Parte 5 final): Capítulos
13.- Revolución y contrarrevolución
14.- Azaña.
15.- ¡¡NO PASARAN¡¡
…/…Cuando Azaña fue elegido
presidente de la República y una mayoría de miembros de los partidos
republicanos coaligados en el Frente Popular coparon las carteras
ministeriales, el objetivo de estos fue restablecer el “equilibrio” capitalista
en medio de una situación extrema de polarización social y política.
Rearmando a los guardias de asalto y
dando instrucciones concretas a la guardia civil, el gobierno Azaña intentó
impedir a toda costa la revolución: no dudó en reprimir el movimiento de las
masas y logró que las cárceles, vacías de presos políticos tras las primeras
jornadas de febrero, fueran llenándose con militantes sindicalistas y
anarquistas.
Mientras, la burguesía ya había decidido
la partitura que interpretaría. Pocos días después de la formación del gobierno
y con Franco ya destinado a la división militar de Canarias, se celebró una
reunión a la que asistieron él mismo, los generales Mola, Orgaz, Varela,
González Carrasco, Rodríguez del Barrio y el teniente coronel Valentín Galarza,
para acordar los planes del alzamiento.
Todo este movimiento de sables, que
contaba con el respaldo de la burguesía, no permanecía secreto dentro de las
paredes de las casas de oficiales y cuartos de bandera.
Eran constantes los rumores y las
informaciones que revelaban la existencia de estos planes. ¿Qué hizo la
República, presidida por el “progresista” Azaña para conjurar esta amenaza? Nada, absolutamente nada.
14.- Azaña.
"Cuando
Azaña fue elegido presidente de la República, el objetivo fue restablecer el equilibrio
capitalista".
Julio Busquets, reconocido dirigente de
la Unión Militar Democrática en los años de la Transición, explica el
comportamiento del gobierno republicano en aquellos días decisivos:
“Cuando el golpe de Estado era inminente
y la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA) había hecho acopio de toda
la información al respecto, se entrevistaron con Casares Quiroga, jefe del
gobierno, para exponerle la gravedad de la situación y exigirle una respuesta
inmediata. La reunión tuvo lugar el 16 de julio y se le pidió que aplicara las
siguientes medidas:
1) Pasar a disponibles forzosos a
diferentes militares entre los cuales se encontraban los generales Franco,
Goded, Mola, Fanjul y Varela, los coroneles Aranda y Alonso Vega, el teniente
coronel Yagüe, y el comandante García Valiño.
2) La rápida inspección de todas las
guarniciones por parte de delegados gubernativos, que informasen a la tropa de
los graves riesgos de insurrección.
3) Creación de seis unidades especiales
con personal y mandos de total confianza, con sede en Madrid, Barcelona,
Valencia, Sevilla, Zaragoza, Bilbao, destinada a abortar cualquier insurrección
militar en sus zonas de influencia.
4) La detención inmediata y depuración
de los miembros sospechosos de pertenecer a la Unión Militar Española (UME).
5) Disolución del ejército, en último
caso, con el fin de abortar el golpe. (...)
Confundiendo deseos con realidades,
Casares Quiroga afirmó que no había peligro de insurrección y se negó a aplicar
ninguna de las medidas que le planteó la UMRA. Argumentó que éstas pondrían
verdaderamente en contra de la República a todo el Ejército y que lo que
pretendían los militares de la UMRA era desplazar a los militares citados en el
escalafón para ocuparlo ellos. Obviamente, Casares Quiroga temía en ese momento
más una insurrección revolucionaria de izquierdas que un golpe de derechas...”.
(4).
Los preparativos militares en los
cuarteles se combinaban con las acciones terroristas de las bandas fascistas de
la Falange, especializadas en asesinar obreros y atacar los locales de los
partidos de izquierda y los sindicatos.
Finalmente, el 17 de julio la Guarnición
de Marruecos se levantó en armas y el resto de las guarniciones militares
telegrafiadas por Franco prepararon todos los operativos.
