¿Qué vivíamos en aquellos años noventa – cuando se creó la Fundación Hugo
Zarate – y qué vivimos hoy? Hay compañeros y amigos que recuerdan aquellos años
como una época de esplendor, de lucidez y de cordura y piensan los años
recientes como una época de oscuridad, de incertidumbre y de desvarío. ¿No se
legitiman así mismos al resaltar las luces de aquellos años y cargar sobre las
sombras del tiempo presente? Algo de eso hay. Intentaré evitar ese
tratamiento del pasado pero lo tendré muy en cuenta para interpretar un
presente lleno de dudas e incertidumbres.
En aquellos años noventa asistimos a una crisis muy seria del partido y del
proyecto socialista. El final de los años del gobierno estuvo lleno de rabia y
de furia, de desolación y de culpa, porque eran muchas las acusaciones
que sufrimos los socialistas: afectaban a la financiación del
partido(Filesa); a la corrupción de altos cargos (Roldan); a la política desarrollada
en el ministerio del Interior (Gal) y en los servicios secretos del
Estado (Cesid).
Los que militábamos en Izquierda Socialista veíamos con estupor e
indignación todos aquellos escándalos. Intentábamos corregir el rumbo pero no
fue posible. Fuimos a las elecciones de 1.996 y sufrimos una derrota electoral
que no nos sorprendió. Se iniciaba el final del proyecto de Suresnes.
En junio del 97 se produjo el final de la época de Felipe
González como secretario general. Un mundo terminaba y una nueva época comenzaba.
Fueron momentos muy dolorosos por la catarata de acusaciones contra los
dirigentes socialistas, pero también llenos de esperanza cuando se produjeron
las primarias que posibilitaron la victoria de Borrell, de Morán y de Ana
Noguera en 1.998.
Todo aquel mundo de desolación y de esperanza lo viví en primera fila
como miembro del comité federal del Psoe desde 1.984 a 1.997 (años en los que
compartí la portavocía de la corriente de Izquierda Socialista con Vicen
Garcés y con Manolo de la Rocha) y como diputado del 96 al 2.000.
Fueron años duros para los socialistas pero, por evocar un término que se
ha utilizado recientemente para interpretar lo ocurrido en los últimos tiempos,
se trataba de diferenciar entre la persona y la institución; en este caso entre
el líder que terminaba su periplo y el partido que reanudaba su
marcha.
Esta experiencia que nos marcó como generación – y que marcó a tantos
militantes socialistas y al conjunto de la izquierda- cambió radicalmente con
la llegada de una nueva generación. La llegada de la generación de Zapatero
marcó un antes y un después.
Con la llegada de Zapatero se abre un mundo que dura hasta mayo del 2010
cuando se produce el giro en la política económica y se inicia el final
abrupto de aquel período. Recordemos los momentos fundamentales para
hacer memoria. A Zapatero no se le podía responsabilizar de lo ocurrido en la
época de los gobiernos de González; no había sido miembro del gobierno ni
formaba parte de la ejecutiva del Partido. No había sido alcalde de una gran
ciudad ni presidente de una Comunidad Autónoma. Llegaba sin pasado, sin una
carga oprimente que no le permitiera volar. Podía volar libremente y el hecho
es que, en seguida, comenzó a intentar suturar las heridas del período
anterior. Pensemos en el apoyo a las manifestaciones contra la guerra de Irak,
a la huelga convocada por los sindicatos y a las manifestaciones por la
catástrofe ecológica provocada por el Prestige en Galicia.
Los militantes y votantes socialistas que se habían ido distanciando del
Psoe en el referéndum sobre la Otan o en la huelga de los
sindicatos podían pisar con ilusión y aplomo, con vigor y con alegría
-como en la canción – las calles nuevamente. Ya no se les reprochaba los
crímenes del gal o la traición a la promesa de sacar a España de la Otan.
Zapatero y Méndez se habían conjurado para no repetir el conflicto
protagonizado por la generación anterior. Todo un mundo distinto emergía.
Un mundo en el que, sin embargo, la derecha tenía mayoría absoluta y había
incrementado sus apoyos con la polarización que provocaba el pacto de Lizarra y
el final de la tregua de Eta. Un mundo en el que seguía pesando como una
losa la memoria de las víctimas del terrorismo. Los nombres de Tomás y
Valiente, de Fernando Múgica, de Jose Luis López de la Calle, de Fernando
Buesa, de Ernest Lluc, de Juan Mari Jauregui, de Jose Ramón Recalde nos
conmocionaban a todos. La angustia que provocaba Eta provocaba un continuo
proceso de desconcierto de la opinión pública y una interrogante acerca de cuándo
acabaría todo aquello. No olvidemos que fueron muchos los momentos en que
pensábamos que estábamos ante una pesadilla que no tendría final.
