LA
REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES DEL 25 DE ABRIL. 
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La
  conmemoración de la Revolución Portuguesa no puede ser más oportuna. En los
  últimos años decenas de miles de personas en todo el mundo están
  comprendiendo la necesidad de transformar la sociedad para acabar con el
  capitalismo y todas sus lacras, pero una pregunta golpea una y otra vez sus
  cerebros: ¿es posible?  
En
  el año 1974 en Portugal, como en Chile, 
  en Francia, (o simplemente como viene ocurriendo en la dilatada
  primavera árabe del Norte de África,  -
  Egipto, Siria,- y también en  Grecia,
  Ucrania - y demás zonas)  se buscaba
  una respuesta. En Portugal, con las Revolución de los Claveles se dijo sí, sí
  es posible. Y, sin embargo, no se acabó el proceso, no surgió una nueva
  sociedad de las ruinas del capitalismo. ¿Por qué?  
La crisis de los 70 acabó con
  una larga época de estabilidad en los países capitalistas avanzados. Las
  masas encontraron, en toda Europa, problemas desconocidos: alta inflación,
  paro masivo, ataque a las conquistas sociales…, y respondieron con un ambiente
  de lucha generalizado y un giro a la izquierda en la sociedad. Y fue Portugal
  donde el proceso llegó más lejos; de ahí la importancia que los propios
  capitalistas e imperialistas de todo el mundo le dieron y que los socialistas
  marxistas debemos darle.  
La burguesía portuguesa,
  históricamente, es incluso más atrasada que la española. No es casualidad que
  su sistema necesitara de la dictadura más longeva de Europa, ¡de casi 50
  años! Los capitalistas lusos eran incapaces de llevar adelante la revolución
  democrático-burguesa, tan fuertes eran sus lazos con los terratenientes, por
  un lado, y con el capital monopolista británico, por otro. Al calor del auge
  económico de la posguerra, Portugal se transforma. Si bien en la agricultura
  el beneficio del latifundista se sigue basando en la explotación intensa de
  la mano de obra, en la industria se impone el monopolio. En 1970 sólo el 20%
  de los trabajadores industriales estaban ocupados en empresas de menos de 20
  personas, en 1971 el 0,4% de todas las sociedades controlaba el 53% del
  capital de éstas, en 1972 el 16,5% de todas las empresas industriales
  producían el 73% de la producción industrial. En vísperas del 25 de Abril,
  los “7” (siete grandes grupos) dominan prácticamente toda la economía, bien
  directamente bien a través de sus bancos y de las influencias políticas.  
Pero esta irrupción de la
  concentración capitalista en el tradicional y bucólico Portugal, durante los
  50 y 60, tiene efectos imprevistos. En Oporto, Setúbal y, sobre todo, la
  luego conocida como Lisboa la roja, se crean impresionantes concentraciones
  obreras, y con ellas viene el aumento de la conciencia colectiva, una
  sensación desconocida de fuerza, y la experiencia de que su lucha por mejorar
  su nivel de vida choca frontalmente con el Estado dictatorial de Salazar y,
  después, Caetano. Por otra parte, el proceso de monopolización empobrece y
  proletariza a sectores importantes de la pequeña burguesía rural y urbana,
  otrora sostén del régimen, y los empuja hacia la izquierda.  
La Revolución del 25 de Abril
  de 1974 no fue un rayo en un cielo despejado. Fue incubado por la crisis del
  capitalismo portugués y de su régimen, y por la fuerza de un proletariado (de
  un millón de personas sólo en el sector industrial, sin contar a parte del
  millón y medio de emigrantes) creado, cocido y madurado con la levadura del
  auge de la posguerra, como también ocurrió en España. Cuando llega la crisis,
  cuando se suceden los despidos masivos, la inflación (19,2% en el 73), las
  reducciones salariales, esa fuerza potencial explota. En 1970, los bancarios
  imponen con su lucha el primer convenio colectivo, y en octubre de ese año se
  forma la Intersindical, a iniciativa de los sindicatos del metal, las
  finanzas y el textil; en abril del 73 ¡40.000 trabajadores! se manifiestan en
  Oporto; del otoño de ese año al 25 de Abril 100.000 obreros van a la huelga,
  por supuesto ilegalmente.  
