A LOS 32 AÑOS DEL 15-J. (La controversia: reforma o ruptura).
Al cumplirse los 32 años del 15-J, que algunos historiadores lo consideran como el inicio de la Transición de la Dictadura a la Democracia, hemos creído conveniente reflejar en este pequeño extracto algunas de las aportaciones escritas por Pepe Martín, miembro fundador de la Fundación Federico Engels y coordinador de la corriente Izquierda Socialista del PSOE en Málaga, reflejadas en su libro “Rebelión Obrera en Tejas y Ladrillos”. Pensamos que mantiene un enorme interés ya que está escrito por alguien que participó directamente en la lucha del movimiento obrero, en concreto en el sector ladrillero de Málaga así como en la Federación de la Madera Construcción y Afines de UGT como uno de los principales dirigentes de las movilizaciones que se llevaron a cabo.
La Transición, para algunos historiadores, es el período que comprende desde la muerte de Franco hasta la victoria del PSOE en 1982. Para la mayoría de los jóvenes que están en torno a los 35 años sería conveniente darles a conocer desde distintos enfoques ese período porque ha habido mucha manipulación por el poder burgués, porque ellos dan su versión de los acontecimientos, como si hubiesen sido sólo las derechas y los dirigentes políticos, los que consiguieron voluntariamente poner fin a la dictadura franquista, como si la clase obrera no hubiese actuado, como si la lucha obrera no hubiese existido.
La clase trabajadora y sus movilizaciones de masas siempre son el verdadero artífice de cualquier cambio, como históricamente está demostrado. La lucha de la clase obrera, y sólo ella, fue en realidad el factor determinante en la caída de los restos de la dictadura franquista. Toda lucha es siempre una experiencia de la que podemos aprender. El libro mencionado es un pequeño resumen de los acontecimientos; intenta explicar los procesos que se sucedieron y reflejar el estado de ánimo y espíritu de lucha de las masas que representaba, como en la mayoría de los territorios del Estado español, la fuerza de la clase obrera cuando se pone en movimiento, así como los deseos de cambiar radicalmente la sociedad y liberarse de la situación de sobreexplotación que se sufría, tanto por la brutalidad de los anticuados métodos de trabajo y las condiciones insufribles de opresión vivida en muchos tajos, como por la asfixiante situación de falta de libertades a las que nos sometía la dictadura franquista.
El libro explica las enormes luchas socio-políticas del momento y los enfrentamientos con la patronal en las negociaciones de los convenios, la movilización de los trabajadores y a veces con la participación de sus familias cuando se recrudecía la lucha, cómo se consideraba cualquier ataque a un trabajador un ataque a todos los trabajadores y la respuesta solidaria era inmediata, existiendo una gran repercusión de las movilizaciones en los medios de comunicación con entrevistas directas a los trabajadores.
Es importante señalar cómo el modelo de negociación de los convenios, basado en las asambleas de fábrica y de sector, se fue perdiendo después de los Pactos de la Moncloa y se transformó en una práctica basada principalmente en la negociación por arriba, sin contar con la participación de los trabajadores a la hora de debatir las reivindicaciones y aprobar o rechazar los acuerdos con la patronal.
Cuando el PSOE se preparaba para llegar al gobierno, se produce un giro a la derecha en las direcciones, lo que propició que se tratase de silenciar todas las voces críticas en UGT, el sindicato donde militaba Pepe Martín. Como el autor explica en el libro se dieron una oleada de expulsiones por motivos políticos, ante la resistencia de muchos trabajadores socialistas, tanto de UGT como del PSOE, cuando se plantea el abandono del marxismo, siendo él también uno de los sancionados y represaliados.
Desde aquella época muchos acontecimientos se han sucedido. Triunfos y derrotas, alzas y bajas en las oleadas de lucha, euforias en momentos en que ganan las izquierdas y apatía y abstención, como ha ocurrido en estas elecciones al Parlamento Europeo, donde cerca del 60 % de los ciudadanos no han ido a votar. En aquella época, la abstención de millones de trabajadores y jóvenes en las elecciones de 1996, defraudados con la política antiobrera de la Socialdemocracia propició el triunfo del PP.
Luego en el 2000 la abstención se incrementa y la derecha se alza con la mayoría absoluta. A partir de entonces los trabajadores y sobre todo los jóvenes pudieron comprobar en sus carnes la auténtica cara de la derecha española: ataques a los trabajadores, a los desempleados, a los jornaleros, criminalización de la juventud, desmantelamiento de la enseñanza pública, una escalada represiva sin precedentes vinculada a recortes drásticos de los derechos democráticos y, por último, la guerra imperialista contra Irak, capitaneadas por el Trío de las Azores, cuyo representante máximo del PP, el Señor Aznar, sigue haciendo gala de que repetiría su hazaña bélica.
