La inevitabilidad del socialismo.-
"Al mismo tiempo que disminuye constantemente el número de los magnates del capital —dice Marx— crece la cantidad de miseria, la opresión, la esclavitud, la degradación, la explotación; pero con ello crece también la revuelta de la clase trabajadora, clase que aumenta siempre en número, disciplinada, unida, organizada por el mismo mecanismo del proceso de la producción capitalista... La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan finalmente un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta envoltura es rota en pedazos. Suena el toque de difuntos de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados". Esta es la revolución socialista. Para Marx, el problema de reconstituir la sociedad no surge de mandato alguno motivado por sus predilecciones personales; es una consecuencia —como una necesidad histórica rigurosa— de la potente madurez de fomentar esas fuerzas a merced de la ley del valor por otro lado.
Las elucubraciones de ciertos intelectuales sobre el tema de que, prescindiendo de la teoría de Marx, el socialismo no es inevitable sino únicamente posible, están desprovistas de todo contenido. Evidentemente, Marx no quiso decir que el socialismo vendría sin la voluntad y la acción del hombre: semejante idea es sencillamente un absurdo. Marx previó que la socialización de los medios de producción sería la única solución del colapso económico en el que debe culminar, inevitablemente, el desarrollo del capitalismo, colapso que tenemos ante nuestros ojos. Las fuerzas productivas necesitan un nuevo organizador y un nuevo amo, y dado que la exigencia determina la conciencia, Marx no dudó de que la clase trabajadora, a costa de errores y derrotas, llegaría a comprender la verdadera situación y, más pronto o más tarde, extraería las necesarias conclusiones prácticas.
Que la socialización de los medios de producción creados por los capitalistas representa un tremendo beneficio económico se puede demostrar hoy día no sólo teóricamente, sino también con el experimento de la Unión de los Soviets, a pesar de las limitaciones de ese experimento. Es verdad que los reaccionarios capitalistas, no sin artificio, utilizan al régimen de Stalin como un espantajo contra las ideas socialistas. En realidad, Marx nunca dijo que el socialismo podía ser alcanzado en un solo país, y, además, en un país atrasado. Las continuas privaciones de las masas en la Unión Soviética, la omnipotencia de la casta privilegiada que se ha levantado sobre la nación y su miseria y, finalmente, la desenfrenada ley de la cachiporra de los burócratas, no son consecuencias del método económico socialista, sino del aislamiento y del atraso de la Rusia soviética, cercada por los países capitalistas. Lo admirable es que en esas circunstancias excepcionalmente desfavorables, la economía planificada se las haya arreglado para demostrar sus beneficios insuperables.
Todos los valores del capitalismo, tanto de la clase democrática como de la fascista, pretenden limitar, o por lo menos disimular, el poder de los magnates del capital para impedir "la expropiación de los expropiadores". Todos ellos reconocen, y muchos de ellos lo admiten abiertamente, que el fracaso de sus tentativas reformistas deben llevar inevitablemente a la revolución socialista. Todos ellos se las han arreglado para poner en evidencia que sus métodos para salvar el capitalismo no son más que charlatanería reaccionaria e inútil. El pronóstico de Marx sobre la inevitabilidad del socialismo se confirma así plenamente mediante una prueba negativa.
La inevitabilidad de la revolución socialista.-
El programa de la "Tecnocracia", que floreció en el período de la gran crisis de 1929-1932, se fundó en la premisa correcta de que la economía debe ser racionalizada únicamente por medio de la unión de la técnica en la cima de la ciencia y del gobierno al servicio de la sociedad. Semejante unión es posible siempre que la técnica y el gobierno se liberen de la esclavitud de la propiedad privada. Aquí es donde comienza la gran tarea revolucionaria. Para liberar a la técnica de la intriga de los intereses privados y colocar al gobierno al servicio de la sociedad es necesario "expropiar a los expropiadores". Únicamente una clase poderosa, interesada en su propia liberación y opuesta a los expropiadores monopolistas es capaz de realizar esa tarea. Solamente unida a un gobierno proletario, la clase cualificada de los técnicos podrá construir una economía verdaderamente científica y verdaderamente racional, es decir, una economía socialista.
