prensa burguesa no está desprovista de materiales importantes relacionados con el trabajo, pero no obstante es completamente incapaz de abarcar el proceso económico en su conjunto y descubrir sus leyes y perspectivas, ni tiene deseo alguno de hacerlo. La economía política oficial ha muerto.
La ley de la valorización del trabajo
En la sociedad contemporánea el vínculo cardinal entre los hombres es el cambio. Todo producto del trabajo que entra en el proceso del cambio se convierte en mercancía. Marx inició su investigación con la mercancía y dedujo de esa célula fundamental de la sociedad capitalista las relaciones sociales que se han constituido objetivamente como la base del cambio, independientemente de la voluntad del hombre. Únicamente si se sigue este camino es posible resolver el enigma fundamental: cómo en la sociedad capitalista, en la cual cada hombre piensa sólo en sí mismo y nadie piensa en los demás, se han creado las proporciones relativas de las diversas ramas de la economía indispensables para la vida.
El obrero vende su fuerza de trabajo, el agricultor lleva su producto al mercado, el prestamista de dinero o el banquero conceden préstamos, el comerciante ofrece un surtido de mercancías, el industrial construye una fábrica, el especulador compra y vende acciones y bonos, y cada uno de ellos tiene en consideración sus propias conveniencias, sus planes privados, su propia opinión sobre los jornales y los beneficios. Sin embargo, de este caos de esfuerzos y de acciones individuales, surge cierto conjunto económico que aunque ciertamente no es armonioso, sino contradictorio, da sin embargo a la sociedad la posibilidad no sólo de existir, sino también de desarrollarse. Esto quiere decir que, después de todo, el caos no es en modo alguno caos, que de algún modo está regulado automáticamente, si no conscientemente. Comprender el mecanismo por el cual los diversos aspectos de la economía llegan a un estado de equilibrio relativo es descubrir las leyes objetivas del capitalismo.
Evidentemente, las leyes que rigen las diversas esferas de la economía capitalista —jornales, precios, arrendamiento, beneficio, interés, crédito, bolsa— son numerosas y complejas. Pero en último término todas proceden de una única ley descubierta por Marx y examinada por él hasta el final: es la ley del valor del trabajo, que es ciertamente la que regula básicamente la economía capitalista. La esencia de esa ley es simple. La sociedad tiene a su disposición cierta reserva de fuerza de trabajo viva. Aplicada a la naturaleza, esa fuerza engendra productos necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas. Como consecuencia de la división del trabajo entre los productores individuales, los productos toman la forma de mercancías. Las mercancías se cambian entre sí en una proporción determinada: al principio directamente y más tarde por medio del oro o de la moneda. La propiedad esencial de las mercancías, que en cierta relación las iguala entre sí, es el trabajo humano invertido en ellas —trabajo abstracto, trabajo en general—, la base y la medida del valor. La división del trabajo entre millones de productores diseminados no lleva a la desintegración de la sociedad, porque las mercancías son intercambiadas de acuerdo con el tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en ellas. Mediante la aceptación y el rechazo de las mercancías, el mercado, en su calidad de terreno del cambio, decide si contienen o no contienen en sí mismos el trabajo socialmente necesario, con lo cual determina las proporciones de las diversas clases de mercancías necesarias para la sociedad, y en consecuencia también la distribución de la fuerza de trabajo de acuerdo con las diversas clases de comercio.
Los procesos reales del mercado son inmensamente más complejos que lo que hemos expuesto aquí en pocas líneas. Así, al girar alrededor del valor del trabajo, los precios fluctúan por encima y por debajo de sus valores. Las causas de estas desviaciones están completamente explicadas en el tercer volumen de El capital de Marx, en el que se describe "el proceso de la producción capitalista considerado en su conjunto". Sin embargo, por grandes que puedan ser las diferencias entre los precios y los valores de las mercancías, en los casos individuales, la suma de todos los precios es igual a la suma de todos los valores, pues en último término únicamente los valores que han sido creados por el trabajo humano se hallan a disposición de la sociedad, y los precios no pueden pasar de estos límites, inclusive si se tiene en cuenta el monopolio de los precios o trust; donde el trabajo no ha creado un valor nuevo, nada puede hacer ni el mismísimo Rockefeller.
Desigualdad y explotación
Pero si las mercancías se intercambian de acuerdo con la cantidad de trabajo invertido en ellas, ¿cómo se deriva la desigualdad de la igualdad? Marx resolvió este enigma exponiendo la naturaleza peculiar de una de las mercancias, que es la base de todas las demás mercancías: la fuerza del trabajo. El propietario de los medios de producción, el capitalista, compra la fuerza de trabajo. Como todas las otras mercancías, la fuerza de trabajo es valorizada de acuerdo con la cantidad de trabajo invertida en ella, esto es de los medios de subsistencia necesarios para la vida y la reproducción del trabajador. Pero el consumo de esta mercancía —fuerza de trabajo— se produce mediante el trabajo, que crea nuevos valores. La cantidad de esos valores es mayor que los que recibe el propio trabajador y gasta en su conservación. El capitalista compra fuerza de trabajo para explotarla. Esa explotación es la fuente de la desigualdad.
A la parte del producto que contribuye a la subsistencia del trabajador la llama Marx producto necesario; a la parte excedente que produce el trabajador le llama sobreproducto o plusvalía. El esclavo tenía que producir plusvalía, pues de otro modo el dueño de esclavos no los hubiera tenido. El siervo tenía que producir plusvalía, pues de otro modo la servidumbre no hubiera tenido utilidad alguna para la clase media hacendada. El obrero asalariado produce también plusvalía, sólo que en una escala mucho mayor, pues de otro modo el capitalista no tendría necesidad de comprar la fuerza de trabajo. La lucha de clases no es otra cosa que la lucha por la plusvalía. Quien posee la plusvalía es el dueño de la situación, posee la riqueza, posee el poder del Estado, tiene la llave de la Iglesia, de los tribunales, de las ciencias y de las artes. (CONTINUARÁ.../...)
(*) Revista Marxismo Hoy nº 8 (Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels)
1 de agosto de 2009
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