Pero contrariamente a lo que predecían los escépticos y los cínicos, la respuesta de la inmensa mayoría de la población contra estos ataques reaccionarios y la política belicista del PP, le costó una derrota al partido de la reacción que ha sido heredado por el Señor Rajoy. Ahora, después de dos derrotas electorales en las generales, confunden el pequeño avance de las Europeas con el triunfo para llegar a la Moncloa, reanudando la campaña permanente para derribar a Zapatero, como en las pasadas confrontaciones, no dudando de nuevo, como lo harán, en movilizar a su “ejército pancartero de las sotanas”, porque la derecha española del PP siempre tira al monte y los ataques serán cada vez más furibundos.
Volviendo a la historia, en la década de los setenta e inicio de los ochenta, los dirigentes de los sindicatos y partidos obreros, en lugar de luchar por forzar la ruptura democrática con el régimen anterior, que era la posición unánime de la mayoría de los partidos de izquierdas en la primera fase, basándose en la firmeza, la fuerza y el alto nivel de conciencia alcanzado por los trabajadores, cambiaron su posición sin un debate a fondo entre las bases, que estaban mucho más a la izquierda que ellos, y optaron por el consenso, aceptando participar en la componenda de “reformar el régimen”, lo que dio lugar a un sistema electoral y una Constitución que ha permitido mantener aspectos regresivos todavía después de más de treinta años transcurridos.
Uno de los ejemplos es la injusta ley D´Hondt, que favorece a la derecha y a los grandes partidos, machacando literalmente a las minorías; Otra cuestión anacrónica es la actual composición del Senado, que sirve de contrapeso por si las aspiraciones del pueblo van más allá de donde las clases dominantes permiten que se vaya, y otros métodos de democracia “orgánica” y rémoras del franquismo en cuanto a la modernización del Estado, incluso visto desde la perspectiva de una “democracia burguesa moderna”, nos muestra el déficit democrático permanente que arrastramos en este llamado Estado Plural de las Autonomías. No se llegaron a depurar los cuerpos represivos (Policía, Guardia Civil) ni el Ejército, y todavía hoy, está prohibida la libre sindicación de la Guardia Civil y no se permiten los sindicatos de soldados, derecho reconocido en muchos países de Europa.
En la práctica tampoco existe el derecho a la negociación colectiva de los funcionarios ni muchos de los derechos recogidos en el Estatuto de los Trabajadores, violado a diario por los empresarios. Es un procedimiento todavía antidemocrático que permanece, que se ha intentado resolver, pero todavía sin conseguirlo, siendo este método actual bastante regresivo para la democracia, al igual que se impuso la Monarquía y se negó el legítimo derecho de autodeterminación de todos y cada uno de los pueblos del Estado a decidir qué tipo de salida política quería y las relaciones que libremente quisieran tener con los demás pueblos del Estado, de Europa y el mundo, pues el referéndum lógico habría sido “monarquía o república”.
La política del consenso parió un aborto, un híbrido, o sea, una constitución capitalista con algunos arreglos y rasgos sociales. Pero analizada la cuestión bajo el prisma de la teoría marxista, que recoge los intereses del movimiento obrero, “el Estado es un aparato coercitivo, un grupo de hombres armados al servicio de la clase dominante, para defender los intereses capitalistas y someter a la clase obrera”. De esto se deduce que no existe ningún Estado neutral, que esté por encima de las clases, que satisfaga la reconciliación total entre clases irreconciliables. Por tanto, un gobierno que mantiene en su ley básica la defensa de la propiedad privada y el libre mercado va a servir únicamente a los intereses de los capitalistas.
En este sentido, otorgarle al Gobierno de entonces, en definitiva a la burguesía franquista, como hicieron los líderes de los partidos mayoritarios del movimiento obrero, poderes para suspender garantías constitucionales, autorización para intervenir en los conflictos laborales, trabas al derecho de huelga y otras cortapisas, significaba que esos resortes del Poder que permanecían en sus manos podrían volverse contra la clase obrera más tarde, pero lo más dramático es que, después de largos periodos de Gobiernos Socialistas, este estado de cosas permanezca.
Los máximos responsables de los partidos de la izquierda parlamentaria no entendieron, como la historia del movimiento obrero nos enseña, que en última instancia, la burguesía, para mantener su dominación, sus intereses y sus beneficios sólo tiene en cuenta la correlación de fuerzas, y no los papeles, las leyes ni las constituciones, o quizás sí lo sabían, y entonces la cuestión se complica en el análisis, como dejadez consciente de sus funciones de dirección, calificándose esto con un nombre muy concreto.
Ésa puede ser la explicación de por qué y cómo la burguesía española pasó sin quebranto alguno del cretinismo dictatorial franquista al cretinismo parlamentario juancarlista, y los partidos obreros tiraron por la borda sus ideologías, sus análisis, sus teorías y, con ello, la práctica de la lucha de clases para poder avanzar hacia la conquista de una sociedad socialista.
