(A todas y todos nuestros lectores, sean de izquierdas, de centro o de
derechas, sean creyentes, agnósticos o ateos, les DEDICAMOS
E INVITAMOS a leer este trabajo de síntesis, donde se hace
una introducción al debate que trata
sobre el apasionante tema del origen de la vida, esperando que tengan a bien
dedicarle un tiempo en estos largos días de este verano que se nos presenta muy caluroso, con el deseo de que se
encuentren bien de salud para disfrutarlo).
INTRODUCCIÓN:
“La lucha del materialismo contra el idealismo y la religión en torno al
apasionante y discutido problema del origen de la vida, nos plantea muchos
interrogantes:
¿Qué es la vida?
¿Cuál es su
origen?
¿Cómo han
surgido los seres vivos que nos rodean? …
La respuesta a estas preguntas entraña uno de los problemas más grandes
y difíciles de explicar que tienen planteado las Ciencias Naturales y los seres
humanos.
De ahí que, consciente o inconscientemente, toda persona, no importa
cuál sea el nivel de su desarrollo, se plantea estas mismas preguntas y, mal o bien, de una u otra forma, les dan una
respuesta. He aquí, pues, que sin responder a estas preguntas no puede haber
ninguna concepción del mundo, ni aun la más primitiva.
El problema que plantea el conocimiento del origen de la vida, viene
desde tiempos inmemoriales, preocupando al pensamiento humano. No existe
sistema filosófico ni pensador de merecido renombre que no haya dado a este
problema la mayor atención. En las diferentes épocas y distintos niveles del
desarrollo cultural, al problema del origen de la vida se aplicaban soluciones
diversas, pero siempre se ha originado en torno a él una encarnizada lucha
ideológica entre los dos campos filosóficos irreconciliables: el materialismo y
el idealismo.
De ahí que, al observar la naturaleza que nos rodea, tratamos de
dividirla en mundo de los seres vivos y mundo inanimado, o lo que es lo mismo,
inorgánico. Sabido es que el mundo de los seres vivos está representado por una
enorme variedad de especies animales y vegetales. Pero, no obstante y a pesar
de esa variedad, todos los seres vivos, a partir del hombre hasta el más
insignificante microbio, tienen algo de común, algo que los hace afines pero
que, a la vez, distingue hasta a la bacteria más elemental de los objetos del
mundo inorgánico. Ese algo es lo que llamamos vida, en el sentido más simple y
elemental de esta palabra. Pero, ¿qué es la vida? ¿Es de naturaleza material,
como todo el resto del mundo, o su esencia se halla en un principio espiritual
sin acceso al conocimiento con base en la experiencia?
Si la vida es de naturaleza material, estudiando las leyes que la rigen
podemos y debemos hacer lo posible por modificar o transformar conscientemente
y en el sentido anhelado a los seres vivos. Ahora bien, si todo lo que sabemos
vivo ha sido creado por un principio espiritual, cuya esencia no nos es dable
conocer, deberemos limitarnos a contemplar pasivamente la naturaleza viva, incapaz
ante fenómenos que se estiman no accesibles a nuestros conocimientos, a los
cuales se atribuye un origen sobrenatural.
Sabido es que los idealistas siempre han considerado y continúan
considerando la vida como revelación de un principio espiritual supremo,
inmaterial, al que denominan alma, espíritu universal, fuerza vital, razón
divina, etc. Racionalmente considerada desde este punto de vista, la materia en
si es algo exánime, inerte; es decir, inanimado. Por lo tanto no sirve más que
de materia para la formación de los seres vivos, pero éstos no pueden nacer ni
existir más que cuando el alma introduce vida en ese material y le da a la
estructura, forma y armonía.
Este concepto idealista de la vida constituye el fundamento básico de
cuantas religiones hay en el mundo. A pesar de su gran diversidad todas ellas
concuerdan en afirmar que un ser supremo (Dios) dio un alma viva a la carne
inanimada y perecedera, y que esa partícula eterna del ser divino es
precisamente lo vivo, lo que mueve y mantiene a los seres vivos. Cuando el alma
se desprende, entonces no queda más que la envoltura material vacía, un cadáver
que se pudre y descompone. La vida, pues, es una manifestación del ser divino,
y por eso el hombre no puede llegar a conocer la esencia de la vida, ni, mucho
menos, aprender a regalarla. Tal es la conclusión fundamental de todas las
religiones respecto de la naturaleza de la vida, y no se concibe ni se sabe de
ninguna doctrina religiosa que no llegue a esa conclusión.