No cabe duda que esos momentos de angustia y de dolor estaban unidos a
momentos de esperanza. Con la llegada de Zapatero se inicia el proceso
doloroso, difícil, lleno de incertidumbres, de conseguir el final de Eta. Todos
los que hemos seguido los procesos de final de experiencias terroristas, los
que hemos visto películas y leído ensayos sobre la complejidad de estos
procesos, sabemos el papel del sigilo, del secreto, de la penumbra, que rodea
las negociaciones para acabar con la violencia terrorista. Sabemos también que
las heridas tratan mucho en cicatrizar. De ahí la relevancia de películas como
la de PATRIA que recrea la novela de Aramburu. Hacerse cargo de aquellos años
parece empresa imposible pero la memoria está ahí. Y no sólo la memoria.
Algo todavía más importante: Eta conmocionaba a la opinión pública; nos hacía
vivir en la preocupación permanente; provocaba que emergiera la peor cara del
Estado, pero no provocaba una crisis de Estado. Una crisis como la que hoy
vivimos.
Eta provocó mayorías absolutas del Partido Popular en el año 2.000 y una
gran polarización de la sociedad vasca a partir de la movilización de sectores
ciudadanos que gritaban Basta Ya; todo esto fue muy importante pero no provocó
una crisis de Estado. Para llegar a vivir lo que estamos viviendo se produjeron
tres fenómenos que paso a analizar: una crisis de representación política que se
visualizó con la aparición del movimiento del 15 de mayo del 2.011; un proceso
de ruptura entre el nacionalismo catalán y el Estado español en el que
todavía estamos inmersos y una crisis en la jefatura del Estado que
afecta a la legitimidad y al futuro de la monarquía en España. Son estos tres
elementos los que permiten hablar de crisis de Estado.
La época de Zapatero se interrumpió abruptamente con la crisis económica
del 2.007. Hemos dicho anteriormente que Zapatero como Presidente del gobierno
y Cándido Méndez como secretario de la UGT no querían repetir los conflictos
que habían vivido sus predecesores. No querían huelgas generales que rompieran
el acuerdo entre gobierno y sindicatos. No olvidemos que Zapatero acudía todos
los años al encuentro que el sindicato minero organizaba en Rodiezmo. No
olvidemos que tuvo el apoyo de los sindicatos en las elecciones del 2.008 y
logró recabar el apoyo de muchos votantes de Izquierda Unida, del Bloque
Nacional Galego y de Esquerra Republicana para impedir la vuelta al gobierno
del Partido Popular.
Y, sin embargo, tres años después, habiendo conseguido el final de Eta se
produce la mayoría absoluta del Partido Popular. Zapatero ya no se presenta y
Rubalcaba tiene el peor resultado electoral hasta ese momento. No pasando de
los 110 diputados. ¿Qué había ocurrido?
Me parece que lo esencial fue la aparición de una nueva generación que ya
no se siente vinculada a los instrumentos de lucha y de reivindicación de las
generaciones anteriores. Para los miembros de la generación de Hugo Zárate,
para muchos militantes socialistas y comunistas, la vinculación a UGT o a CCOO
era algo esencial para su vida política. En unos casos porque militaban
activamente en las organizaciones sindicales y en otros porque convivían con
los sindicatos en su tarea político-partidaria o en la gestión municipal o
autonómica. Para la nueva generación que llegaba a la vida laboral los
sindicatos ya no estaban, ya no aparecían en su vida cotidiana. No recordaban
la épica del movimiento obrero ni se sentían concernidos por la negociación
colectiva. Los estragos del precariado habían provocado una desafección con el
mundo político-institucional y con el mundo sindical. El grito era que no
encontraban representación en las opciones políticas disponibles. Había que
imaginar una nueva forma de hacer política.
Esto es lo que logra la nueva generación. Este es el mérito de la
generación del 15M que logra dar voz a los que se sienten excluidos, sin
representación, sin relevancia; dar voz a los que piensan que el futuro que les
aguarda será peor que el pasado. El ascensor social se ha detenido.
Si nosotros pensamos en esa perspectiva y si miramos lo ocurrido en los
últimos años tendríamos que estar llenos de alegría y de esperanza. Los que
siempre defendimos un acuerdo con los sindicatos y un entendimiento entre las
fuerzas de izquierda deberíamos mirar con alborozo la posibilidad de
entendimiento intergeneracional entre la izquierda de la transición y la nueva
generación que ha emergido. Entre el Psoe y la coalición entre Podemos e
Izquierda Unida.
