26 de febrero de 2014

Cinco años de la gran recesión y de la lucha de clases mundial. ¿Hacia la recuperación económica?




Han transcurrido cinco años desde el estallido de las hipotecas subprime y el hundimiento del sistema financiero estadounidense y europeo. En este periodo el sistema capitalista ha sufrido un trastorno generalizado, solamente comparable al que desembocó en el crack de 1929 y el auge revolucionario de los años treinta, o con los grandes movimientos de la clase obrera en la década de los setenta del siglo XX. En estas circunstancias se hace necesario analizar si la economía internacional vivirá una pronta recuperación, como aventura la avalancha de propaganda burguesa, o si por el contrario el estancamiento y la recesión se prolongarán más tiempo.

Mentiras, grandes mentiras y estadísticas
A pesar de todos los desmentidos oficiales, los países capitalistas avanzados siguen atravesando por grandes dificultades. EEUU, con una tasa de crecimiento del 1,6% en 2013, mantiene en encefalograma plano el consumo doméstico y la inversión productiva. El nivel del PIB europeo está todavía un 3% por debajo de 2008, y la producción total de la UE es también un 10% inferior. Las perspectivas para 2014 no suponen un cambio fundamental. El Banco Mundial en su último documento habla de un crecimiento global del 3,2% este año, ¡¡ocho décimas más que en 2013!! Por su parte, el FMI pronostica para los países del euro un “tirón” del PIB del 1% en 2014 y del 1,4% en 2015, y respecto a EEUU las expectativas a duras penas superan el 2,5%. A estos datos hay que sumar otras noticias realmente preocupantes: la desaceleración pronunciada de China y del resto de los países “emergentes”.
La realidad es tozuda: la recesión y el estancamiento dominan las economías de la zona euro, de EEUU y de Japón —lastradas por montañas de deuda pública—, pero nuevas y poderosas turbulencias se dibujan ya en el horizonte. Si estalla la burbuja financiera que planea sobre la economía de China1, podría arrastrar al mundo a una nueva fase de depresión. Por tanto, más allá de las mentiras que escupen los órganos de propaganda de la burguesía, la perspectiva de un renacimiento parecido al que se vivió en los años noventa y en la primera mitad de la década de 2000 está descartado a corto y medio plazo.

La intervención del Estado no logra reactivar la economía
Tras un lustro de caída ininterrumpida, la clase dominante no ha logrado romper con la dinámica descendente y recuperar el equilibrio; no ha conseguido propiciar una recuperación sólida en ningún país decisivo. En todo caso, su mayor logro es haber evitado un colapso generalizado gracias al estímulo monetario más grande de la historia. La Reserva Federal de EEUU cifra en 12,6 billones de dólares la cantidad que movilizó para reflotar el sector financiero, lo que equivale a más del 80% del PIB de 2007, y con el resultado de crear una montaña de deudas crónicas inasumibles. Según datos oficiales, la deuda pública estadounidense ronda actualmente el 73% del PIB, casi 17 billones de dólares. En Europa, la dinámica es similar; según Eurostat, la deuda pública en la zona euro ya ha alcanzado los 8,65 billones de euros, el 93,4% del PIB.

¿Qué demuestran estos resultados? Que a pesar de todo el galimatías teórico de los reformistas de izquierda, la intervención del Estado no altera las leyes básicas ni las contradicciones en que se mueve el capitalismo. Durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando existía la amenaza de la revolución europea y se consolidaron regímenes estalinistas en la URSS, Europa del este y China, en países como Francia o Gran Bretaña el Estado se hizo con el control de ramas productivas que el capital privado consideraba poco rentables. Estos sectores estatalizados (minas, acero, ferrocarriles, construcción, etc.) favorecieron y robustecieron la recuperación suministrando materias primas y transporte a precios baratos; pero el factor clave del auge de posguerra no fue este, sino el aumento de la inversión de capital, el desarrollo de numerosas ramas productivas, la expansión del comercio mundial y una nueva división internacional del trabajo.