La guerra colonial fue un
  factor decisivo en la caída de la dictadura. El reaccionario aparato estatal
  y la burguesía aunaban fuerzas para mantener las vastas y ricas extensiones
  de Angola y Mozambique bajo su control, lo que les permitía el saqueo de sus
  materias primas y el patético sueño de mantener el histórico imperio
  colonial. Pero el coste de esta opresión imperialista era sangrante, también
  para las masas de la metrópoli. Los muertos portugueses en la guerra colonial
  (1961-74) fueron unos 15.000, y 30.000 militares lusos quedaron inválidos o
  mutilados. La pesadilla del servicio militar duraba ¡4 años!, y a esto hay
  que sumar el derroche del gasto militar: en 1973 la sangrienta aventura
  colonialista chupó el 45% de todo el presupuesto. El coste económico y social
  llegó a ser tan grande que incluso un sector importante de la burguesía
  (representado por el general Spínola) era partidario de mantener el yugo
  imperialista bajo formas nuevas, dando algún tipo de autonomía ficticia, para
  acabar con la resistencia popular angoleña y mozambiqueña.  
El 25 de Abril.- 
La peculiaridad de la
  Revolución Portuguesa fue que se inició con un golpe de Estado militar contra
  una dictadura. De hecho, la historiografía burguesa y reformista intentan
  constreñir la Revolución de los Claveles a la acción del 25 de Abril,
  quitando importancia a los acontecimientos posteriores por ser “excesos fruto
  de la ingenuidad y del sentimiento, que fueron felizmente superados”. Sin
  embargo, la Revolución no es el 25 de Abril, sino que empieza el 25 de Abril.
  Por otra parte, el hecho de que una minoría de suboficiales y soldados fuera
  capaz de acabar en 24 horas, de forma prácticamente incruenta y sin apenas
  resistencia, con una dictadura que supuestamente controlaba todo, no
  demuestra sino que la fuerza de la clase obrera era enorme; su arrojo, su
  lucha, atraía a sectores de capas medias, empobrecidas y asqueadas con la
  sangría colonial y con la dictadura, hasta tal punto de convertir un grupo
  surgido dentro de la oficialidad del Ejército por motivos corporativos (el
  MFA, Movimento das Forças Armadas) en el autor de una conspiración para
  acabar con la dictadura. Aunque en contacto con Spínola y el sector liberal
  de la burguesía, el MFA tenía una dinámica propia, influida también por el
  ambiente internacional de lucha contra la Guerra de Vietnam, por los propios
  movimientos guerrilleros africanos y, especialmente, por el ambiente generalizado
  de oposición a la dictadura.  
Los liberales pretendieron
  utilizar al MFA para presionar a los ultras y obligar al régimen a cambiar de
  formas para mejor controlar la situación, paliando por lo menos la guerra
  colonial, pero se encontraron con una sorpresa: la irrupción de las masas. El
  25 de Abril hizo explotar toda la energía y la rabia contenidas durante
  décadas: por doquier surgían celebraciones, luchas, manifestaciones,
  reivindicaciones, asociaciones de todo tipo, discusiones sobre qué hacer y
  sobre cualquier problema. En esos días, igual que en la Revolución rusa de
  Febrero, las masas eran las que tenían el poder, pero no eran conscientes de
  ello.  
El MFA había cedido el poder,
  formalmente, a la Junta de Salvación Nacional presidida por Spínola que había
  sido llamado por el dictador Caetano cuando estaba rodeado su palacio por los
  soldados y trabajadores, para dar una salida responsable a la situación. Pero
  las decisiones de la Junta no valían mucho más que el papel donde estaban
  escritas.  
El movimiento avanzaba como la
  lava: los presos políticos son liberados, los pides (miembros de la PIDE, la
  policía política) perseguidos, muchas empresas saneadas (depuradas de
  fascistas), viviendas vacías ocupadas. Los jornaleros del Alentejo ocupan los
  latifundios; las huelgas se suceden (en el poderosísimo grupo CUF,
  ferrocarriles, automóvil, construcción, químicas…), reivindicando aumentos
  salariales, jornada de 40 horas semanales y, también, medidas políticas y de
  control obrero, como fiscalización económica de la empresa, readmisión de
  trabajadores despedidos y depuración de fascistas.  