Deberíamos mirar con alegría este acuerdo, esta coalición, este
entendimiento porque es lo que hemos defendido durante años. Y deberíamos
mirarlo con esperanza porque es un acuerdo imprescindible para revertir las
políticas neoliberales y para afrontar los retos que provoca el coronavirus.
Esperanza que deberíamos fundamentar en el giro en las políticas europeas, dado
el cambio de perspectiva.
Deberíamos y, sin embargo, hay algo que nos lo impide porque, a pesar de
querer mantener el aliento, somos conscientes del enorme reto que significa
afrontar esta crisis desde un gobierno de coalición que tiene una mayoría
precaria y tiene que negociar con partidos políticos que tienen otra
perspectiva, otro horizonte, otra agenda política. Es enormemente difícil
revertir las políticas neoliberales, afrontar la pandemia y sobrellevar una
crisis de Estado.
En otros países cercanos viven una crisis que afecta al impacto del
neoliberalismo y de la globalización descontrolada, viven como nosotros los
efectos del cambio climático pero no tienen una crisis de Estado en el nivel de
intensidad que tenemos nosotros. No viven una crisis que afecta a la unidad de
la propia nación y a la forma de Estado. Pueden vivir con más intensidad que
nosotros la presencia de minorías islamistas en sus ciudades y la fragilidad de
la república y de la laicidad; pueden sentir que no saben cómo preservar
las instituciones democráticas y afrontar el reto de la
multiculturalidad; pueden sufrir los vientos de una derecha extrema que pone en
cuestión los valores del consenso de posguerra; todo ello es cierto y es muy
preocupante; pero no tienen una crisis existencial que afecte al porvenir
del propio Estado. En Francia, en Alemania, en Italia existe una crisis de
representación política y un avance de la ultraderecha. Está puesta en cuestión
la soberanía y la identidad europea pero no viven una crisis de Estado como
nosotros.
Y aquí es donde se produce el gran cambio de perspectiva en relación al
momento en el que apareció la Fundación Hugo Zarate. Hay una nueva
dimensión que hay que encarar. A partir de la sentencia del tribunal constitucional
en el año 2.010 se producen dos hechos muy relevantes, dos hechos que conviven
en las mismas horas. La gran manifestación de rechazo a la sentencia con la
presencia de miles y miles de personas en la calle y la presencia de miles y
miles de personas en las calles horas después para celebrar el triunfo de
España en el campeonato mundial de futbol.
En el segundo caso asistimos a ese momento de entusiasmo por haber
conseguido llegar a la cima a pesar de que parecía imposible. Una selección
nacional que alcanzaba la gloria cuando parecía un sueño inalcanzable. En el
primer caso presenciamos una movilización muy importante de una parte de la
sociedad catalana que reclama su identidad como nación y su derecho a decidir.
Si pensamos lo ocurrido desde entonces podemos reconstruir las piezas del
drama. Queda lejos la epopeya del futbol y se incrementa la incertidumbre:
abdicación del anterior jefe del Estado en junio del 2.014; confesión de Jordi
Pujol en julio; consulta en Cataluña en noviembre del 2.014; llegada de
las nuevas generaciones a ayuntamientos y comunidades autónomas en mayo del
2.015; elecciones en Cataluña en septiembre del 2.015; marcha de Artur Mas y
llegada de Carles Puigdemont en enero del 2.016; elecciones en España en
diciembre del 2.015 y en junio del 2.016; dimisión de Pedro Sánchez como
secretario general del Psoe el uno de octubre del 2.016; triunfo de Sánchez en
las primarias en mayo del 2.017; atentado terrorista en las Ramblas en agosto
del 2.017; referéndum ilegal el uno de octubre del 2.017 en Cataluña;
proclamación de la república independiente de Cataluña el 27 de octubre del 2.017;
aplicación del artículo 155 y supresión de la autonomía de Cataluña; elecciones
en Cataluña el 21 de diciembre del 2.017; investidura de Torra en mayo del
2.018; moción de censura a Rajoy en junio del 2.018; triunfo de las tres
derechas en Andalucía en diciembre del 2.018; manifestación en Colón en febrero
del 2.019; elecciones el 28 de abril del 2.019; elecciones municipales en
mayo del 2019; repetición de las elecciones generales en noviembre del 2019;
formación de gobierno de coalición con el apoyo de los partidos
independentistas; triunfo del Pnv y del PP en las elecciones vasca y gallega;
marcha de España del anterior rey el 3 de agosto del 2.020; inhabilitación de
Torra; posibles elecciones catalanas el 14 de febrero del 2.021.
En medio de todo esto políticos catalanes condenados por los tribunales;
políticos catalanes en el exilio; revelaciones escandalosas sobre la fortuna
económica acumulada por el rey Juan Carlos.
