13 de mayo de 2022

Parte 5 final): LA REPÚBLICA DE LOS TRABAJADORES.


Parte 5 final): Capítulos

13.- Revolución y contrarrevolución

14.- Azaña.

15.- ¡¡NO PASARAN¡¡

 …/…Cuando Azaña fue elegido presidente de la República y una mayoría de miembros de los partidos republicanos coaligados en el Frente Popular coparon las carteras ministeriales, el objetivo de estos fue restablecer el “equilibrio” capitalista en medio de una situación extrema de polarización social y política.

Rearmando a los guardias de asalto y dando instrucciones concretas a la guardia civil, el gobierno Azaña intentó impedir a toda costa la revolución: no dudó en reprimir el movimiento de las masas y logró que las cárceles, vacías de presos políticos tras las primeras jornadas de febrero, fueran llenándose con militantes sindicalistas y anarquistas.

Mientras, la burguesía ya había decidido la partitura que interpretaría. Pocos días después de la formación del gobierno y con Franco ya destinado a la división militar de Canarias, se celebró una reunión a la que asistieron él mismo, los generales Mola, Orgaz, Varela, González Carrasco, Rodríguez del Barrio y el teniente coronel Valentín Galarza, para acordar los planes del alzamiento.

Todo este movimiento de sables, que contaba con el respaldo de la burguesía, no permanecía secreto dentro de las paredes de las casas de oficiales y cuartos de bandera.

Eran constantes los rumores y las informaciones que revelaban la existencia de estos planes. ¿Qué hizo la República, presidida por el “progresista” Azaña para conjurar esta amenaza?  Nada, absolutamente nada.

 

14.- Azaña.

      "Cuando Azaña fue elegido presidente de la República, el objetivo fue restablecer el equilibrio capitalista".

Julio Busquets, reconocido dirigente de la Unión Militar Democrática en los años de la Transición, explica el comportamiento del gobierno republicano en aquellos días decisivos:

“Cuando el golpe de Estado era inminente y la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA) había hecho acopio de toda la información al respecto, se entrevistaron con Casares Quiroga, jefe del gobierno, para exponerle la gravedad de la situación y exigirle una respuesta inmediata. La reunión tuvo lugar el 16 de julio y se le pidió que aplicara las siguientes medidas:

1) Pasar a disponibles forzosos a diferentes militares entre los cuales se encontraban los generales Franco, Goded, Mola, Fanjul y Varela, los coroneles Aranda y Alonso Vega, el teniente coronel Yagüe, y el comandante García Valiño.

2) La rápida inspección de todas las guarniciones por parte de delegados gubernativos, que informasen a la tropa de los graves riesgos de insurrección.

3) Creación de seis unidades especiales con personal y mandos de total confianza, con sede en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Bilbao, destinada a abortar cualquier insurrección militar en sus zonas de influencia.

4) La detención inmediata y depuración de los miembros sospechosos de pertenecer a la Unión Militar Española (UME).

5) Disolución del ejército, en último caso, con el fin de abortar el golpe. (...)

Confundiendo deseos con realidades, Casares Quiroga afirmó que no había peligro de insurrección y se negó a aplicar ninguna de las medidas que le planteó la UMRA. Argumentó que éstas pondrían verdaderamente en contra de la República a todo el Ejército y que lo que pretendían los militares de la UMRA era desplazar a los militares citados en el escalafón para ocuparlo ellos. Obviamente, Casares Quiroga temía en ese momento más una insurrección revolucionaria de izquierdas que un golpe de derechas...”. (4).

Los preparativos militares en los cuarteles se combinaban con las acciones terroristas de las bandas fascistas de la Falange, especializadas en asesinar obreros y atacar los locales de los partidos de izquierda y los sindicatos.

Finalmente, el 17 de julio la Guarnición de Marruecos se levantó en armas y el resto de las guarniciones militares telegrafiadas por Franco prepararon todos los operativos.