Sin embargo, el problema de la esencia de la vida siempre ha sido
abordado de manera totalmente diferente por el materialismo, según el cual la
vida, como todo lo demás en el mundo, es de naturaleza material y no necesita
para ser perfectamente explicado, el reconocimiento de ningún principio
espiritual supramaterial.
La vida no es más que la estructuración de una forma especial de
existencia de la materia, que lo mismo se origina que se destruye siempre de
acuerdo con determinadas leyes. La práctica, la experiencia objetiva y la
observación de la naturaleza viva señalan el camino seguro que nos lleva al
conocimiento de la vida.
Toda la historia de la ciencia de la vida -la biología- nos muestra de
diversas maneras lo fecundo que es el camino materialista en la investigación
analítica de la naturaleza viva sobre la base del estudio objetivo, de la
experiencia y de la práctica social histórica; de qué forma tan completa nos
abre ese camino correspondiente a la esencia de la vida y cómo nos permite
dominar la naturaleza viva, modificarla conscientemente en el sentido anhelado
y transformarla en beneficio de los hombres.
La historia de la biología nos brinda una cadena ininterrumpida de
éxitos de la ciencia, que demuestran a plenitud la base cognoscitiva de la
vida, y una sucesión ininterrumpida de fracasos del idealismo. Sin embargo,
durante mucho tiempo ha habido un problema al que no había sido posible darle
una solución materialista, constituyendo por esa razón, un buen asidero para
las lucubraciones idealistas de todo género. Ese problema era el origen de la
vida. ´
A diario nos damos cuenta de cómo los seres vivos nacen de otros seres
semejantes. El ser humano proviene de otro ser humano; la ternera, nace de una
vaca; el polluelo sale del huevo puesto por una gallina; los peces proceden de
las huevas puestas por otros peces semejantes; las plantas brotan de semillas que
han madurado en plantas análogas. Empero, no siempre ha debido ser así. Nuestro
planeta, la Tierra, tiene un origen, y, por lo tanto, tiene que haberse formado
en cierto período. ¿Cómo aparecieron en ella los primeros ancestros de todos
los animales y de todas las plantas?
De acuerdo con las ideas religiosas, no cabe duda de que todos los seres
vivos habrían sido creados originalmente por Dios. Esta acción creadora del ser
divino habría hecho aparecer en la Tierra, de golpe y en forma acabada, los
primeros ascendientes de todos los animales y de todas las plantas que existen
actualmente en nuestro planeta. Un hecho creador especial habría originado el
nacimiento del primer hombre, del que descenderían seguidamente todos los seres
humanos de la tierra.
Así, según la Biblia, el libro sagrado de los judíos y de los
cristianos, Dios habría fabricado el mundo en seis días, con la particularidad
de que al tercer día dio forma a las plantas, al quinto creó los peces y las
aves, y al sexto las fieras y, finalmente, los seres humanos, en primer lugar
al hombre y después a la mujer. El primer hombre, o sea Adán, habría sido
creado por Dios, de un material inanimado, es decir, de barro; después lo
habría dotado de un alma convirtiéndolo así en un ser vivo.
Pero el estudio de la historia de la religión demuestra palmariamente
que estos cuentos ingenuos acerca del origen repentino de los animales y de las
plantas, que, de suerte, aparecen hechos y derechos, cual seres organizados, se
apoyan en la ignorancia y en una suposición simplista de la observación somera
y superficial de la naturaleza que nos rodea.
Esta fue la razón fundamental de que por espacio de muchos siglos se
creyese que la tierra era plana y se mantenía inmóvil, que el Sol giraba
alrededor de ella apareciendo por el Oriente y ocultándose tras el mar o las
montañas, por el Occidente. Esa misma observación superficial y simplista hacia
creer muchas veces a los hombres que diferentes seres vivos, como por ejemplo,
los insectos, los gusanos y también los peces, las aves y los ratones, no sólo
podían nacer de otros animales semejantes, sino que también brotar
directamente, generarse y nacer de un modo espontáneo a partir del lodo, del
estiércol, de la tierra y de otros materiales inanimados, inertes. Siempre que
el hombre tropezaba con la generación masiva y repentina de seres vivos
consideraba el caso como una prueba irrefutable de la generación espontánea de
la vida.