Por supuesto, sería mejor alcanzar ese objetivo de una manera pacífica, gradual y democrática. Pero el orden social que se ha sobrevivido a sí mismo no cede nunca su puesto a su sucesor sin resistencia. Si en su época la democracia joven y fuerte demostró ser incapaz de impedir que la plutocracia se apoderase de la riqueza y del poder, ¿es posible esperar que una democracia senil y devastada se muestre capaz de transformar un orden social basado en el dominio sin trabas de sesenta familias? La teoría y la historia enseñan que una sucesión de regímenes sociales presupone la forma más alta de la lucha de clases, es decir la revolución. Ni siquiera la esclavitud pudo ser abolida en los Estados Unidos sin una guerra civil. "La fuerza es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva". Nadie ha sido capaz hasta ahora de refutar este dogma básico de Marx en la sociología de la sociedad de clases. Sólamente una revolución socialista puede abrir el camino al socialismo.
El marxismo en los Estados Unidos.-
La república norteamericana ha ido más allá que otros países en la esfera de la técnica y de la organización de la producción. No sólamente los norteamericanos, sino la humanidad entera ha contribuido a ello. Sin embargo, las diversas fases del proceso social en una y la misma nación tienen ritmos diversos que dependen de condiciones históricas especiales. Mientras los Estados Undios gozan de una tremenda superioridad en la tecnología, su pensamiento económico se halla extremadamente atrasado tanto en las derechas como en las izquierdas. John L. Lewis tiene casi las mismas opiniones que Franklin D. Roosevelt. Si tenemos en cuenta la naturaleza de su misión, la función social de Lewis es incomparablemente más conservadora, por no decir reaccionaria, que la de Roosevelt. En ciertos círculos norteamericanos hay una tendencia a repudiar ésta o aquella teoría radical sin el menor asomo de crítica científica, con la simple declaración de que es "antiamericana". ¿Pero dónde puede encontrarse el criterio diferenciador? El cristianismo fue importado en los Estados Unidos juntamente con los logaritmos, la poesía de Shakespeare, las nociones de los derechos del hombre y del ciudadano y otros productos no sin importancia del pensamiento humano. El marxismo se halla hoy día en la misma categoría.
El Secretario de Agricultura norteamericano, Henry A. Wallace, imputó al autor de estas líneas "...una estrechez dogmática que es agriamente antiamericana" y contrapuso al dogmatismo ruso el espíritu oportunista de Jefferson, que sabía cómo arreglárselas con sus opositores. Al parecer, nunca se le ha ocurrido a Mr. Wallace que una política de compromisos no es una función de algún espíritu nacional inmaterial, sino un producto de las condiciones materiales. Una nación que se ha hecho rica rápidamente, tiene reservas suficientes para conciliar a las clases y a los partidos hostiles. Cuando, por otro lado, se agudizan las contradicciones sociales, desaparece el terreno para los compromisos. América estaba libre de "estrechez dogmática" únicamente porque tenía una plétora de áreas vírgenes, fuentes de riqueza natural inagotables y según se ha podido ver, oportunidades ilimitadas para enriquecerse. La verdad es que a pesar de esas condiciones, el espíritu de compromiso no prevaleció en la Guerra Civil cuando sonó la hora para él. De todos modos, las condiciones materiales que constituyen la base del "americanismo" son hoy día relegadas cada vez más al pasado. De aquí se deriva la crisis profunda de la ideología americana tradicional.