Aunque el gobierno republicano tenía un conocimiento exhaustivo del levantamiento militar, se negó en redondo a tomar ninguna medida para evitar su extensión: durante 48 horas dejaron todo el terreno libre a los golpistas —sin movilizar las fuerzas leales del ejército ni impartir una sola orden— mientras se negaban a armar al pueblo.

Lo que siguió fue la lucha heroica del proletariado y los campesinos pobres contra las fuerzas de la contrarrevolución.

La derrota de los golpistas en Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Gijón, etc., gracias a la resistencia armada de los obreros y campesinos anarquistas, socialistas, comunistas, poumistas, que desoyeron los consejos traicioneros del gobierno republicano y pasaron por encima de la política paralizante de sus direcciones, abrió una nueva etapa.

Los obreros en armas incautaron la propiedad de los capitalistas y se hicieron con el control de las fábricas, ocuparon la tierra y la colectivizaron.

El poder real pasó a las manos de cientos de comités revolucionarios que se establecieron en todos los territorios donde el golpe fracasó: derogaron los gobiernos municipales republicanos, sustituyeron la justicia burguesa por tribunales revolucionarios integrados por representantes de las organizaciones proletarias, acabaron con la policía republicana que fue reemplazada por las Patrullas de Control de milicianos armados que velaban por el nuevo orden revolucionario.

Se organizó el poder militar de la clase obrera sobre la base de las milicias... En definitiva, de las ruinas de la democracia burguesa, y empujado por el golpe militar, surgió el embrión de un nuevo poder obrero y socialista.

En los tres años siguientes de guerra y revolución, el proletariado y los campesinos que habían demostrado un instinto revolucionario y un heroísmo sin parangón en los campos de batalla, no dispusieron de una organización capaz de completar con éxito lo que habían logrado conquistar el 19 de julio.

Carecieron de un partido bolchevique como en Rusia durante octubre de 1917. Los dirigentes reformistas de la izquierda, encabezados por el estalinismo, se esforzaron con todos los medios a su alcance por eliminar las realizaciones revolucionarias de las primeras semanas.

Bajo la consigna de la “defensa de la República”, y con la llave del suministro de armas que Stalin abría y cerraba en función de sus intereses, los gobiernos del Frente Popular restablecieron el viejo aparato del Estado burgués en territorio republicano.

Con el pretexto de conseguir el apoyo de las potencias “democráticas”, de Francia y Gran Bretaña, que por otra parte habían ideado la traicionera política de la no intervención, se eliminó cualquier rastro de la revolución: las colectivizaciones, el control obrero de la industria y las milicias obreras.

El Ejército republicano distaba mucho de ser un ejército rojo para luchar por el socialismo con una política internacionalista, la única forma de vencer al Ejército franquista respaldado por Hitler y Mussolini.

A pesar del heroísmo de cientos de miles de combatientes y la entrega desinteresada de los brigadistas internacionales, la política del gobierno arruinó todas las posibilidades de victoria.

Al cabo de tres años, la contrarrevolución fascista no sólo suprimió la República, asesinó a cientos de miles de los mejores luchadores de la clase obrera y aniquiló sus organizaciones, estableciendo las bases para una dictadura sangrienta.

 

15.- ¡¡NO PASARAN¡¡

"En los tres años siguientes de guerra y revolución, el proletariado y los campesinos siguieron demostrando un instinto revolucionario y un heroísmo sin parangón en los campos de batalla"

Las lecciones de la II República son una fuente de inspiración inagotable, y deben ser estudiadas con atención por la nueva generación de jóvenes y trabajadores que abrazan las ideas del socialismo. De ellas se desprende una conclusión inequívoca: sólo hay una República por la que merezca la pena luchar: 

¡La República Socialista de los trabajadores!


(*)Fuente: https://www.fundacionfedericoengels.net/index.php/2-uncategorised/20-85-anos-del-14-de-abril-revolucion-social-y-segunda-republica

 Nota (4). Julio Busquets, Ruido de Sables. Las conspiraciones militares en la España del siglo XX, Crítica, Barcelona 2003, p 67.

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