“La
historia se repite dos veces: la primera como
tragedia, la segunda como farsa”. (Marx).
(…) “”Durante el último fin de
semana de septiembre de 1979
se celebró en Madrid el Congreso Extraordinario del PSOE posterior al 28°
Congreso. En él se abandonó (el marxismo en el) PSOE y se acabó
con la democracia interna existente. Se olvidaron principios y las bases
dejaron de contar. Un todo en uno que posibilitó que en el siguiente Congreso
(celebrado en 1981) hasta Felipe
González pasase la vergüenza de un congreso a la búlgara sin ninguna
crítica. Pero en 1979 se instauró, algo que sigue hasta la fecha, el culto a la
personalidad como mecanismo de relación entre la ejecutiva y las bases, entre
el secretario general y las decisiones.
Todo comenzó mucho antes. Tras una cena en el hotel
Colón de Barcelona junto a Joan
Raventós, Josep Maria Triginer y Josep Verde en mayo de 1978, afirmó
que pediría al PSOE que abandonase el marxismo
como seña de identidad del partido en el siguiente congreso. Se creó un
gran revuelo que fue apaciguado medianamente por Alfonso Guerra con una rueda de prensa donde afirmó: “Nadie ha dicho en el partido que se vaya a
abandonar el marxismo como factor ideológico; lo que ocurre es que
ningún partido socialista de Europa se define específicamente como marxista,
porque pasó la época de las sectas ideológicas; el marxismo no es un
dogma, sino un método de análisis de la realidad y de la historia, y yo he
dicho en otras ocasiones que ser sólo marxista es no ser marxista,
y yo desde luego soy marxista”.
A ello se suma que Adolfo Suárez se refirió en
la última intervención televisiva antes de votar el 1 de marzo de 1979 al
peligro de las “hordas marxistas”
que ponían en peligro “nada más y nada menos que la propia definición del
modelo de sociedad en que aspiramos a vivir”. En el PSOE ya se veían ganadores
por una serie de sondeos, algunos hechos por José Félix Tezanos, que así lo decían. Se convenció el
secretario general que esa adjetivación le había impedido llegar al gobierno.
Aunque había más detrás de ese deseo de abandonar la catalogación de partido marxista, se quería pasar de un
partido de militantes (de masas si prefieren) a un partido electoralista y de
poder. Y el marxismo podía ser
una buena cortina de humo para numerosas críticas de las bases contra la
dirección.
Realmente el PSOE nunca se había
declarado marxista en su
historia hasta el 27° Congreso celebrado en Madrid, el primero tras el exilio.
Lo curioso es que fueron los sevillanos y el círculo Pablo Iglesias, con Alfonso Guerra y Joaquín Almunia los
que introdujeron el concepto. Más por parecer que por ser en una época
pre-transición. También quisieron colar una referencia a la dictadura del proletariado para
parecer más de izquierdas que nadie, pero González
y la lógica lo impidieron. Incluso el Partido Comunista Francés ya
estaba pensando en abandonar, mediante un profundo y duro debate, esa
concepción, como para ponerse el PSOE a hacer locuras.
Tampoco los que defendieron la permanencia del
marxismo, salvo Luis Gómez Llorente, Enrique Tierno
Galván o Manuel de la Rocha, eran unos grandes conocedores del marxismo. Se utilizó la
epistemología para atacar a González y
compañía por el centralismo en las decisiones que existía. En un partido
profundamente democrático, donde las asambleas locales eran hervideros y
verdaderas decisoras, donde los delegados a los congresos acudían desde las
agrupaciones locales, donde las resoluciones congresuales eran casi sagradas
(vamos todo lo que no pasa hoy en día), el felipismo o la adoración del líder carismático acrítica
no sentó bien.
Nadie en el PSOE iba a crear una batalla por algo como
el concepto de marxismo que
habían introducido Guerra y Almunia
(¡quién lo diría hoy!), pero sí por perder los principios del pablismo y la democracia asambleísta.
Porque esas eran las señas de
identidad del PSOE, austeridad, apoyo a la clase trabajadora, democracia de
bases y apoyo a la lucha de clases mediante la movilización del sindicato
hermano (UGT). Eso es lo que el sector crítico veía que se iba
perdiendo en favor de decisiones tomadas por una oligarquía partidista que
basaba todo en el poder carismático del líder. Como recuerda el historiador Santos Juliá: “Por debajo de ese
término, lo que se sometió a discusión, por última vez, fue la concepción misma
del partido, la dirección política emprendida desde el anterior congreso, el
juicio sobre la transición a la democracia y la definición de las tareas que en
futuro esperaban los socialistas”.
Con el marxismo González y los suyos tenían una extraordinaria
cortina, lo que no esperaban es que en el 28° Congreso las bases saliesen
rebeldes y aprobasen una ponencia política que seguía defendiendo al PSOE como marxista. Francisco Bustelo
haciendo, seguramente, su mejor discurso de su vida enardeció a los delegados
socialistas que terminaron cantando La Internacional y
aprobando la ponencia. Enfrente la ejecutiva felipista mandó a Almunia,
que como todo el mundo sabe no es un dechado de virtudes oratorias. Viendo el
panorama, González tomó la
palabra entrada bien la noche y aduciendo, con término bíblicos, que él no era “como un junco que se dobla al aire que
sopla”, por lo que renunciaba a presentarse como secretario general. El
Congreso estalló y todo saltó por los aires. Los delegados querían un PSOE marxista y con González al frente. Lágrimas en
los rostros de cuadros y militantes de base. Guerra y demás acusando a Tierno Galván y Gómez Llorente de
haber “asesinado al padre”.