El pensamiento empírico, limitado a la solución de las tareas inmediatas de tiempo en tiempo, parecía bastante adecuado tanto en los círculos obreros como en los burgueses mientras la ley del valor de Marx era el pensamiento de todos. Pero hoy día esa ley produce efectos opuestos. En vez de impulsar a la economía hacia adelante, socava sus fundamentos. El pensamiento ecléctico conciliatorio, que mantiene una actitud desfavorable o desdeñosa con respecto al marxismo como un "dogma" y con su apogeo filosófico, el pragmatismo, se hace completamente inadecuado, cada vez más insustancial, reaccionario y completamente ridículo.
Por el contrario, son las ideas tradicionales del "americanismo" las que han perdido su vitalidad y se han convertido en un "dogma petrificado", sin dar lugar más que a errores y confusiones. Al mismo tiempo, la doctrina económica de Marx ha adquirido una viabilidad peculiar y especialmente en lo que respecta a los Estados Unidos. Aunque El Capital se apoya en un material internacional, preponderantemente inglés, en sus fundamentos teóricos es un análisis del capitalismo puro, del capitalismo en general, del capitalismo como tal. Indudablemente, el capitalismo que se ha desarrollado en las tierras vírgenes ya históricas de América es el que más se acerca a ese tipo ideal de capitalismo.
Salvo la presencia de Wallace, América se ha desarrollado económicamente no de acuerdo con los principios de Jefferson, sino de acuerdo con las leyes de Marx. Al reconocerlo se ofende tan poco el amor propio nacional como al reconocer que América da vueltas alrededor del sol de acuerdo con las leyes de Copérnico. El Capital ofrece una diagnosis exacta de la enfermedad y un pronóstico irreemplazable. En este sentido la teoría de Marx está mucho más impregnada del nuevo "americanismo" que las ideas de Hoover y Roosevelt, de Green y de Lewis.
Es cierto que hay una literatura original muy difundida en los Estados Unidos, consagrada a la crisis de la economía americana. En cuanto esos economistas concienzudos ofrecen una descripción objetiva de las tendencias destructivas del capitalismo norteamericano, sus investigaciones, prescindiendo de sus premisas teóricas, parecen ilustraciones directas de las teorías de Marx. La tradición conservadora se pone en evidencia, sin embargo, cuando esos autores se empeñan tercamente en no sacar conclusiones precisas, limitándose a tristes predicciones o a banalidades tan edificantes como "el país debe comprender", "la opinión pública debe considerar seriamente", etc. Estos libros se asemejan a un cuchillo sin hoja.
Es cierto que en el pasado hubo marxistas en los Estados Unidos, pero eran de un extraño tipo de marxistas, o más bien de tres tipos extraños. En primer lugar se hallaba la casta de emigrados de Europa, que hicieron todo lo que pudieron, pero no hallaron respuesta; en segundo lugar, los grupos norteamericanos aislados, como el de los Leonistas, que en el curso de los acontecimientos y a consecuencia de sus propios errores se convirtieron en sectas; en tercer lugar, los aficionados atraídos por la Revolución de Octubre y que simpatizaban con el marxismo como una teoría exótica que tenía muy poco que ver con los Estados Unidos. Ya pasó su tiempo. Ahora amanece la nueva época de un movimiento de clase independiente a cargo del proletariado y al mismo tiempo de un marxismo verdadero. En esto también, los Estados Unidos alcanzarán en muy poco tiempo a Europa y la dejarán atrás. La técnica progresiva y la estructura social progresiva preparan el camino en la esfera doctrinaria. Los mejores teóricos del marxismo aparecerán en suelo americano. Marx será el mentor de los trabajadores norteamericanos avanzados. Para ellos esta exposición abreviada del primer volumen constituirá sólamente el paso inicial hacia el Marx completo.
