9 de mayo de 2022

LA REPÚBLICA DE LOS TRABAJADORES. (Parte 1)

 


El pasado mes de Abril se cumplió el 91 aniversario de la proclamación de la II República y hemos elaborado un extracto que publicaremos durante esta semana, que contiene cinco Partes de la Historia, basada en el Libro: Revolución Social y Segunda República, (*) que hemos resumido en cinco cortos textos que ponemos a disposición de nuestros lectores, con estos 3 primeros capítulos:

1.- La proclamación de la Segunda República y las tareas de la revolución democrático-burguesa.

2.- Proclamación de la República.

3.- Las ‘reformas’ del gobierno de conjunción republicano-socialista.

…/…”El 14 de abril de 1931,  la monarquía de Alfonso XIII era derribada tras meses de movimientos huelguísticos, manifestaciones de masas y agitación política a lo largo y ancho de todo el Estado español.

Con la proclamación de la Segunda República, el proceso revolucionario entraba en una fase trascendental que culminaría en el golpe militar del 18 de julio de 1936 y en la insurrección obrera que lo derrotó en las  principales ciudades.

En los tres años siguientes, la clase trabajadora y los campesinos sin tierra realizaron una auténtica epopeya: combatieron con las armas en la mano al fascismo y llevaron a cabo la revolución social, enfrentándose al sabotaje de las llamadas democracias  occidentales y a la traición del estalinismo. La derrota de los trabajadores y el triunfo de la dictadura franquista, los cientos de miles de fusilamientos, los campos de concentración y las cárceles, el miedo infinito, la represión generalizada… forma parte del patrimonio de nuestra lucha de clases, de las páginas más heroicas escritas por millones de hombres y mujeres anónimos que se levantaron contra la opresión y lo dieron todo por un futuro mejor.

Conocer, estudiar y asimilar las lecciones de aquel periodo revolucionario, es imprescindible si queremos enfrentarnos con éxito a la tarea que sigue pendiente y que es igual de necesaria que entonces: la transformación socialista de la sociedad.

 

1.- La proclamación de la Segunda República y las tareas de la revolución democrático-burguesa.

 

A finales el 1930, y tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera, la monarquía de Alfonso XIII estaba corroída por la crisis económica, la contestación social de amplias capas de la pequeña burguesía, los estudiantes y el movimiento obrero. Carente de base social, los jefes monárquicos intentaron ganar tiempo convocando para el 12 de abril de 1931 elecciones municipales, con la esperanza de contener el movimiento y lograr el apoyo de los sectores republicanos al establecimiento de una monarquía constitucional. Pero ya era tarde. A pesar del fraude y la intervención de los caciques monárquicos en las zonas rurales, el triunfo de las candidaturas republicano-socialistas fue masivo en las grandes ciudades.

El júbilo de las masas se desató en las principales capitales y localidades del país, dónde la República fue proclamada en los ayuntamientos.

 

2.- Proclamación de la República.

"El triunfo de las candidaturas republicano-socialistas fue masivo en las grandes ciudades, donde la República fue proclamada en los ayuntamientos."

Con una correlación de fuerzas tan desfavorable, la burguesía —que había sostenido la monarquía alfonsina y su régimen represivo durante décadas— no pudo impedir la proclamación de la República y mucho menos utilizar al ejército para reprimir al movimiento. Los capitalistas consideraron la República un mal menor mientras trataban de ganar tiempo.

En aquellas jornadas históricas, los dirigentes socialistas y republicanos que se auparon a la dirección del movimiento manifestaron grandes vacilaciones y una enorme desconfianza hacia las masas revolucionarias. Cuando Alfonso XIII tomó el camino del exilio, el mayor afán del gobierno provisional —una coalición entre los republicanos burgueses y los dirigentes del PSOE— fue encarrilar los acontecimientos hacia el terreno del parlamentarismo y la concordia con la clase dominante. En concreto, los dirigentes socialistas estaban completamente persuadidos que su coalición con la burguesía republicana les permitiría llevar a cabo las transformaciones democráticas radicales que en Inglaterra o Francia se habían realizado con las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII: crear las bases materiales de un capitalismo avanzado, aprobar la reforma agraria, lograr la separación entre la Iglesia y el Estado, el avance de la enseñanza pública, la modernización del Ejército, la creación de un cuerpo de leyes que velara por las libertades de reunión, expresión y organización, la resolución del problema nacional, especialmente en Catalunya…