En la actual fase de declive del capitalismo, el Estado también está siendo utilizado como una poderosa palanca. Los programas de salvamento del sistema financiero a costa del crecimiento de la deuda pública, recortes sociales salvajes y reformas laborales; los descuentos fiscales a los grandes empresarios y las privatizaciones de los servicios públicos con la consiguiente destrucción de empleo, también representan una descarada intervención estatal en el “libre mercado”. Pero, a pesar de todo este derroche de recursos públicos, una “injerencia” que los “liberales” nunca quieren reconocer, la clase dominante no ha sido capaz de revertir de manera sustancial la dinámica descendente del ciclo económico: nada puede suplir la inversión de capital privado, absolutamente imprescindible para la recuperación capitalista. Cinco años después, lejos de conjurarse las tendencias especulativas, las burbujas y el capital ficticio vuelven por sus fueros. Los activos financieros acumulados mundialmente equivalen a 198 billones de dólares, alimentados por el chorro de deuda pública inyectada en los últimos años, y que no tiene precedentes en la historia moderna. 

Esta dinámica descendente del capitalismo fue planteada por Trotsky de la siguiente manera: “(…) El capitalismo no se caracteriza sólo por la periódica recurrencia de los ciclos, de otra manera la historia sería una repetición compleja y no un desarrollo dinámico. Los ciclos comerciales e industriales son de diferente carácter en diferentes períodos. La principal diferencia entre ellos está determinada por las interrelaciones cuantitativas entre el período de crisis y el de auge de cada ciclo considerado (…) Épocas enteras de desarrollo capitalista existen cuando un cierto número de ciclos están caracterizados por auges agudamente delineados y crisis débiles y de corta vida. Como resultado, obtenemos un agudo movimiento ascendente de la curva básica del desarrollo capitalista. Obtenemos épocas de estancamiento cuando esta curva, aunque pasando a través de parciales oscilaciones cíclicas, permanece aproximadamente en el mismo nivel durante décadas. Y finalmente, durante ciertos períodos históricos, la curva básica, aunque pasando como siempre a través de oscilaciones cíclicas, se inclina hacia abajo en su conjunto, señalando la declinación de las fuerzas productivas…”. La naturaleza de la época actual corresponde a ese último periodo de decadencia general del modo de producción capitalista, donde las recuperaciones son débiles, cortas en el tiempo y no restauran el nivel de fuerzas productivas destruidas en el periodo de contracción; por el contrario, las fases de recesión se prolongan y se hacen muy profundas.

Concentración de capital y desigualdad mundial
La mayor concentración del capital financiero, y por tanto del dominio monopolista del mercado, es otro signo destacado de la actual crisis. A pesar de toda la charlatanería sobre el “control” y la “regulación” del sector bancario, las cuatro mayores entidades financieras de EEUU son hoy un 30% más grandes que hace cinco años. Según un estudio de la Universidad de Zurich3, un pequeño grupo de tan sólo 147 grandes corporaciones trasnacionales, controlan en la práctica la economía global.

Otra de las consecuencias más llamativas del auxilio prestado por el Estado capitalista en la recuperación de la tasa de ganancias global, es el crecimiento exponencial de la desigualdad. El informe Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica, publicado por la ONG Oxfam Intermón, afirma que 85 individuos acumulan tanta riqueza como los 3.570 millones de personas que forman la mitad más pobre de la población mundial. Esta polarización de la riqueza esconde el hundimiento de países enteros en la ciénaga de la miseria, la marginalidad y el desempleo de masas. Según el informe Tendencias Mundiales del Empleo 2014 publicado por la Organización Internacional del Trabajo, el número de desempleados en el mundo aumentó en 2013 en cinco millones de personas, hasta alcanzar los 202 millones. El desempleo juvenil afecta a 74,5 millones de menores de 24 años, y hay que tener en cuenta que estas cifras sólo registran los datos oficiales proporcionados por los gobiernos. La distribución desigual de la riqueza también se acentúa entre naciones. El Instituto de Investigación de Credit Suisse ha desarrollado una estadística bastante completa de 174 países (Global Wealth Report), según la cual EEUU y la Unión Europea, donde vive el 13,2% de la población mundial, concentran el 59,3% de la riqueza, mientras que el otro extremo, el continente africano, la India, el resto de Europa, América Latina y China, reúnen al 63,1% de la población pero sólo alcanzan el 17,8% de la riqueza global.