El modelo ideal del capitalismo.-
En la época en que se publicó el primer volumen de El Capital, la denominación mundial de la burguesía británica no tenía todavía rival. Las leyes abstractas de la mercancía y de la economía encontraron, naturalmente, su completa encarnación —es decir, la menor dependencia de las influencias del pasado— en el país en el que el capitalismo había alcanzado su mayor desarrollo. Al basar su análisis principalmente en Inglaterra, Marx tenía en vista no sólamente a Inglaterra, sino a todo el mundo capitalista. Utilizó a la Inglaterra de su época como el mejor modelo contemporáneo del capitalismo.
Ahora sólo queda el recuerdo de la hegemonía británica. Las ventajas de la primogenitura capitalista se han convertido en desventajas. La estructura técnica y económica de Inglaterra se ha desgastado. El país sigue dependiendo en su posición mundial del Imperio colonial, herencia del pasado, más bien que de una potencia económica activa. Esto explica incidentalmente la caridad cristiana de Chamberlain con respecto al gangsterismo internacional de los fascistas, que tanto ha sorprendido al mundo entero. La burguesía inglesa no puede dejar de reconocer que su decadencia económica se ha hecho completamente incompatible con su posición en el mundo y que una nueva guerra amenaza con el derrumbamiento del Imperio Británico. Esencialmente similar es la base económica del "pacifismo" francés.
Alemania, por el contrario, ha utilizado en su rápida ascensión capitalista las ventajas del atraso histórico, armándose a sí misma con la técnica más completa de Europa. Teniendo una base nacional estrecha e insuficiencia de recursos naturales, el capitalismo dinámico de Alemania, surgido de la necesidad, se ha transformado en el factor más explosivo del llamado equilibrio de las potencias mundiales. La ideología epiléptica de Hitler, es sólo una imagen reflejada de la epilepsia del capitalismo alemán.
Además de las numerosas e invalorables ventajas de su carácter histórico, el desarrollo de los Estados Unidos gozó de la preeminencia de un terroritorio inmensamente grande y de una riqueza natural incomparablemente mayor que los de Alemania. Habiendo aventajado considerablemente a Gran Bretaña, la republica norteamericana llegó a ser a comienzos del siglo actual la plaza fuerte de la burguesía mundial. Todas las potencialidades del capitalismo encontraron en ese país su más alta expresión. En parte alguna de nuestro planeta puede la burguesía realizar empresas superiores a las de la "República del Dólar", que se ha convertido en el siglo XX en el modelo más perfecto del capitalismo.
Por las mismas razones que tuvo Marx para basar su exposición en las estadísticas inglesas, en los informes parlamentarios ingleses, en los Libros Azules ingleses, etc., nosotros hemos acudido, en nuestra modesta introducción, a la experiencia económica y política de los Estados Unidos. No es necesario decir que no sería difícil citar hechos y cifras análogos, tomándolos de la vida de cualquier otro país capitalista. Pero no añadiría nada esencial. Las conclusiones seguirían siendo las mismas y solamente los ejemplos serían menos sorprendentes
La política económica del Frente Popular en Francia era, como señaló perspicazmente uno de sus financieros, una adaptación del New Deal "para liliputienses". Es perfectamente evidente que en un análisis teórico es mucho más conveniente tratar con magnitudes ciclópeas que con magnitudes liliputienses. La misma inmensidad del experimento de Roosevelt nos demuestra que sólamente un milagro puede salvar al sistema capitalista mundial. Pero sucede que el desarrollo de la producción capitalista ha terminado con la producción de milagros. Abundan los encantamientos y las plegarias, pero no se producen los milagros. Sin embargo, es evidente que si se pudiera producir el milagro del rejuvenecimiento del capitalismo, ese milagro sólo se podría producir en los Estados Unidos. Pero ese rejuvenecimiento no se ha realizado. Lo que no pueden alcanzar los cíclopes, mucho menos pueden alcanzarlo los liliputienses. Asentar los fundamentos de esta sencilla conclusión es el objeto de nuestra excursión por el campo de la economía norteamericana.
(*) Revista Marxismo Hoy nº 8
(Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels)
4 de agosto de 2009
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