Estas luchas obreras y
  populares están organizadas por comisiones de trabajadores y de vecinos
  (Comissoes de Moradores) que surgen como setas. El Primero de Mayo, cinco
  días después del golpe, 600.000 personas, incluyendo soldados y marineros
  armados, se manifiestan en Lisboa.  
La burguesía se ve impotente
  para controlar la situación. La Junta condena “los atentados a la jerarquía”,
  la “expulsión de responsables” (depuración) y las “reuniones en horas de
  trabajo”. Pero ¡ni siquiera tiene una fuerza armada para hacer cumplir sus
  decisiones! La única forma de recuperar el control es utilizando el enorme
  prestigio que tienen las organizaciones obreras, en especial el Partido
  Comunista (PCP, con una enorme autoridad por ser “el partido que luchó contra
  el fascismo”) y el Socialista (PS).  
La situación revolucionaria que
  se abrió el 25 de Abril hubiera permitido una definitiva transformación
  política en Portugal: acabar con el capitalismo, instaurar una auténtica
  democracia de los trabajadores, basada en esos incipientes órganos de control
  (las comisiones), y en la expropiación de las siete grandes familias, las
  multinacionales y los latifundios, y elevar el nivel de vida de la población,
  socavando así, para empezar, los ya podridos cimientos del capitalismo
  español y del griego.  
El ánimo de lucha y
  participación política directa de la clase obrera, el giro a la izquierda de
  las capas medias (¡incluso un sector muy importante de los militares!), la
  impotencia y crisis de la clase dominante…, todo permitía una transformación
  pacífica. Pero faltaba algo. Es imposible, incluso en el culmen de una
  situación revolucionaria, que los trabajadores puedan sacar todas y cada una
  de las conclusiones necesarias para rematar con éxito la faena.  
La revolución es un arte. Más
  allá de ideas generales, hay que saber qué postura tener ante cada problema
  (las colonias, la amenaza fascista, la Iglesia, la pequeña burguesía…),
  cuándo es el momento para un repliegue y cuándo para avanzar, qué ambiente y
  qué fuerzas tiene en cada momento el sector más consciente, la clase obrera y
  las masas en general, etc. Las conclusiones de experiencias pasadas en todo
  el mundo solamente las puede ofrecer un partido organizado en base a la
  filosofía y el método de análisis del materialismo dialéctico y que sepa
  aplicarlos al movimiento real y aprender de él. Pero Portugal estaba huérfana
  de partido que jugara ese papel…  
En Rusia, tras la caída del zar
  y la instauración de un Gobierno Provisional de coalición entre burgueses y
  reformistas, los bolcheviques insistieron en extender y fortalecer los
  soviets, que eran los órganos directos de representación de las masas
  trabajadoras (y, por contagio, de los campesinos pobres y soldados), con el
  objetivo de sustituir cualquier gobierno o institución burguesa (como se
  demostró de febrero a octubre del 17), incapaz de solucionar las tareas
  democráticas y revolucionarias.  
Mientras explicaban esta idea,
  demostraban en la práctica el carácter reaccionario del Gobierno Provisional
  y de los reformistas al exigirles medidas que no podían satisfacer sin romper
  el opresivo lazo que les unía a los capitalistas. La reforma agraria, el
  final de la guerra, el aumento del nivel de vida de las masas, ni siquiera la
  convocatoria de una Asamblea Constituyente fueron capaces de lograr.  
Ésta fue la experiencia de las
  masas, pero para ayudar a su conciencia, señalar la alternativa y organizar
  la insurrección de Octubre fue necesario un partido curtido en mil batallas,
  enraizado en el movimiento y con una ideología y táctica marxistas, firmes
  frente a todas las presiones.  
Ausencia de un partido
  revolucionario.- 
Desgraciadamente, no existía un
  equivalente al bolchevismo, en el Portugal del 25 de Abril. Álvaro Cunhal,
  secretario general del PCP en 1967, había dejado escrito que “la tarea fundamental
  de [un] Gobierno Provisional es la instauración de las libertades
  democráticas y la realización de elecciones libres para una Asamblea
  Constituyente. Que esta tarea sea realizada es la única condición que el
  Partido Comunista pone para su participación en el Gobierno” (Acçao
  revolucionária, capitulaçao e aventura).  
