El pasado mes de Abril se cumplió el 91 aniversario de la proclamación de la II República y hemos elaborado un extracto que publicaremos durante esta semana, que contiene cinco Partes de la Historia, basada en el Libro: Revolución Social y Segunda República, (*) que hemos resumido en cinco cortos textos que ponemos a disposición de nuestros lectores, con estos 3 primeros capítulos:
1.- La proclamación de la Segunda
República y las tareas de la revolución democrático-burguesa.
2.- Proclamación de la República.
3.-
Las ‘reformas’ del gobierno de conjunción republicano-socialista.
…/…”El 14 de abril de 1931, la monarquía de Alfonso XIII era derribada
tras meses de movimientos huelguísticos, manifestaciones de masas y agitación
política a lo largo y ancho de todo el Estado español.
Con la proclamación de la Segunda
República, el proceso revolucionario entraba en una fase trascendental que
culminaría en el golpe militar del 18 de julio de 1936 y en la insurrección
obrera que lo derrotó en las principales
ciudades.
En los tres años siguientes, la clase
trabajadora y los campesinos sin tierra realizaron una auténtica epopeya:
combatieron con las armas en la mano al fascismo y llevaron a cabo la
revolución social, enfrentándose al sabotaje de las llamadas democracias occidentales y a la traición del estalinismo.
La derrota de los trabajadores y el triunfo de la dictadura franquista, los
cientos de miles de fusilamientos, los campos de concentración y las cárceles,
el miedo infinito, la represión generalizada… forma parte del patrimonio de
nuestra lucha de clases, de las páginas más heroicas escritas por millones de
hombres y mujeres anónimos que se levantaron contra la opresión y lo dieron
todo por un futuro mejor.
Conocer, estudiar y asimilar las
lecciones de aquel periodo revolucionario, es imprescindible si queremos
enfrentarnos con éxito a la tarea que sigue pendiente y que es igual de
necesaria que entonces: la transformación socialista de la sociedad.
1.- La proclamación de la
Segunda República y las tareas de la revolución democrático-burguesa.
A finales el 1930, y tras la caída de la
dictadura de Primo de Rivera, la monarquía de Alfonso XIII estaba corroída por
la crisis económica, la contestación social de amplias capas de la pequeña
burguesía, los estudiantes y el movimiento obrero. Carente de base social, los
jefes monárquicos intentaron ganar tiempo convocando para el 12 de abril de
1931 elecciones municipales, con la esperanza de contener el movimiento y
lograr el apoyo de los sectores republicanos al establecimiento de una
monarquía constitucional. Pero ya era tarde. A pesar del fraude y la
intervención de los caciques monárquicos en las zonas rurales, el triunfo de
las candidaturas republicano-socialistas fue masivo en las grandes ciudades.
El júbilo de las masas se desató en las
principales capitales y localidades del país, dónde la República fue proclamada
en los ayuntamientos.
2.-
Proclamación de la República.
"El triunfo de las candidaturas
republicano-socialistas fue masivo en las grandes ciudades, donde la República
fue proclamada en los ayuntamientos."
Con una correlación de fuerzas tan
desfavorable, la burguesía —que había sostenido la monarquía alfonsina y su
régimen represivo durante décadas— no pudo impedir la proclamación de la
República y mucho menos utilizar al ejército para reprimir al movimiento. Los
capitalistas consideraron la República un mal menor mientras trataban de ganar
tiempo.
En aquellas jornadas históricas, los
dirigentes socialistas y republicanos que se auparon a la dirección del
movimiento manifestaron grandes vacilaciones y una enorme desconfianza hacia
las masas revolucionarias. Cuando Alfonso XIII tomó el camino del exilio, el
mayor afán del gobierno provisional —una coalición entre los republicanos
burgueses y los dirigentes del PSOE— fue encarrilar los acontecimientos hacia
el terreno del parlamentarismo y la concordia con la clase dominante. En
concreto, los dirigentes socialistas estaban completamente persuadidos que su
coalición con la burguesía republicana les permitiría llevar a cabo las
transformaciones democráticas radicales que en Inglaterra o Francia se habían
realizado con las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII: crear las
bases materiales de un capitalismo avanzado, aprobar la reforma agraria, lograr
la separación entre la Iglesia y el Estado, el avance de la enseñanza pública,
la modernización del Ejército, la creación de un cuerpo de leyes que velara por
las libertades de reunión, expresión y organización, la resolución del problema
nacional, especialmente en Catalunya…
Pero una estrategia semejante tenía
contrapartidas: el proletariado revolucionario tenía que subordinarse a la
burguesía republicana hasta que, en teoría, las organizaciones obreras fuesen
lo suficientemente fuertes dentro de las instituciones políticas y económicas
del nuevo régimen. Sólo entonces se
podría hablar de luchar por el socialismo. Este enfoque etapista defendido por
los teóricos del reformismo socialdemócrata falseaba tanto las condiciones
materiales del desarrollo capitalista, como la propia estructura de clases de
la sociedad.