Aunque el gobierno republicano tenía un
conocimiento exhaustivo del levantamiento militar, se negó en redondo a tomar
ninguna medida para evitar su extensión: durante 48 horas dejaron todo el
terreno libre a los golpistas —sin movilizar las fuerzas leales del ejército ni
impartir una sola orden— mientras se negaban a armar al pueblo.
Lo que siguió fue la lucha heroica del
proletariado y los campesinos pobres contra las fuerzas de la
contrarrevolución.
La derrota de los golpistas en Madrid,
Barcelona, Valencia, Bilbao, Gijón, etc., gracias a la resistencia armada de
los obreros y campesinos anarquistas, socialistas, comunistas, poumistas, que
desoyeron los consejos traicioneros del gobierno republicano y pasaron por
encima de la política paralizante de sus direcciones, abrió una nueva etapa.
Los obreros en armas incautaron la
propiedad de los capitalistas y se hicieron con el control de las fábricas,
ocuparon la tierra y la colectivizaron.
El poder real pasó a las manos de
cientos de comités revolucionarios que se establecieron en todos los
territorios donde el golpe fracasó: derogaron los gobiernos municipales
republicanos, sustituyeron la justicia burguesa por tribunales revolucionarios
integrados por representantes de las organizaciones proletarias, acabaron con
la policía republicana que fue reemplazada por las Patrullas de Control de
milicianos armados que velaban por el nuevo orden revolucionario.
Se organizó el poder militar de la clase
obrera sobre la base de las milicias... En definitiva, de las ruinas de la
democracia burguesa, y empujado por el golpe militar, surgió el embrión de un
nuevo poder obrero y socialista.
En los tres años siguientes de guerra y
revolución, el proletariado y los campesinos que habían demostrado un instinto
revolucionario y un heroísmo sin parangón en los campos de batalla, no
dispusieron de una organización capaz de completar con éxito lo que habían
logrado conquistar el 19 de julio.
Carecieron de un partido bolchevique
como en Rusia durante octubre de 1917. Los dirigentes reformistas de la
izquierda, encabezados por el estalinismo, se esforzaron con todos los medios a
su alcance por eliminar las realizaciones revolucionarias de las primeras
semanas.
Bajo la consigna de la “defensa de la
República”, y con la llave del suministro de armas que Stalin abría y cerraba
en función de sus intereses, los gobiernos del Frente Popular restablecieron el
viejo aparato del Estado burgués en territorio republicano.
Con el pretexto de conseguir el apoyo de
las potencias “democráticas”, de Francia y Gran Bretaña, que por otra parte
habían ideado la traicionera política de la no intervención, se eliminó
cualquier rastro de la revolución: las colectivizaciones, el control obrero de
la industria y las milicias obreras.
El Ejército republicano distaba mucho de
ser un ejército rojo para luchar por el socialismo con una política
internacionalista, la única forma de vencer al Ejército franquista respaldado
por Hitler y Mussolini.
A pesar del heroísmo de cientos de miles
de combatientes y la entrega desinteresada de los brigadistas internacionales,
la política del gobierno arruinó todas las posibilidades de victoria.
Al cabo de tres años, la
contrarrevolución fascista no sólo suprimió la República, asesinó a cientos de
miles de los mejores luchadores de la clase obrera y aniquiló sus
organizaciones, estableciendo las bases para una dictadura sangrienta.
15.- ¡¡NO PASARAN¡¡
"En los tres años siguientes de
guerra y revolución, el proletariado y los campesinos siguieron demostrando un
instinto revolucionario y un heroísmo sin parangón en los campos de
batalla"
Las lecciones de la II República son una fuente de inspiración inagotable, y deben ser estudiadas con atención por la nueva generación de jóvenes y trabajadores que abrazan las ideas del socialismo. De ellas se desprende una conclusión inequívoca: sólo hay una República por la que merezca la pena luchar:
¡La República Socialista de los trabajadores!
Nota
(4).
Julio Busquets, Ruido de Sables. Las conspiraciones militares en la España del
siglo XX, Crítica, Barcelona 2003, p 67.
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