Y aún ahora, existen ciertas gentes incultas que están convencidas de
que los gusanos se generan en el estiércol y en la carne podrida, y que
diversos parásitos caseros nacen espontáneamente como consecuencia de los
desperdicios, las basuras y toda clase de suciedades e inmundicias. Su
observación superficial no advierte que los desperdicios y las basuras sólo son
el lugar, el nido donde los parásitos colocan sus huevos, que más tarde dan
origen al nacimiento de nuevas generaciones de seres vivos.
En efecto, muy antiguas teorías de la India, Babilonia y Egipto, nos
advierten de esa generación espontánea de gusanos, moscas y escarabajos que
surgen del estiércol y de la basura; de piojos que se generan en el sudor
humano; de ranas, serpientes, ratones y cocodrilos engendrados por el lodo del
río Nilo, de luciérnagas que se consumen. Todas estas fantasías relativas a la
generación espontánea correspondían en dichas teorías con las leyendas, mitos
vulgares y tradiciones religiosas. Todas las apariciones repentinas de seres
vivos, como caídos del cielo, eran interpretadas exclusivamente como
manifestaciones parciales de la voluntad creadora de los dioses o de los
demonios.
En la antigua Grecia, muchos filósofos materialistas refutaban ya esa
definición religiosa del origen de los seres vivos. Sin embargo, el transcurso
de la historia facilitó que en los siglos siguientes se desenvolviera y llegase
a preponderar una especulación teórica enemiga del materialismo: la concepción
idealista de Platón, filósofo de la antigua Grecia.
De acuerdo con las ideas de Platón tanto la materia vegetal como la
animal, por sí solas, carecen de vida y sólo pueden vivificarse cuando el alma
inmortal, la “psique”, penetra en ellas.
Esta idea de Platón representó un gran papel contra Victorio y, por
tanto, negativo en el desenvolvimiento posterior del problema que estamos
examinando. Diríase que, hasta cierto punto, la teoría de Platón se reflejó
también en la doctrina de otro filósofo de la antigua Grecia, Aristóteles, más
tarde convertida en fundamento básico de la cultura medieval y que predominó en
el pensamiento de los pueblos por espacio de más de dos mil años.
En sus obras, Aristóteles no se circunscribió a detallar numerosos casos
de seres vivos que, según su creencia, aparecían espontáneamente, sino que,
además, dotó a este fenómeno de una cierta base teórica. Aristóteles
consideraba que los seres vivos, al igual que todos los demás objetos
concretos, se formaban mediante la conjugación de determinado principio pasivo:
la materia; con un principio activo: la forma. Esta última sería para los seres
vivos la “entelequia del cuerpo”, es decir, el alma. Ella era la que daba forma
al cuerpo y la que lo movía. En consecuencia, resulta que la materia carece de
vida, pero es abarcada por ésta, adquiere forma armónicamente y se organiza con
ayuda de la fuerza anímica, que infiltra vida a la materia y la mantiene viva.
Las ideas aristotélicas tuvieron gran influencia sobre toda la historia
posterior del problema del origen de la vida. Todas las escuelas filosóficas
ulteriores, lo mismo las griegas que las romanas, participaron plenamente de la
idea de Aristóteles respecto de la generación espontánea de los seres vivos, A
la vez, con el transcurso del tiempo, la base teórica de la generación
espontánea y repentina fue tomando un carácter cada vez más idealista y hasta
místico.
Este último carácter lo adquirió, muy particularmente, a principios de
nuestra era, especialmente entre los neoplatónicos. Plotino, jefe de esta
escuela filosófica, muy divulgada en aquella época, afirmaba que los seres
vivos habían surgido en el pasado y surgían todavía cuando la materia era
animada por el espíritu vivificador. Se supone, pues, que fue Plotino el
primero que formuló la idea de la “fuerza vital”, la cual pervive aún hoy día
en las doctrinas reaccionarias de los vitalistas contemporáneos.
Para describir en detalle el origen de la vida, el cristianismo de la
antigüedad se basaba en la Biblia, la cual a su vez había copiado de las
leyendas religiosas de Egipto y Babilonia. Los intérpretes de la teología de
fines del siglo IV y principios del V, o sea los llamados padres de la iglesia,
mezclaron estas leyendas con las doctrinas de los neoplatónicos, fincando sobre
esta base su propia elaboración mística del origen de la vida, totalmente
mantenida hasta nuestros días por todas las doctrinas cristianas.