La esperanza de los emergentes se desvanece
Muchos analistas burgueses centraron sus esperanzas en los llamados países emergentes. Junto a China se incluyeron también en esta categoría a Brasil, India, Rusia e incluso Turquía y Sudáfrica, países cuyas tasas de crecimiento superaban ampliamente las de Europa y EEUU. Durante los primeros años de la gran recesión estas economías parecían resistirse a la crisis pero, en 2013, esta ilusión también se ha esfumado. La lira turca, el peso argentino y el real brasileño están en caída; las bolsas china, india y rusa despidieron el año con balances negativos; el crecimiento del PIB de los “emergentes”, y sobre todo de China, se ralentiza y empieza a retroceder de forma preocupante.

Vivimos en la época del dominio aplastante del mercado mundial, y los vasos comunicantes en la esfera financiera, productiva y comercial son demasiado poderosos para que los países emergentes, incluido el gigante chino, puedan desacoplarse y escapar a la crisis de sobreproducción. La gran demanda de materias primas en China, que ha actuado como motor decisivo del crecimiento económico en América Latina, África y Asia, se agota; paralelamente, una gran cantidad de capitales especulativos que recalaron en los emergentes, empiezan a repatriarse a EEUU y Europa en busca de más seguridad.

EEUU, un gigante herido de gravedad
Todas las miradas parecen centrarse ahora en la economía más poderosa del planeta, EEUU, que se ha convertido en objeto de múltiples y optimistas previsiones En realidad, las debilidades orgánicas de la economía estadounidense han sido paliadas parcialmente por el gigantesco programa de estímulos monetarios que la administración Obama puso en marcha hace dos años: 85.000 millones de dólares gastados por la FED todos los meses para compra de bonos de deuda pública. Con esta cantidad ingente de dinero en circulación, que ha permitido mantener las tasas de interés rondando el 0%, se pretendía facilitar el aprovisionamiento de crédito a las empresas y relanzar la inversión productiva, estimular el consumo y la creación de empleo. ¿Qué ha ocurrido realmente? Como en Europa, las cuentas y los balances de los grandes bancos se han saneado gracias a estas inyecciones monetarias; por otra parte, las grandes empresas se han hecho con grandes cantidades de efectivo a un coste muy pequeño, pero lejos de emplearlas para la inversión, estos recursos se han destinado en gran medida a la especulación bursátil. 

Los capitales públicos no han servido para revertir sustancialmente el estancamiento, pero han ayudado, y mucho, a restaurar la tasa de ganancias. El índice S&P 500, que incluye a las compañías más grandes de Wall Street, ha logrado el mejor retorno anual (de beneficios) desde 1997, apreciándose un 31%. En el caso del Dow Jones, la remontada fue del 27%, la mejor desde 1995. Aunque el mejor rendimiento fue del Nasdaq, con un alza del 40%. Mientras, el consumo doméstico sigue deprimido y el empleo creado es precario, con bajos salarios y sin derechos. Aunque en EEUU la gran recesión acabó oficialmente en junio de 2009, la situación para millones de estadounidenses es completamente desfavorable. En poco más de dos años (2007-2008) se destruyeron 8,7 millones de empleos y el total de parados se disparó a 14,7 millones. Cinco años después, hay 10,9 millones de parados y 10,6 millones de personas subempleadas. En las estadísticas oficiales, la economía norteamericana redujo su tasa de paro hasta el 7,3% en noviembre de 2013, lo que supone el nivel más bajo de estos cinco años. En teoría, el sector privado ha creado 8,1 millones de puestos de trabajo, 2,3 millones de ellos en los últimos doce meses, pero una alta proporción de esos empleos son de tiempo parcial, sin seguro médico, sin pago de horas extra, empleos precarios que para muchas personas no compensan los gastos derivados de aceptarlos. Hay un dato muy elocuente que subraya el auténtico nivel de estancamiento de la economía estadounidense: la tasa de ocupación laboral está en el 63%, su nivel más bajo en tres décadas y media.