Los críticos quisieron montar una ejecutiva temporal para salir del paso, pero
ahí el establishment se movió y de qué manera.
Robert Michels, famoso por su Ley
de hierro de la oligarquía en los partidos políticos, afirmó que “la
renuncia al cargo, en la medida que no es una mera expresión de desaliento o
protesta, en la mayor parte de los casos es una forma de retener y fortalecer
el liderazgo”. Eso intentaba González y
por ello contó con la ayuda de diversas presiones para que no se presentase una
lista del sector crítico. Como reconoció Tierno
Galván, le habrían llamado desde la Casa
Real y de algunas embajadas para pedirle que no presentasen lista y que
todo quedase para un nuevo congreso. Eso sí, al día siguiente todos los medios
de comunicación se lanzaron al cuello del sector crítico, especialmente, “El
País.” Pero la voluntad del XXVIII Congreso al definir al PSOE
como partido de clase (pese al carácter interclasista de su militancia y su
electorado) y marxista (pese a
la obvia imposibilidad de reducir el socialismo como organización política a
una de sus corrientes ⎯amplia y contradictoria de añadidura⎯ teóricas) fue movida también por otros impulsos.
No es uno de los menores la consciente y
perseverante ambigüedad de una parte de la comisión ejecutiva. Todavía más
operativos fueron los deseos de algunos líderes de jugar en el tablero de la
ideología una partida, que en realidad tenía el poder como último botín. A este
respecto, pocas dudas caben de que el sector más radical del congreso fue
víctima de un gigantesco embarque propiciado desde la comisión ejecutiva, donde
Gómez Llorente osciló entre la
solidaridad corporativa, y la tentación de la secretaría general, y desde otras
zonas de autoridad e influencia dentro del propio partido” decía el editorial
el día 22 de mayo de 1979.
Según Sigmund
Freud, después de cometer el parricidio se produce la totemización del
muerto y por tanto pasa a ser intocable y venerado. Eso mismo ocurrió dentro
del PSOE después de ese congreso y en los años siguientes. González se hizo intocable, eso sí, comparado con lo que
ocurre ahora tenía más crítica que lo que tienen los actuales dirigentes
estatales o regionales. Las críticas casi desaparecieron pero las hubo y muy
duras desde Izquierda Socialista
(la conversión del sector crítico en Corriente
de Opinión) y desde UGT.
Hoy en el PSOE hay adoración sin importar quien esté al frente. Eso es algo que
ha quedado desde los años de González,
se convirtió el cargo de secretario general en una especie de tótem intocable.
Algo que han aprovechado muy bien, mediocres y palmeros, para ocupar las más altas cotas de poder. El
caso es que González se tornó
intocable y el PSOE se plegó a sus deseos.
El primer deseo fue abandonar cualquier referencia
intelectual al marxismo para
dar el salto a una mezcla de socialdemocracia
y liberalismo que sería la base del proyecto regeneracionistas y
nacionalista de González al
frente del gobierno desde 1982. Pero también se modificaron los estatutos para
acabar con cualquier tipo de democracia
de base. Todo para la ejecutiva y su líder y nada para la militancia.
Ocurrió que el viento sopló de cola con alcaldías, fracaso de UCD y la
grandísima victoria del 28 de octubre con 202 diputados. Pero por el camino
muchos principios se habían perdido. No
tanto por abandonar un análisis marxista
de la realidad (curioso que hoy en día sea utilizado por numerosos
intelectuales menos en el PSOE y otros partidos del arco socialdemócrata), sino por renunciar a los principios pablistas y marxistas que dotaban
al PSOE de una ética impecable. Luego vinieron los coches oficiales, los
mamoneos para tener un cargo, los casos de corrupción y una transformación
social que, con el tiempo, se ha visto que estaba colgada por leves hilos. Los
cuales fueron cortados por esa misma clase dominante que protegió a González cuando abandonó el marxismo.
Todo lo narrado puede que les haga rememorar hechos
más recientes. Ya conocen lo que pasó hace años. Y como decía Marx, la historia se repite dos
veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa.(*) En la primera se
abandonó el marxismo y se
totemizó a un líder carismático como González.
Hoy ha abandonado cualquier principio ideológico(…)
Fuente:
https://construirenlibertad.wordpress.com/2018/10/01/39-anos-del-abandono-del-marxismo-en-el-psoe/#more-140
(*) (Pero a veces puede
ocurrir a la inversa, primero la “Farsa” y luego viene la “Tragedia” que solo
la militancia podrá evitarla en el PSOE).
Un partido democrático precisa de la participación activa de su militancia; la definición de una identidad que oriente la actividad orgánica e institucional es fundamental en el Partido Socialista, más allá de quién en cada momento le corresponda liderar dicho patrimonio, que no es de propiedad individual de nadie, sino legado de los millones y millones de socialistas que fueron y continuarán siendo. La clase trabajadora necesitamos un PSOE fuerte, una herramienta eficaz que lidere de forma inequívoca la transformación de nuestra sociedad, frente a la creciente pobreza y desigualdad, frente al fascismo galopante que amenaza con destruir la democracia.
ResponderEliminar