Basilio de Cesárea, obispo de mediados del siglo IV de nuestra era, en
sus prédicas respecto de que el mundo había sido formado en seis días, decía
que, por voluntad divina, la Tierra había concebido de su propio seno las
distintas hierbas, raíces y árboles, así como también las langostas, los
insectos, las ranas y las serpientes, los ratones, las aves y las anguilas.
“Esta voluntad divina —dice Basilio continúa manifestándose hoy día con fuerza
indeclinable.
El “beato” Agustín, que fuera contemporáneo de Basilio y una de las
autoridades más conspicuas e influyentes de la Iglesia católica, intentó
justificar en sus obras, desde el punto de vista de la concepción cristiana del
mundo, el surgimiento de la generación espontánea de los seres vivos.
Agustín aseveraba que la generación espontánea de los seres vivos era
una manifestación de la voluntad divina, un acto mediante el cual “el espíritu
vivificador”, las “invisibles simientes” infiltraban vida propia a la materia
inanimada. Así fue como Agustín fundamentó la plena concordancia de la teoría
de la generación espontánea con los principios dogmáticos de la Iglesia
cristiana.
La Edad Media agregó muy poco a esta teoría anticientífica. En el
medioevo, las ideas filosóficas, no importa cuál fuese su carácter, sólo podían
sostenerse si iban envueltas en una capa teológica, si se cobijaban con el manto
de tal o cual doctrina de la Iglesia. Los problemas de las Ciencias Naturales
fueron postergados a segundo plano.
Para opinar acerca de la naturaleza circundante, no se practicaba la
observación ni la experiencia, sino que se recurría a la Biblia y a las
escrituras teológicas. Únicamente noticias muy escasas acerca de problemas de
las matemáticas, de la astronomía y de la medicina arribaban a Europa
procedentes del Oriente.
Del mismo modo, y a través de traducciones frecuentemente muy
tergiversadas, llegaron a los pueblos europeos las obras de Aristóteles. Al
principio su doctrina se estimó peligrosa, pero luego, cuando la Iglesia se dio
cuenta de que podía utilizarla con gran provecho para muchos de sus fines, enalteció
a Aristóteles elevándolo a la categoría de “precursor de Cristo en los
problemas de las Ciencias Naturales”. Y según la acertada expresión de Lenin,
“la escolástica y el clericalismo no tomaron de Aristóteles lo vivo, sino lo
muerto...” Por lo que respecta en particular al problema del origen de la vida,
se había expandido muy ampliamente la teoría de la generación espontánea de los
organismos, cuya esencia consistía, ajuicio de los teólogos cristianos, en la
vivificación de la materia inanimada por el “eterno espíritu divino.
En calidad de ejemplo, podríamos citar a Tomás de Aquino, por ser éste
uno de los teólogos más afamados de la Edad Media, cuyas doctrinas continúan
siendo hoy día, para la Iglesia católica, la única filosofía verdadera. En sus
obras, Tomás de Aquino manifiesta que los seres vivos aparecen al ser animada
la materia inerte. Así se originan de modo muy particular, al pudrirse el lodo
marino y la tierra abonada con estiércol, las ranas, las serpientes y los
peces. Incluso los gusanos que en el infierno martirizan a los pecadores,
surgen allí según Tomás de Aquino, como consecuencia natural de la putrefacción
de los pecados.
Tomás de Aquino fue siempre un gran defensor y un constante
propagandista de la demonología militante. Para él, el diablo existe en la
realidad y es, además, jefe de todo un tropel de demonios. Por eso aseguraba
que la aparición de parásitos malignos para el hombre, no sólo puede surgir
obedeciendo a la voluntad divina, sino también por las argucias del diablo y de
las fuerzas del mal a él sometidas. La expresión práctica de estas concepciones
proviene de los numerosos procesos incoados en la Edad Media, contra las
“brujas”, a las que se acusaba de lanzar contra los campos ratones y otros
animales dañinos que destruían las cosechas.
La Iglesia cristiana occidental adoptó de la doctrina reaccionaria de
Tomas de Aquino, hasta convertirla en severo dogma, la teoría de la generación
espontánea y repentina de los organismos. Según la cual los seres vivos se
originarían de la materia inerte, al ser animada ésta por un principio
espiritual.