Por lo dicho, la conclusión que tenemos que sacar es que la Constitución es un convenio entre fuerzas, que en un momento determinado firmaron los representantes obreros bajo presión del golpe permanente, que beneficiaba mayormente los intereses de la gran patronal, que optó por una Carta Magna con un contenido en teoría progresista —se reconocen los derechos civiles—, para luego, cuando la correlación de fuerzas cambia y las ansias de lucha se ralentizan y entran en declive, no desarrollarla, negar lo fundamental, no avanzar hacia las conquistas sociales o incluso, como plantea en la actualidad los representantes del imperialismo capitalista, se preparan para ataques contra el movimiento obrero e intentan cargar los costos de la crisis sobre las espaldas de los trabajadores, cuando los momentos electorales les sean propicios, por lo que alertamos a la clase trabajadora de la necesidad de reforzar y potenciar nuestras organizaciones de clase, tanto a escala sindical como política.
Los trabajadores no podemos ser indiferentes a las cuestiones legales y constitucionales. Aunque la posición correcta del movimiento obrero es defender nuestra independencia de clase y luchar como
Clase por una sociedad más justa, más libre e igualitaria, una sociedad socialista —con todas las libertades para el trabajador y basada en un régimen de democracia económica, autogestionaria, social y política—, tendremos que seguir luchando para democratizar lo máximo posible el régimen burgués, por medio de la lucha de clases, que, como dicen los clásicos, es el motor de la historia.
Hubiese sido preferible, y todavía no es tarde para luchar por ello, la conquista de un parlamento libre del control del ejército, de burócratas y funcionarios privilegiados y vitalicios, muchos de ellos corruptos
y en connivencia con banqueros y especuladores, fieles representantes de las cloacas pútridas del sistema —que dan la imagen de qué significa el sistema capitalista, basado en la obtención del máximo beneficio “caiga quien caiga”— y que son los mismos que han engordado durante décadas sus bolsillos a costa del pueblo trabajador. Esto significa que sigue siendo necesaria la depuración de todas las instituciones donde se refugian los “manijeros” de esas 200 familias de archimillonarios que utilizan el aparato del Estado en su propio provecho.
Un Estado verdaderamente democrático exige la disolución de los cuerpos de represión de los trabajadores y el control democrático directo de todos los estamentos de la administración pública, a través de órganos elegidos democráticamente y compuestos por representantes de los trabajadores, sindicatos, asociaciones de vecinos, amas de casa, pequeños comerciantes y otros colectivos como ecologistas, pacifistas, organizaciones no gubernamentales, etc., que son los que representan la auténtica mayoría democrática de la sociedad y no los representantes de banqueros, especuladores y explotadores. Para ello se requiere luchar por la supresión de los secretos bancarios y el secreto de Estado, en nombre del cual tantas fechorías se han cometido, lo que es inadmisible en un Estado que se quiera llamar democrático.
Con esas medidas firmes, entonces como ahora, se hubiese conseguido la ruptura democrática, limpiando el sistema de sus anquilosados vicios y eliminando las trabas legales que impiden el triunfo de la verdadera libertad de los ciudadanos y se hubiese evitado el bochorno de la especie de competición entre los arribistas y oportunistas de los partidos políticos, contaminados de tránsfugas, corruptos e indeseables que al pueblo tanto asquea, con esa competición obscena a ver quién se cambia la chaqueta con más agilidad y notándosele menos, muchos de ellos para medrar y conquistar enormes patrimonios privados, bajo la falsa excusa de que están desempeñando un “servicio a la sociedad”. Porque, como dijo el rey Salomón, que tenía fama de justo, “aquel que se enriquece muy rápidamente, no será muy inocente”.
Para ilustrar un poco más los procesos de aquella época y haciendo honor al título que hemos elegidos para este comentario de la fecha tan señalada del 15-J sobre los momentos cruciales en el debate que versaba sobre la controversia de si la salida sería mediante la Ruptura democrática o la Reforma política del franquismo, la historia ha dejado claro lo que sucedió. No obstante, a los que estamos inquietos con la situación que se avecina en la próxima década, bajo la colosal presión de la recesión por la que transitamos, nos parece conveniente sacar a colación un resumen del mencionado libro donde se reflejan algunos de los acontecimientos de aquella época, así como profundizar en los análisis para sacar las conclusiones pertinentes, porque como dice el refrán “el pueblo que no aprende de su historia está condenado a repetirla”.
AREA DE INFORMACIÓN Y COMUNICACIÓN.
IZQUIERDA SOCIALISTA DE MÁLAGA-PSOE.A
Fuente: Extracto del Libro “REBELION OBRERA EN TEJAS Y LADRILLOS”
(Campanillas 1976-1977).
Autor: Pepe Martín.
Editorial: Fundación de Estudios Socialistas “Federico Engels”.
(Puede solicitarlo por teléfono al 952.276.563 )
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Hola:
ResponderEliminarEs muy interesante. Lástima que todavía la censura no haya terminado.
Salud y socialismo.
jpm