EEUU es también el epicentro de la desigualdad social. En la actualidad, tras 45 meses de “crear” empleo, existen casi 50 millones de personas atenazadas por la pobreza, incluyendo 13,4 millones de niños. La figura del trabajador pobre, que depende de los subsidios públicos para sobrevivir, es una imagen que define perfectamente la “recuperación” norteamericana. En 2007, 26 millones de estadounidenses recibían bonos de alimentos; hoy el número es casi de 48 millones, y cerca del 11% de todos los gastos para “comida en casa” de las familias se efectúa con estos bonos. A los socialdemócratas les gusta alabar el modelo Obama, pero la administración demócrata ha capitulado igualmente. Sólo un ejemplo para ilustrar esta idea: en medio de las frenéticas negociaciones con los republicanos sobre el presupuesto, y que motivó el cierre temporal del congreso, los dos partidos aprobaron un recorte salvaje de 40.000 millones de dólares para los próximos diez años en el programa de cupones de comida, al mismo tiempo que decidían incrementar las gigantescas subvenciones que reciben las grandes empresas agroalimentarias y confirmaban las vacaciones fiscales para los más ricos.

Los ejemplos de la podredumbre del sistema americano se multiplican. Detroit, la ciudad estandarte de la fortaleza automovilística americana se hunde. Con la mitad de la población que hace seis décadas, unos 700.000 habitantes, sufre una tasa de paro superior al 18% y acaba de declarar la bancarrota de sus cuentas. Un reciente informe sobre Los Ángeles, titulado A Time for truth (La hora de la verdad) elaborado por una comisión independiente, afirma que el 40% de la población de la ciudad vive en la pobreza y que “un 28% de los trabajadores no reciben una paga suficiente para vivir”. En la capital económica del país, Nueva York, la crisis capitalista ha llevado a un número récord de familias a albergues para indigentes: 52.000 personas (22.000 niños) viven en ellos, según registros oficiales, aunque otros miles viven en túneles, estaciones de trenes y bajo los puentes.

Estas circunstancias explican el desgaste tan fuerte del gobierno Obama y el auge de la lucha de clases. El movimiento Ocupa Wall Street o las luchas obreras de Wisconsin y Seattle, al calor de la primavera árabe, han dejado paso en 2013 a una oleada de huelgas protagonizada por los trabajadores más oprimidos y en peores condiciones laborales en demanda de mejoras salariales: los del sector de la comida rápida y del gigante del comercio minorista Walmart. Es un secreto a voces que la “prosperidad” de grandes superficies como Walmart se basa en que decenas de miles de sus trabajadores viven por debajo de la línea de pobreza y para subsistir dependen de los programas de ayuda estatal como los cupones de comida.

Estancamiento y recesión en Europa
La crisis económica mundial se manifestó primero en EEUU, pero ha sido Europa y, particularmente la zona euro, el epicentro de la misma. Uno tras otro, los eslabones más débiles (Grecia, Irlanda, España, Portugal…) se han ido rompiendo, llegando en varios casos a situaciones de bancarrota parecidas a las que padecieron los países latinoamericanos en los años 90 del siglo XX. 

Las contradicciones generadas por la existencia de una moneda única para economías y estados nacionales con dinámicas e intereses distintos (muchas veces opuestos) se mantienen. Más aún que en EEUU, la inyección de ingentes cantidades de liquidez al sistema no ha resuelto ningún problema de fondo (la inversión productiva y el empleo siguen hundidos) y ha elevado la deuda a niveles históricos. En el conjunto de la zona euro, entre 2007 y el tercer trimestre de 2013 la deuda pública pasó del 66,4% al 95,1% del PIB. En Grecia, del 107,4% al 171,8%; Italia, del 103,3% al 132,9%; Portugal, del 68,4% al 128,7%; Irlanda, del 24,9% al 124,8%; Francia, del 64,2% al 92,7%; España, del 36,3% al 93,4%; y Alemania, del 65,2% al 78,4%.