Este era también el punto de vista sostenido por el que fue obispo de
Rostov y vivió en tiempos de Pedro 1, también sostenía en sus obras el
principio de la generación jerarquías teológicas de la Iglesia oriental. Así,
Demetrio, de manera por demás bastante curiosa para nuestras ideas actuales.
Según él, durante el diluvio universal, Noé no había acogido en su arca
ratones, sapos, escorpiones, cucarachas ni mosquitos, es decir, ninguno de esos
animales que “nacen del cieno y de la podredumbre... y que se engendran en el
rocío”, Todos estos seres vivos murieron con el diluvio y “después del diluvio
renacen engendrados de esas mismas substancias.”
La religión cristiana al igual que todas las demás religiones del mundo,
continúa sosteniendo hoy día que los seres vivos han surgido y surgen de pronto
y enteramente constituidos por generación espontánea, a consecuencia de un
hecho creador del ser divino y sin ninguna relación con el desarrollo o
evolución de la materia.
Sin embargo, al ahondar en el estudio de la naturaleza viva, los hombres
de ciencia han llegado a demostrar que esa generación espontánea y repentina de
seres vivos no surge en ninguna parte del mundo que nos rodea.
Esto quedó establecido y demostrado a mediados del siglo XVII para los
organismos con un cierto grado de desarrollo, especialmente para los gusanos,
los insectos, los reptiles y los animales anfibios. Investigaciones posteriores
patentizaron este aserto, también por lo que respecta a seres vivos de formación
más simple; de suerte que incluso los microorganismos más sencillos, que aun no
siendo perceptibles a simple vista, nos rodean por todas partes, poblando la
tierra, el agua y el aire.
Vemos, pues, que el “hecho” de la generación espontánea de seres vivos,
que teólogos de diferentes religiones querían explicar corno un hecho en que el
espíritu vivificador infiltraba vida a la materia inerte y que implicaba la
base de todas las teorías religiosas del origen de la vida, vino a ser un
“hecho” inexistente, ilusorio, basado en observaciones falsas y en la
ignorancia de sus interpretadores.
En el siglo XIX se aplicó otro golpe demoledor a las ideas religiosas,
respecto del origen de la vida. C. Darwin y, posteriormente, otros muchos
hombres de ciencia, entre los cuales están los investigadores rusos K.
Timiriázev, los hermanos A. y Y. Kovalevski,
Mécnikiv y otros, demostraron que, a diferencia de lo que afirman las
Sagradas Escrituras, nuestro planeta no había estado poblado siempre por los
animales y las plantas que nos rodean en la actualidad. Por el contrario, las
plantas y los animales superiores, comprendido el hombre, no surgieron de
pronto, al mismo tiempo que la Tierra, sino en épocas posteriores de nuestro
planeta y a consecuencia del desarrollo progresivo de otros seres vivos más
simples. Estos, a su vez, tuvieron su origen en otros organismos todavía más
simples y que vivieron en épocas anteriores. Y así, sucesivamente, hasta llegar
a los seres vivos más sencillos.
Estudiando los organismos fósiles de los animales y de las plantas que
poblaron la Tierra hace muchos millones de años, podemos llegar a convencernos,
en forma tangible, de que en aquellas lejanas épocas la población viviente de
la Tierra era diferente a la actual, y de que cuanto más avanzamos en la
inmensa profundidad de los siglos comprobamos que esa población es cada vez más
simple y menos variada.
Descendiendo gradualmente, de peldaño en peldaño, y estudiando la vida
en formas cada vez más antiguas, llegamos a concluir cómo fueron los seres
vivos más simples, muy semejantes a los microorganismos de nuestros días, y que
en pasados tiempos eran los únicos que poblaban la Tierra. Pero, a la vez,
también surge inevitablemente la cuestión del punto de origen de las
manifestaciones más simples y más primitivas de la naturaleza viva, las cuales
constituyen el punto de arranque de todos los seres vivos que pueblan la
Tierra. ../…
(…) Continuará mañana con la parte 2)
(Extractos de los libros: “El Origen de la Vida”: Autor: A.I. Oparín y “Razón y
Revolución”: Autores Grant y.Woods..
FUNDACIÓN
DE ESTUDIOS SOCIALISTAS FEDERICO ENGELS.
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