Efectivamente, ya el 5 de mayo
  el PCP pidió ser incluido en el primer Gobierno Provisional, con Palma Carlo
  de primer ministro (hombre de paja de Spínola, que se mantenía de presidente);
  Spínola explicó esta inclusión así: “había que responsabilizarle abiertamente
  de las tareas del Gobierno. En caso contrario (…) no asumiría ninguna
  responsabilidad, reforzando su imagen” (António de Spínola, Ao serviço de
  Portugal). Cuando el Partido Comunista no fuera necesario para aprovechar su
  autoridad ante las masas, la burguesía no tendría más que echarles, como
  pudimos ver en Grecia, Francia o Italia tras la Liberación.  
Por supuesto, también el
  Partido Socialista entra en el Gobierno. De dirección socialdemócrata éste y
  estalinista aquél, ambos partidos, más allá de matices, están de acuerdo en
  lo fundamental.  Mientras públicamente
  defienden el socialismo, en la práctica consideran que eso está lejos, que
  hay que consolidar la democracia, y que la única forma de hacerlo es
  moderando las reivindicaciones para no asustar a la burguesía democrática,
  facilitando a la burguesía recuperar el control del Estado y acabando con el
  poder de las Comisiones.  
Pero, si fueron las masas las
  que echaron abajo a la dictadura (empujando a la acción a un pequeño grupo de
  suboficiales), ¿cómo se podía, siquiera, defender las conquistas ya
  obtenidas, limitando el movimiento de las masas? ¿Acaso las medidas de
  control obrero no eran la mejor defensa ante las conspiraciones de los
  capitalistas? ¿Acaso la nacionalización de la banca no hubiera dificultado
  enormemente los planes golpistas? Es más, ¿para qué nos sirve la limitada
  democracia burguesa, si en el momento en que somos más fuertes no podemos
  aplicar las libertades conquistadas –de organización, de manifestación, de
  huelga…- para aumentar nuestro nivel de vida y, también, nuestra fuerza? ¿Y
  acaso no es inseparable la lucha por mejorar, por llenar de contenido esas
  libertades democráticas, por acabar con la posibilidad de una vuelta atrás,
  con la lucha por el socialismo, es decir, por extender, profundizar y
  unificar todas esas Comisiones (los órganos más democráticos del proletariado
  portugués), por organizar la vida económica en función de las necesidades de la
  mayoría y bajo su control? Los continuos avisos de los dirigentes comunistas
  y socialistas, en la transición española como en la Revolución Portuguesa, de
  que “ahora no es el momento, ya lucharemos por el socialismo”, ya sabemos en
  qué acaban: décadas después, nuestros dirigentes ni siquiera hablan
  públicamente de sociedad socialista.  
Los estalinistas jugaron el
  papel de apagafuegos, aunque con poco éxito. Por poner un sólo ejemplo, el 25
  de mayo, en una manifestación de apoyo al Gobierno, el orador del PCP critica
  la “ola generalizada de huelgas que sirve al fascismo”, especialmente la
  huelga de los trabajadores de panaderías, fomentada “por reconocidos agentes
  fascistas”. La Intersindical, bajo dirección del Partido Comunista, llega a
  organizar una manifestación “contra la huelga por la huelga” (!). El PS
  también se suma a esta labor, pero pese a todo la oleada de huelgas no
  remite, consiguiendo logros históricos (el aumento salarial medio llegó a ser
  del 35%).  
Tres golpes… y tres fracasos.- 
Con todo, la autoridad de los
  dirigentes obreros es insuficiente y la burguesía buscará en diferentes
  planes golpistas una alternativa para acabar con la fuerza con la Revolución.
  El primer intento es un golpe de palacio fracasado. Palma Carlo exige poderes
  más amplios para acabar con el “clima de indisciplina social”. Pero estas
  maniobras fracasan, no hay una mínima base de apoyo para ellas. Peor: el
  nuevo Gobierno se inclina más a la izquierda, con el coronel Vasco Gonçalves
  (miembro de la izquierda militar) de primer ministro, si bien continúan
  ministros spinolistas; por esto, el II Gobierno Provisional tenía más
  complicado todavía satisfacer a los trabajadores, sin poder por ello
  satisfacer a los burgueses. El 27 de agosto el Gobierno prohíbe las huelgas
  políticas, de solidaridad e interprofesionales, exige un preaviso de huelga
  de 37 días y legaliza el cierre patronal. 