Los “problemas estructurales” que hicieron que la crisis se expresase con mayor virulencia en Europa siguen intactos. Aunque los medios burgueses dedican muchos titulares a los avances en la unión bancaria de la zona euro, la tendencia real ha sido hacia una mayor fragmentación financiera en líneas nacionales, mayor desconfianza entre bancos de los diferentes países a la hora de realizar préstamos en el mercado mayorista, más diferencias en los tipos de interés de los préstamos y la seguridad de los depósitos, etc.

La banca, responsable y a la vez beneficiaria de este endeudamiento, sigue siendo una bomba de relojería. Algunas informaciones sitúan las necesidades de recapitalización de la banca europea en 767.000 millones de euros (las entidades francesas cuentan con la mayor brecha, 285.000 millones, seguidas de las alemanas, 199.000 millones). Pese a los fuegos artificiales sobre la “salida de la crisis” la economía europea sigue en situación de semiparálisis. Alemania, la “locomotora europea”, creció un 0,4% en 2013, la menor tasa desde 2009. El endeudamiento creciente, acompañado de un estancamiento que se prolongará años, puede llevar a nuevas situaciones de insolvencia, afectando a Estados o bancos “sistémicos”. Esto creará nuevas situaciones de pánico, descontrol e inestabilidad en el conjunto de la zona.

Lucha de clases mundial
Este es el trasfondo general que alimenta el cuestionamiento del capitalismo, de las instituciones de la democracia burguesa y de la política oficial. La experiencia de los últimos años ha desvelado ante millones de personas la brutal dictadura del capital financiero que domina el mundo y el carácter de clase de las instituciones “democráticas”. La pérdida del equilibrio capitalista y el desmoronamiento de las bases materiales sobre las que se cimentaba la estabilidad social del sistema, se ha traducido en una crisis profunda de la socialdemocracia y de los partidos tradicionales de la burguesía. La pauperización y proletarización de las capas medias priva a la derecha tradicional de una parte considerable de su base de apoyo. La guerra contra las conquistas históricas del movimiento obrero genera polarización, radicalización y un divorcio creciente entre los trabajadores y los dirigentes reformistas de las organizaciones obreras. La adaptación de las direcciones de la socialdemocracia y de los sindicatos al capitalismo les convierte (por acción u omisión) en cómplices de los recortes y ataques, reduciendo su margen para embaucar a las masas.

Estamos ante un auge de la lucha de clases mundial, cuyas consecuencias son evidentes. Las burguesías de los distintos países se preparan para frenar este ascenso, que puede transformarse en crisis revolucionarias, recortando drásticamente los derechos democráticos, aprobando leyes antiobreras y recurriendo cada vez más profusamente a la represión. Pero a pesar de esta reacción, en todo el mundo vemos una impresionante demostración de fuerza de los trabajadores y la juventud. Nuevos movimientos de masas en América Latina (México, Brasil, Colombia) y persistencia del giro a la izquierda de los últimos años (elecciones en Ecuador, Venezuela, Argentina, Chile, el fraude en Honduras…). La situación prerrevolucionaria en Grecia y el auge de la lucha de clases en el Estado español y Portugal, se combinan con estallidos sociales en ciudades de Gran Bretaña, Suecia o Alemania… A ello se suma la continuidad de la revolución árabe pese a las maniobras y golpes contrarrevolucionarios del imperialismo y de las oligarquías locales.

La atmósfera de rebelión contra el sistema se extiende a capas cada vez más amplias. Este es el campo fértil en el que las ideas y las fuerzas del marxismo revolucionario se están desarrollando y conquistarán en el próximo periodo el apoyo de la mayoría de los oprimidos.

JUAN IGNACIO RAMOS.



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