Pero una estrategia semejante tenía contrapartidas: el proletariado revolucionario tenía que subordinarse a la burguesía republicana hasta que, en teoría, las organizaciones obreras fuesen lo suficientemente fuertes dentro de las instituciones políticas y económicas del nuevo  régimen. Sólo entonces se podría hablar de luchar por el socialismo. Este enfoque etapista defendido por los teóricos del reformismo socialdemócrata falseaba tanto las condiciones materiales del desarrollo capitalista, como la propia estructura de clases de la sociedad.

En el caso del Estado español, pero también en Rusia y en los países de desarrollo capitalista tardío, la burguesía unió muy pronto sus intereses a los de los viejos poderes establecidos. Nunca protagonizó una revolución como en Francia o Gran Bretaña. Por el contrario, recurrió constantemente a acuerdos con las viejas clases nobiliarias con las que compartía los beneficios de la propiedad terrateniente. La consolidación del régimen burgués no significó ningún cambio fundamental para el campesinado. La clase dominante española optó por conservar las bases de un capitalismo agrario extensivo, latifundista y expropiador de la masa campesina.

Los grandes industriales, muy vinculados a la gran propiedad agraria, utilizaron las ventajas políticas del régimen monárquico para obtener sus beneficios de los bajos salarios de la clase obrera, de extensas jornadas laborales y la  represión sistemática de los sindicatos, especialmente de los anarcosindicalistas. La industrialización era débil y desigual, vastos territorios muy atrasados con otros, como Cataluña y Vizcaya, que concentraban la parte del león de las industrias extractivas, siderúrgicas y textiles y, por supuesto, los batallones pesados del proletariado. Esta configuración del capitalismo nacional también añadió una fuerte dependencia del capital exterior, especialmente del inglés y francés, que monopolizaron sectores enteros, como la minería del cobre, plomo, hierro...

En definitiva, la aristocracia empresarial y los grandes propietarios agrarios, muchos de ellos nobles aburguesados, se fundían con los grandes banqueros, para conformar el bloque dominante de poder, las famosas cien familias que controlaban la vida económica y política del país.

La historia del capitalismo español pronto puso de relieve el carácter profundamente contrarrevolucionario de la burguesía nacional y su completa renuncia a liderar consecuentemente la lucha por las demandas democráticas. Como demostró la experiencia del octubre ruso de 1917 y la oleada revolucionaria que sacudió Europa tras las Primera Guerra Mundial, sólo la clase obrera aliada del campesinado pobre podría llevar a cabo la solución de las tareas democráticas y la eliminación de este bloque de poder que impedía el avance social. Y esta solución implicaba la lucha por el derrocamiento revolucionario de la burguesía acabando con su monopolio del poder político y económico.

 

3.- Las ‘reformas’ del gobierno de conjunción republicano-socialista.

El atraso del capitalismo español se manifestaba en la posición predominante de la agricultura en la economía nacional: aportaba el 50% de la renta y constituía dos tercios de las exportaciones. Aproximadamente el 60% de la población se concentraba en el medio rural, malviviendo en condiciones de extrema explotación, salarios miserables y sufriendo penurias periódicas entre cosecha y cosecha. Dos tercios de la tierra cultivable estaban en manos de grandes y medianos propietarios. En la mitad sur, el 75% de la población tenía el 4,7% de la tierra mientras el 2% poseía el 70%.

La clase trabajadora, que superaba los tres millones en todo el país, había dado muestras sobradas de sus tradiciones combativas y de la potencia de sus organizaciones. No en vano, los campesinos y trabajadores habían protagonizado tres años de lucha revolucionaria durante el llamado trienio bolchevique (1918-1920), habían derrocado a la monarquía, y se agrupaban en grandes sindicatos de masas, la UGT y la CNT, que pronto sufrieron la radicalización de su militancia de base.

(Continuará mañana con la Parte 2)

Capítulos:  

4.- Gobierno Republicano-Socialista.

5.- La Iglesia.

(*)Fuente: https://www.fundacionfedericoengels.net/index.php/2-uncategorised/20-85-anos-del-14-de-abril-revolucion-social-y-segunda-republica

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