El segundo intento de golpe fue
  la preparación de una manifestación de la “mayoría silenciosa”, para el 28 de
  septiembre. Spínola, presentado como un gran demócrata por los dirigentes
  comunistas y socialistas llama por televisión a manifestarse contra el “abuso
  de libertad” y las “reivindicaciones descontroladas”, y se organiza
  “espontáneamente” (con apoyo de los grandes grupos financieros) la
  manifestación. La reacción intentaba transportar al sector más atrasado
  (especialmente, campesinos del Norte) y a grupos fascistas armados a la roja
  Lisboa y provocar violencia que justificara medidas de fuerza.  
Este intento fracasará ante la
  madurez del movimiento obrero, que entendiendo el peligro mortal se echará a
  la calle la tarde del 27, organizará barricadas e instalará controles en las
  carreteras; los ferroviarios y conductores de buses se declaran en huelga, y
  100.000 personas se manifiestan en Oporto, confraternizando obreros y
  marineros al grito de “¡Portugal no será el Chile de Europa! La manifestación
  del 28 nunca se celebró.  
Tras el fracaso del golpe,
  Spínola y sus ministros tuvieron que dimitir, ¡pero nadie importunó al
  general, que pudo seguir tramando sus planes! Con el agravamiento de la
  crisis, y de forma instintiva, los trabajadores buscan más ansiosamente
  formas de control; los 3.300 empleados de tres cadenas de supermercados
  ocupados intentan crear un enorme grupo autogestionado de distribución; la
  asamblea general del sindicato bancario pide la nacionalización de la Banca
  para defenderse de la burguesía; los campesinos del Centro y Sur aceleran las
  ocupaciones de tierras.  
El 11 de marzo es el intento
  más serio de ahogar en sangre la Revolución, organizado una vez más por
  Spínola. Es lo más parecido a un golpe militar clásico… ¡pero sin apenas
  apoyo de militares! Prácticamente, sólo se movilizan los paracaidistas, el
  cuerpo militar más atrasado, y eso engañando a soldados y suboficiales. El
  golpe se deshace en el aire ante la falta de apoyos; incluso los militares
  más reaccionarios dudan ante la actitud resuelta de la clase obrera, que sale
  de nuevo a la calle a “defender el 25 de Abril”, rodeando los cuarteles.  
¡Qué mejor prueba que estos
  tres fracasos para demostrar la auténtica correlación de fuerzas! El Portugal
  obrero de la ciudad y el campo, armado con un programa marxista, ¿de qué no
  hubiera sido capaz? Pero sus dirigentes siempre iban por detrás de ellos.
  Incluso después del 11 de marzo, cuando el ambiente de radicalización empuja
  a la mayoría del MFA a declarar que el objetivo de la Revolución es el
  socialismo, cuando el Gobierno tiene que nacionalizar gran parte de los siete
  grandes grupos por la presión directa de los trabajadores (los de la CUF, la
  Banca y los transportes exigían su nacionalización, para no ser utilizados en
  beneficio de la reacción), cuando The Wall Street Journal declara en portada
  que “el capitalismo ha muerto en Portugal”, dando la jugada por perdida,
  Soares critica el “confuso anarco-populismo”, y Cunhal dice que “la
  agudización artificial de los conflictos sociales (…) [constituye], en su
  conjunto, una gran ofensiva contrarrevolucionaria”. ¡Ni una palabra sobre las
  tareas revolucionarias! ¡Sobre la necesidad del control obrero de esas
  nacionalizaciones, sobre la convocatoria de un Congreso Nacional de las
  Comisiones, sobre la formación de un frente único de la izquierda contra la
  reacción, que continuaba agazapada incluso en el Gobierno! Nada, la única
  consigna era confiar en el Gobierno y en el MFA, y responsabilidad.  