Aunque los informativos – como no puede ser de otra manera dada la magnitud
del problema- nos llenan de noticias acerca del coronavirus, de las vacunas y
de los efectos en el mundo económico y sanitario… no pueden dejar de
referirse a la doble crisis. A la que afecta a la forma de Estado y a la que
afecta a la unidad de la nación. ¿Una crisis que la institución puede superar a
pesar de la persona?, ¿Una unidad que puede mantenerse a pesar del desafío?
Digamos algo sobre estas dos cuestiones para terminar. Se dibujan tres
posiciones: el republicanismo catalán piensa que la historia juega a su favor y
que hay que seguir acumulando fuerzas hasta alcanzar una mayoría imbatible que
haga inexorable acceder a la independencia; el nacionalismo español conservador
ha encontrado su gran factor de cohesión interna en la lucha contra
el secesionismo y el independentismo; en medio están las izquierdas
formando, por primera vez, un gobierno de coalición. Una vez más las
izquierdas están en medio entre dos nacionalismos que se refuerzan.
Este es el horizonte lleno de incertidumbres que nos espera y sobre el que hay
que operar.
Para los independentistas cuanto más se deteriora la imagen y el prestigio
de la monarquía más motivos para proclamar que la única salida es romper con
España y crear un Estado propio. Para los conservadores es la corona la garantía
de la unidad. Los errores del rey emérito no afectan a la perduración de la
institución.
Para las izquierdas las vacilaciones y las dudas se incrementan. Los
políticos de la generación de Suresnes tratan de apuntalar la constitución del
78 y llegar a acuerdos con los liberales y con los conservadores. De ahí los
manifiestos a favor de la monarquía. Para ellos lo ideal hubiera sido un
gobierno con ciudadanos que articulara 180 diputados. Un gobierno europeísta y
constitucional, monárquico y favorable a la unidad. Ese era el proyecto de las
élites pero, incomprensiblemente, Rivera les falló. Intentó superar al PP y se
encontró con un resultado catastrófico que le hizo abandonar la vida política.
Fue este empecinamiento de Rivera el que impidió el acuerdo soñado y el que
posibilitó un gobierno de coalición de las izquierdas. Un gobierno con una base
social frágil. Si una parte del Psoe deseaba el acuerdo con Rivera;
una parte del electorado de Podemos miraba con extraordinaria prevención incorporarse
a un gobierno hegemonizado por el Psoe. No dejaban de tener razón en su
preocupación. Una parte de su electorado ha penalizado esa política con
los resultados en las elecciones vasca y gallega. La base electoral de Podemos
compite con los nacionalismos de izquierda. De ahí que si quieres mantener la
unidad nacional siempre será mejor con Podemos que con los nacionalismos de
izquierda. Esta tesis es combatida por los nacionalistas españoles y por
los socialistas liberales pero creo que los hechos demuestran que sin Podemos
la unidad de la nación será mucho más difícil.
De cualquier forma la incertidumbre se va a despejar en las próximas
semanas. Si el gobierno logra aprobar los presupuestos, si logra hacerse cargo
de los efectos de la pandemia, si consigue mostrar que en esta ocasión sí ha
habido un escudo social, puede mantener sus apoyos e incluso incrementarlos.
Pero para eso necesita algo muy importante, algo que es decisivo y es que
los independentistas catalanes asuman que la gobernabilidad de España no
les importa un comino. No es sencillo tampoco para ellos porque ante unas
próximas elecciones catalanas son muchos los que les acusan de posibilistas, de
pragmáticos, de traidores, de preocuparse por una nación que no es la suya.
Por ello pienso, y con ello termino, que para que el horizonte republicano
del que habla Iglesias llegue a hacerse realidad es imprescindible despejar un
problema previo, o si se quiere, paralelo: cuando hablamos de república, a qué
nación nos estamos refiriendo; ¿Se trata de la república de un nuevo
Estado europeo o de la república federal/ plurinacional del Estado
español?, ¿tiene España futuro?
Mientras esta interrogante no se despeje, la monarquía española tiene un
buen argumento para legitimarse y el nacionalismo español un buen motivo para
reforzarse.
Una vez más las izquierdas seguimos luchando por la fraternidad frente a
los dos nacionalismos hegemónicos. ¿Conseguiremos nuestro propósito o
asistiremos a un debilitamiento paulatino de nuestros apoyos? Esta es la interrogante
que la Fundación Hugo Zarate tendrá que seguir analizando en los próximos
veinticinco años. Feliz aniversario.
Antonio García.
Fuente: 5 noviembre, 2020 / por Antonio García Santesmases /Hugo Zárate.
https://www.fundacionhugozarate.com/antonio-garcia-santesmases-de-una-crisis-de-partido-a-una-crisis-de-estado/
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