Faltan todavía cuatro meses para que finalice 2022, pero la crisis global del capitalismo se ha profundizado hasta tal punto que nunca antes, en sus cien años de vida, la vieja consigna de “socialismo o barbarie” había reflejado tan exactamente la disyuntiva ante la que nos encontramos.
La confrontación entre los dos grandes
bloques imperialistas liderados por EEUU y China ha sobrepasado ya los límites
del conflicto comercial y económico para entrar abiertamente en una guerra que,
aunque de momento está localizada en territorio ucraniano, podría en cualquier
momento extenderse a otras áreas geográficas o iniciar súbitamente una escalada
que, con la central nuclear de Zaporiya en plena línea de fuego, abriría las
puertas a un desastre todavía mayor.
En las últimas tres décadas no han faltado
guerras promovidas por el imperialismo occidental que han dejado un saldo de
más de un millón de muertos, 40 millones de refugiados y un reguero de
destrucción que redujo a ruinas a países enteros. Pero ahora se ha dado un paso
más. El imperialismo estadounidense, en un intento desesperado de evitar su
decadencia y de conservar la hegemonía mundial, busca un enfrentamiento frontal
con China y Rusia. Por eso la escalada bélica se ha precipitado en Ucrania con
visos de prolongarse bastante más tiempo, y nueva provocaciones estallan en
otras áreas como en la isla de Taiwán y el sudeste asiático.
La confrontación entre los dos grandes
bloques imperialistas liderados por EEUU y China ha sobrepasado ya los límites
del conflicto comercial y económico para entrar abiertamente en la guerra.
La escalada bélica y las sanciones contra
Rusia han puesto en marcha una dinámica descontrolada de subida de precios y de
empobrecimiento para la población europea y mundial. Seis meses después del
inicio de la guerra, la estrategia de la UE, supeditándose por completo a los
dictados de Washington, ha cosechado un sonoro fracaso de enormes consecuencias
políticas.
La economía capitalista está muy lejos de
haber superado la crisis de sobreproducción iniciada en los años 2007 y 2008.
Igual que ocurrió después del crack en 1929, tras una fase de recesión aguda
—entre 2008 y 2012— se abrió un período de crecimiento del comercio mundial y,
con la imprescindible ayuda de las políticas de estímulo y expansión monetaria
de los Bancos Centrales de todo el mundo, de una cierta recuperación de la
actividad económica y el empleo. Esos años se caracterizaron por una
especulación desbordada, especialmente en las materias primas, pero también
expresada en burbujas financieras y bursátiles. Los beneficios empresariales
crecieron vertiginosamente, hasta que, coincidiendo con la pandemia, el impulso
de los estímulos económicos empezó a agotarse y las causas profundas de la
crisis de 2008 volvieron a primer plano, colocándonos a las puertas de una
nueva y, muy probablemente, más profunda recesión.
Pero las sombrías perspectivas de la
economía no afectan a los beneficios de las grandes corporaciones capitalistas.
Todo lo contrario. Trimestre tras trimestre, bancos, industrias, grandes
empresas de la distribución y, sobre todo, del sector de los hidrocarburos y de
la energía, anuncian nuevos récords en sus cuentas de resultados. ¿Cómo lo
consiguen? Aumentando de forma salvaje la explotación de sus asalariados y
aprovechando la ola de inflación, que ellos mismos alimentan al elevar los
precios de sus productos y servicios mediante la especulación y el
acaparamiento, para recortar los salarios reales de la clase trabajadora.
Pero no solo la clase trabajadora sufre
las consecuencias de la incesante búsqueda del lucro privado que es
consustancial al capitalismo. También nuestro planeta sufre una devastación
que, de seguir así, pondrá en peligro las vidas de millones de personas y
nuestra propia supervivencia como especie.
No solo la clase trabajadora sufre las
consecuencias dell capitalismo. También nuestro planeta sufre una devastación
que pone en peligro nuestra propia supervivencia como especie.
Las olas de calor de este verano, los
incendios forestales, la sequía histórica que sufre Europa, el imparable
aumento de la temperatura del mar y del deshielo de los glaciares y los
casquetes polares, la pérdida de cosechas en todo el mundo, son los síntomas
más evidentes de que el capitalismo mata la vida.