El 25 de Abril se celebran las
  elecciones a la Asamblea Constituyente, y los resultados reflejan, aunque
  distorsionadamente, la correlación de fuerzas. El PS obtiene el 39%, el PPD
  el 26% y el PCP el 12,53%. En total, los votos de PS, PCP y otros grupos de
  izquierda, más el voto nulo y en blanco (promovido por el MFA), suman el 66%,
  mientras la derecha sólo llega al 34%. Pese a la hegemonía comunista en el
  movimiento obrero de la ciudad y el campo, en el seno del Ejército y en
  general en todo el movimiento, las masas más amplias de la clase obrera, y
  otros sectores, respaldan electoralmente al PS. Ante sus ojos los dos partidos
  no tienen mucha diferencia en cuanto a sus fines declarados (el socialismo),
  pero la vinculación del PCP con el estalinismo soviético, su tendencia a
  intentar manejar burocráticamente el movimiento, en momentos de extrema
  sensibilidad democrática, asusta a sectores muy importantes.  
Campaña anticomunista.- 
A partir del fracaso del 11 de
  marzo la burguesía no tendrá más remedio que utilizar hasta el fin a los
  dirigentes del PS. Especialmente durante los meses de verano del 75, la
  dirección socialdemócrata participa en una feroz campaña anticomunista,
  acusando al PCP de promover la dictadura de partido y alertando del peligro
  comunista.  
Es cierto que los
  socialdemócratas utilizaban para su campaña toda una serie de errores de la
  dirección del PCP. Por ejemplo, la imposición de la Ley de Unicidad Sindical,
  que intentaba impedir la organización de diferentes sindicatos, lo que
  favorecía obviamente a la Intersindical; esta ley se apoyaba en el sano
  sentimiento de unidad de la clase obrera, pero la unidad sólo puede ser un
  efecto voluntario de la conciencia, no una imposición de las instituciones.  
Sin embargo, Soares y compañía
  desataron todo tipo de prejuicios anticomunistas en su base social para
  minimizar los peligros de la contrarrevolución, y para dividir en dos a la
  clase obrera. La base socialista fue políticamente desarmada para responder a
  la reacción, que en el Norte realiza 240 actos terroristas (asaltos a sedes
  del PCP o la Intersindical, asesinatos de comunistas), amparados por la
  Iglesia y los partidos burgueses y por el silencio del PS.  
En esta situación la reacción
  se ve suficientemente fuerte, agazapada tras la dirección socialdemócrata,
  para provocar la caída del V Gobierno de Vasco Gonçalves y formar un nuevo
  Gobierno con un objetivo claro: retomar definitivamente el control para la
  burguesía, acabar con el poder de las Comisiones, y recuperar la dirección
  del Ejército.  
Pero la situación sigue
  abierta: en Oporto se crea el movimiento revolucionario y semiclandestino SUV
  (Soldados Unidos Vencerán), que junto a los destacamentos rojos se une con
  desfiles armados a las manifestaciones obreras; 100.000 trabajadores de la
  construcción, en lucha por el convenio, rodean la Asamblea Constituyente,
  impidiendo salir a los diputados, y las tropas enviadas para rescatar a sus
  señorías confraternizan con los obreros.  
Pero la disposición a la lucha
  no podía sustituir de ninguna forma la existencia de un partido
  revolucionario. El último acto de la Revolución fue la desesperada
  insurrección de los destacamentos rojos, el 25 de noviembre, provocada en el
  momento más oportuno por el Gobierno, al destituir de la Región Militar de
  Lisboa al izquierdista Otelo Saraiva de Carvalho. La heroica lucha de los
  soldados y los oficiales revolucionarios fue machacada ante la falta de una
  preparación militar previa, de una campaña de alerta en los barrios obreros…,
  es decir, ante la falta de una perspectiva socialista.  
Ya han pasado años. Muchas
  conclusiones de esta historia épica son desconocidas para las generaciones
  jóvenes. En Portugal como aquí, plumíferos a sueldo han reescrito la
  historia. Pero en los grandes enfrentamientos que se preparan, en la lucha
  por una sociedad socialista, las grandes tradiciones del 25 de Abril, de las
  Comisiones de Trabajadores y Vecinos, de los jornaleros del Alentejo, de los
  Soldados Unidos Vencerán, serán redescubiertas por la clase obrera de toda la
  Península y del mundo.  | 
U. B. 
 
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