En el caso del Estado español, pero
también en Rusia y en los países de desarrollo capitalista tardío, la burguesía
unió muy pronto sus intereses a los de los viejos poderes establecidos. Nunca
protagonizó una revolución como en Francia o Gran Bretaña. Por el contrario,
recurrió constantemente a acuerdos con las viejas clases nobiliarias con las
que compartía los beneficios de la propiedad terrateniente. La consolidación
del régimen burgués no significó ningún cambio fundamental para el campesinado.
La clase dominante española optó por conservar las bases de un capitalismo
agrario extensivo, latifundista y expropiador de la masa campesina.
Los grandes industriales, muy vinculados
a la gran propiedad agraria, utilizaron las ventajas políticas del régimen
monárquico para obtener sus beneficios de los bajos salarios de la clase
obrera, de extensas jornadas laborales y la represión sistemática de los sindicatos,
especialmente de los anarcosindicalistas. La industrialización era débil y
desigual, vastos territorios muy atrasados con otros, como Cataluña y Vizcaya,
que concentraban la parte del león de las industrias extractivas, siderúrgicas
y textiles y, por supuesto, los batallones pesados del proletariado. Esta
configuración del capitalismo nacional también añadió una fuerte dependencia
del capital exterior, especialmente del inglés y francés, que monopolizaron
sectores enteros, como la minería del cobre, plomo, hierro...
En definitiva, la aristocracia
empresarial y los grandes propietarios agrarios, muchos de ellos nobles
aburguesados, se fundían con los grandes banqueros, para conformar el bloque
dominante de poder, las famosas cien familias que controlaban la vida económica
y política del país.
La historia del capitalismo español
pronto puso de relieve el carácter profundamente contrarrevolucionario de la
burguesía nacional y su completa renuncia a liderar consecuentemente la lucha
por las demandas democráticas. Como demostró la experiencia del octubre ruso de
1917 y la oleada revolucionaria que sacudió Europa tras las Primera Guerra
Mundial, sólo la clase obrera aliada del campesinado pobre podría llevar a cabo
la solución de las tareas democráticas y la eliminación de este bloque de poder
que impedía el avance social. Y esta solución implicaba la lucha por el
derrocamiento revolucionario de la burguesía acabando con su monopolio del
poder político y económico.
3.- Las ‘reformas’ del gobierno de
conjunción republicano-socialista.
El atraso del capitalismo español se
manifestaba en la posición predominante de la agricultura en la economía
nacional: aportaba el 50% de la renta y constituía dos tercios de las
exportaciones. Aproximadamente el 60% de la población se concentraba en el medio
rural, malviviendo en condiciones de extrema explotación, salarios miserables y
sufriendo penurias periódicas entre cosecha y cosecha. Dos tercios de la tierra
cultivable estaban en manos de grandes y medianos propietarios. En la mitad
sur, el 75% de la población tenía el 4,7% de la tierra mientras el 2% poseía el
70%.
La clase trabajadora, que superaba los
tres millones en todo el país, había dado muestras sobradas de sus tradiciones
combativas y de la potencia de sus organizaciones. No en vano, los campesinos y
trabajadores habían protagonizado tres años de lucha revolucionaria durante el
llamado trienio bolchevique (1918-1920), habían derrocado a la monarquía, y se
agrupaban en grandes sindicatos de masas, la UGT y la CNT, que pronto sufrieron
la radicalización de su militancia de base.
(Continuará mañana con la Parte 2)
Capítulos:
4.-
Gobierno Republicano-Socialista.
5.- La Iglesia.
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