Y cuando mayor y más evidente es la
destrucción de nuestro hábitat, los gobiernos y los grandes monopolios
capitalistas, que ayer se llenaban la boca de discursos “ecologistas”, de
“responsabilidad ambiental” y de otras frases vacías, ahora dan un paso atrás y
aplazan cualquier medida contra el cambio climático. Los grandes fondos, como
BlackRock, vuelven a invertir masivamente en minas de carbón y la UE declara
que el gas y la nuclear son “energías verdes”. ¡Todo, incluso la vida en la
Tierra, queda subordinado a los beneficios del capital!
Un
horizonte de grandes conflictos y levantamientos sociales.
La crisis de los métodos tradicionales de
dominación capitalista, que se hizo evidente a raíz de la crisis de 2008, no ha
dejado de agudizarse.
La descomposición del sistema
parlamentario en Estados Unidos, con un presidente en activo que intentó dar un
golpe de estado, impune hasta el momento; el colapso del gobierno conservador
británico o la perspectiva de un ejecutivo de extrema derecha en Italia, son
síntomas de las dificultades de la burguesía para mantener su dominación
mediante los mecanismos parlamentarios que les rindieron tan grandes servicios
tras la Segunda Guerra Mundial.
Pero al mismo tiempo que los círculos del
gran capital anhelan cada vez más soluciones autoritarias, el malestar social
se extiende en todo el mundo, y en las últimas semanas ha alcanzado grandes
dimensiones en Europa.
El Reino Unido vive una ola de huelgas
que, en la práctica, equivale ya a una huelga general, aunque los dirigentes
sindicales se resisten a convocarla formalmente. En Bélgica, los sindicatos han
convocado una gran concentración el 21 de septiembre en Bruselas, para preparar
la huelga general de noviembre.
El 14 de noviembre de 2012, en lo más duro
de la primera fase de esta crisis, se convocó la primera huelga general
europea, que tuvo un gran seguimiento en Portugal, Italia, Estado español y
Chipre, y que fue secundada con grandes movilizaciones en Grecia, Francia y
Bélgica.
Mucho más que en 2012, hoy se dan todas
las condiciones para una huelga general europea que dé una respuesta combativa
a los ataques del capital y al deterioro permanente de nuestras condiciones de
vida.
Lo realmente urgente es dotar al poderoso movimiento de la clase trabajadora que empieza a levantarse con fuerza de un programa que ofrezca una alternativa real a la crisis capitalista.
Fuerzas no faltan. Todo lo contrario. Pero
lo realmente urgente es dotar al poderoso movimiento de la clase trabajadora
que empieza a levantarse con fuerza de un programa que ofrezca una alternativa
real a la crisis capitalista y a la catástrofe a la que nos empuja.
¡Hoy más que nunca, la revolución
socialista es la única alternativa! Solo arrebatando los medios de producción
de las manos del puñado de plutócratas que los poseen para su exclusivo
beneficio, seremos capaces de organizar y planificar la producción de bienes y
servicios de forma que, con pleno respeto al medio ambiente, las necesidades
básicas de toda la Humanidad queden cubiertas. La tarea más urgente es
organizarse ¡ya! para prepararla.
Fuente: Editorial de Prensa Obrera “EL
MILITANTE” nº 363 (Septiembre 2022).
PARA
SUSCRIBIRTE AL PERIÓDICO “EL
MILITANTE”, puedes llamar a alguno de
estos teléfonos:
Córdoba:
682.276.436.
Granada:
616.893.592.
Huelva:
695.618.094.
Málaga:
611.477.757.
Sevilla:
600.700.593.
Zaragoza:
640.702.406.
Asturias:
686.680.720.
Castilla-La
Mancha: 949.201.o25.
Castilla-León:
653.699.755.
Cataluña:
933.248.325.
Euskal Herria:
664.251.844.
Extremadura:
638.771.083.
Galicia:
678.420.888.
Madrid:
914.280.397.
País
Valenciano: 685.098.482.
No hay comentarios:
Publicar un comentario